No es tu hijo

Capítulo 7: La excepción

Capítulo 7: La excepción

Como siempre, algo ya muy practicado tras llevar trabajados siete años como cajera, me obligo a sonreír.

—Sí, claro —digo girándome hacia él. En sus manos lleva una servilleta, está un tanto arrugada y cuando me fijo con más detalle siento una punzada en el estómago. Tiene una mueca que va entre molestia o ganas de ir al baño. No sabría por cuál inclinarme, pero asumiré que es la primera.

—¿Dejarme una nota escueta y dinero? ¿En serio? Creo que jamás en mi vida me había sentido tan ofendido y herido.

«Bienvenido al mundo real Lucas, eso es lo que suelen hacer los hombres».

—Pudiste haberme despertado —añade al ver que no hablo.

—No me atreví a despertarte —respondo, mientras pienso a la velocidad de la luz una buena mentira. Me admiro de mi misma porque ya tengo una. —Solo que, aunque lo hubiese hecho no habría tenido ningún sentido.

—¿Por qué? —espeta mientras guarda la servilleta en su billetera. A pesar de que quiero arrebatársela de las manos y romperla en mil pedazos me mantengo quieta.

Tomo aire y me acaricio mi panza de madre soltera. Me traslado al pasado y pienso en cosas que sé que me hacen daño para que me den ganas de llorar. Así le daré un mayor impacto a mis palabras. No me resulta muy complicado porque soy de llanto fácil.

—Antes de conocerte ya me había hecho el procedimiento de inseminación artificial. Había decidido ser madre soltera y… Estaba embarazada —contemplo la luna —solo que, antes de que mi cuerpo cambiara tenía la necesidad de sentirme deseada por alguien y…

—Me usaste —completa él observándome serio y sin una pizca de lastima.

—Si lo quieres ver así, aunque me gustaría pensar que ambos lo disfrutamos —respondo mirando hacia la casa. No quisiera que algún curioso se acerque y nos escuche.

—Me habría gustado ser el padre —lo escucho mencionar por lo bajo.

—¿Cómo?

—Nada, pensamientos ridículos míos. En fin, gracias por responderme. Ahora lo entiendo todo mejor, aunque eso no significa que me encuentre satisfecho con el resultado. No puedes ir por ahí usando a las personas Margaret.

—Es lo que hacen los hombres —replico cansada de la conversación. Si se las quiere dar de victima que vaya a llorar a su casa. —Shh, no digas nada —añado levantándole el dedo —no vayas a decir la frase de “No todos somos iguales”.

—Era lo que iba a decir porque es la verdad. Hay excepciones, lo mismo ocurre con las buenas mujeres. El ejemplo claro de que hay excepciones eres tú.  

Me cruzo de brazos para debatir aquello, pero cuando voy a abrir la boca él se gira.

—Deberías entrar, hace frio.

Y sin más, se aleja de mí. No me muevo, en efecto, siento el frío y cómo se me pone la piel de gallina, pero su comentario me ha dolido. Es decir, reconozco que no estuvo bien lo que hice, pero le dejé una nota y el dinero del hotel. Además, también le di las gracias. Eso sí no lo hace todo el mundo.

«Soy una buena mujer», me digo a mí misma y entro en la casa. Sin embargo, solo lo hago para despedirme de mis familiares con la excusa de que tengo jaqueca y quiero marcharme. Mi hermana se ofrece a acompañarme, pero le digo que no hace falta. Prefiero y necesito estar sola.

Cuando llego a mi vivienda, me quito los zapatos con dificultad y me acuesto con el corazón roto. Y sí, sonará dramático, pero a nadie le gusta que le digan que es una mala persona y mucho menos cuando no se lo merece. Si ese tipo supiera lo que me hicieron, por todo lo que he pasado quizá dejaría de hablar por hablar.

—O quizá tiene razón.

—No, no tiene razón —exclamo y acaricio mi barriga —¿Verdad cosita?

No sé si siento una patadita o es mi imaginación. Me acuesto en la cama de lado y cierro los ojos, cuando caigo en cuenta de que no he apagado la luz.

—Madre de Dios —suelto y me levanto a trompicones.

Suspiro y ya cuando estoy acostada de nuevo cierro los ojos. Dormir no es tan fácil, mucho menos cuando dentro de ti hay una criaturita que parece tener deseos de jugar en medio de la noche. Sin embargo, tras unos minutos en oscuridad, me dejo llevar por el sueño.

 

Sus manos están en todos lados. Veo su silueta a oscuras y me intimida lo grande que es. Él toma mis pantorrillas con suavidad y me abre las piernas. Estoy tan expuesta, pero la verdad es que no me importa, no cuando el alcohol me ha dado valor.

—No es necesario que tú… —empiezo a decir, pero él lleva sus dedos a mi boca y sisea. Le chupo los dedos, ni siquiera sé porque lo hago, pero parece que le gusta. Su cabeza se inclina en mi cuello y reparte besos. Sigue descendiendo y yo me remuevo al igual que mis ojos que parece que no pueden quedarse enfocando un solo lugar.

Baja y baja hasta que llega al punto que solo con un roce me hará delirar.

—Lucas —gimo aferrándome a su cabello. —Oh Lucas.

 

 

Despierto, por suerte de mi cordura despierto. Estoy sofocada, sudada y mojada en general. También estoy avergonzada. ¿Qué clase de sueños son esos? Mi corazón está acelerado y a pesar de mi dolor de espalda, me levanto para ir al aseo y mojarme la cara.

Lo cierto es que el sueño fue mucho más largo y descriptivo, pero prefiero no entrar en detalles. Si lo hago mi cara tomará el color de un tomate. Uno muy maduro. El 25 de diciembre es un día nulo a menos que seas un niño y creas en Papá Noel o el niño Jesús. No hay regalo para mí debajo del árbol, ni siquiera tengo árbol. Pero ya me empieza a hacer ilusión la Navidad para cuando nazca mi pequeña.

Quisiera que ella cree en toda esa magia en la que yo ya no creo porque me parece bonito. No lo sé, me gustaría que guarde toda esa inocencia antes de toparse de golpe con la realidad del mundo. Tomo mi desayuno y en el televisor pongo un video en YouTube con consejos para madres primerizas. Quiero estar lo más informada posible.



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En el texto hay: comedia, embarazo, amor complicado

Editado: 12.03.2024

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