No es tu hijo

Capítulo 8: Ahórrate tus disculpas

Capítulo 8: Ahórrate tus disculpas

El 26 de diciembre debería ser un día en el que no se trabaja, pero parece que en eso no están de acuerdo mis jefes. Conduzco sin apuro ya que uno de los pocos beneficios que me ha traído el estar embarazada, es usarlo de excusa para todo. —¿Llegaste tarde? —¡Lo siento, estoy embarazada!; —¿Este no es tu segundo descanso? — La verdad sí, pero estoy embarazada; —Siempre estás de malhumor, alegra esa cara — Lo lamento, pero estoy embarazada.

Como dije, una de las pocas ventajas. La ferretería en la que trabajo es enorme. Venden un poco de todo, desde cuestiones para la construcción hasta artilugios para el hogar. Al inicio me costaba un montón saber qué diantres era cada producto, pero con el paso de los años me acostumbré. ¿Cómo acabé allí? Pues, a decir verdad, estudié criminología, pero es una carrera que definitivamente no tiene salida en este pueblo.

Nunca me animé a cruzar fronteras y tampoco me interesaba, así que cuando me resigné con que no había ningún crimen por resolver, empecé a buscar otro tipo de trabajos. Probé en la hostelería —lo odié con todo mi ser—, como comercial y como dependienta. Todo, hasta que encontré este trabajo como cajera y vi la luz. No se está mal y a pesar de mis quejas, ya los veo a todos allí como mi familia. Aunque, a decir verdad, no es un secreto que tiendo a odiar un poco a mi familia.

Para ser 26 hay mucha gente en la calle. Envidio a todos los que se encuentran acurrucados en sus camas con una manta calientita. Ya quisiera yo estar igual, pero alguien deberá pagar la universidad de esta criatura que viene en camino. Acelero un poco, hasta que por fin llego. Un día más en el trabajo, lo mismo de siempre.

La mañana transcurre con normalidad, hay clientes comprando bajantes y tuberías para los sanitarios. Otros se llevan alfombras y cortinas… Mientras que otros —no podían faltar—, aprovechan las últimas ofertas de Navidad. Hay un desbarajuste con los precios, pero ningún jefe se encarga de ello, todos nos lo achacan a los trabajadores. Solo estamos dos cajeras, así que hay una cola moderada.

Me acomodo en mi asiento y cobro. Sin embargo, al final de la fila hay una cara que llama mi atención, unos ojos que he visto en mis sueños. ¿Casualidad o acoso? Escucho un tic, tac en mi cabeza mientras evalúo la respuesta y al cabo de poquísimos minutos Lucas, mi donante estrella se encuentra ante mí.

—¿Quiere bolsa? —pregunto sin mirarlo a los ojos. Me concentro en su cuello, lo cual no es buena idea tomando en cuenta que tiene un cuello atractivo.

—No, tengo en el coche, pero gracias.

Detallo su mercancía, adhesivos, una cuerda y unas flores. En definitiva, este hombre planea secuestrarme, amordazarme, matarme y luego poner flores en la zona que elija para enterrarme.

—¿Es socio de nuestra compañía? —indago para sumarle los puntos a su cuenta, demostrando que, a pesar de su ofensa, no soy rencorosa.

—No.

—¿Quisiera hacerse socio? Hay muchos beneficios.

—Quisiera disculparme —responde —por eso he venido.

—¿Quién le dijo que trabajo aquí? Estoy en medio del trabajo —murmuro viendo a un lado y otro.

—Antonio, en ese caso, sí. Si quiero hacerme socio.

Suspiro.

—Esto no es necesario —miro mi reloj de mala gana —dentro de veinte minutos tendré un descanso, si quiere espéreme en la cafetería junto a la gasolinera.

—Está bien, allí estaré. Puedes tutearme, por cierto, creo que ya tuvimos…

—Si, sí —lo corto —ya te entendí. ¿Efectivo o tarjeta?

—Efectivo.

Le cobro lo que lleva y evito mirarlo al marcharse.

Continúo cobrando a los otros clientes, me obligo a concentrarme en el presente, aunque en el fondo soy un manojo de nervios.

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La cafetería no está muy lejos. De hecho, puedo ir caminando. Así que en mi descanso me acerco a paso lento, deseando que Lucas haya decidido marcharse y no se encuentre allí. Lo cierto es que preferiría no hablar con él, pero en casos como estos, lo mejor será dejar el asunto zanjado cuanto antes.

Para mi desgracia, él está allí, sentando en una mesa del fondo. Su cabello se ve más bonito que nunca a decir verdad y sus ojos parecen perdidos en el espacio. Luce un poco triste, quizá preocupado. Me daría pena si no fuese porque desconfío de sus intenciones.

—Hola —digo y tomo asiento.

—Hola Margaret ¿Vas a querer algo? —inquiere.

—Un café y un croissant de chocolate por favor.

Observo cuando él llama al camarero e indica mi orden.

—Bueno, soy toda oídos —digo cuando quedamos solos.

Él toma aire y pone los codos sobre la mesa.

—Lo siento, creo que me excedí en la cena de Navidad con lo que te dije. No quiero excusarme, solo que no esperaba que las cosas se dieran como se dieron.

—¿Y cómo esperabas que se dieran?

—Pues, —parece meditarlo —sentí que nos estábamos entendiendo bien, que había química entre nosotros y… Quizá al menos esperaba mantener el contacto o yo qué sé.

—Estoy esperando un hijo Lucas —exclamo —y no es tuyo. No esperaba que quisieras mantener contacto con una mujer embarazada y…

—¿Y quién dijo que no? Pudiste preguntármelo al menos.

Permanezco estática. ¿Este sujeto realmente ha dicho lo que acabo de escuchar? Tomo aire y me paso las manos por el rostro.

—Bueno, eso fue lo que asumí y lo siento.

Lucas cruza los dedos de sus manos.

—Solo tengo una duda Margaret, ¿Por qué usaste otro nombre?

—¿Ah?

—Es que le he estado dando vueltas y todo fue muy raro…

—¿Qué quieres decir?

Mi corazón se agita lleno de nervios.

—Recuerdo que estábamos tan tomados que no nos protegimos y ¿Por qué irte así a la mañana siguiente? ¿Por qué pretender ser otra persona? No será que…

El camarero se acerca con mi orden, pero yo me levanto molesta.



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En el texto hay: comedia, embarazo, amor complicado

Editado: 12.03.2024

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