No está en tus planes

13 | Sobreviviendo

14 de febrero de 2024

Eleonore

Todo lo que Howard y yo dijimos en esa habitación se quedó encerrado en mi cabeza de la forma más cruel posible.

Dejamos la casa de los Wainscott una hora después y aunque ya había pasado un tiempo considerable desde ello, no podía conciliar el sueño. Observé el reloj que marcaba la una de la madrugada y solté un suspiro de conmoción, el estrés me estaba consumiendo.

Me quedé mirando al espejo, inmóvil, casi sin atreverme a enfrentarme a mi propio reflejo. Las luces de la habitación eran tenues, pero aun así lograban iluminar las marcas del cansancio en mi rostro. Mis manos, frías y ligeramente temblorosas, se aferraban al borde del lavabo, como si soltarme significara caer en un abismo sin fondo. Intenté concentrarme, pero las palabras de su padre seguían retumbando en mi cabeza, resonando con una claridad cruel.

“Clarissa es la mejor opción para ti, Howard. Ella te ayudará a consolidar tu futuro.”

Una y otra vez, esas palabras giraban en mi mente, como una tormenta que no cesaba. Eran una sentencia, un veredicto inapelable que parecía arrasar con todo a su paso. ¿Cómo había llegado a este punto? ¿Cómo podía ser que, después de todo lo que habíamos vivido juntos, Howard estuviera dispuesto a dejarse llevar por un mundo que no era suyo, ni mío, ni nuestro?

Me forcé a apartar los ojos del espejo, pero incluso entonces sentía el peso de su mirada imaginaria, como si el reflejo no me hubiera dejado ir del todo. La habitación estaba en un silencio inquietante, pero dentro de mi cabeza la voz de su padre seguía resonando, como un eco interminable. Era la voz de un hombre que estaba seguro de saber lo que era mejor para su hijo, sin importarle lo que Howard pudiera pensar o sentir.

Y Howard... Howard no había dicho nada. Ni una palabra. Permanecía callado, como si su propio destino no le perteneciera, como si sus sentimientos fueran un lujo que no podía permitirse. Y ahí estaba yo, atrapada en medio de todo, en un espacio intermedio entre dos mundos que no podía reconciliar, entre dos futuros que se desmoronaban ante mis ojos, resbalándose entre mis dedos como agua imposible de contener.

Cerré los ojos y traté de encontrar algo a lo que aferrarme, algún pensamiento que me diera fuerzas. Pero en lugar de eso, me golpeó una verdad que no había querido admitir: no había cambiado. Ni un poco. Lo seguía amando con la misma intensidad desesperada de siempre, con esa devoción que me consumía desde que éramos jóvenes. No importaba cuánto intentara convencerme de lo contrario, no importaba cuánto dolor hubiera acumulado con los años. Seguía siendo el mismo para mí.

Podía verlo con los ojos cerrados, podía escuchar su risa, esa risa que tenía el poder de llenar cualquier espacio vacío. Podía recordar cómo me miraba, cómo su mirada era suficiente para que todo lo demás desapareciera. Pero ahora esa mirada ya no era mía. Ahora era para ella. Para Clarissa.

El nombre de ella volvió a atravesarme como una daga, tan frío, tan impersonal, y aun así cargado de todo lo que yo no podía ser.

Clarissa, con su belleza impecable, con su educación perfecta, con todo lo que su mundo demandaba de una pareja ideal. ¿Y yo? ¿Quién era yo, más allá de una sombra en su vida? Una constante, sí, pero nunca suficiente. Siempre al margen, siempre en un segundo plano, viendo cómo el futuro que deseaba para nosotros se alejaba más y más.

Marcus Wainscott quiere que su hijo mayor contraiga nupcias con una mujer que esté a su altura. Tal vez yo pertenezca a una buena familia, tenga una buena profesión, dinero, educación y belleza…Mi salud era un jodido desastre, y él lo sabía muy bien. Él nunca permitiría que su hijo, su legado, se casara con una mujer que puede suicidarse en cualquier momento.

Y aunque soy un maldito desastre, esta vez no me permitiré perder una de las cosas que más amo en el mundo. No podía permitirlo. No podía quedarme de brazos cruzados, viendo cómo se deslizaba hacia un destino que no le pertenecía, viendo cómo abandonaba todo lo que habíamos construido.

Porque lo haría. Lo sabía. Howard siempre había seguido las expectativas de los demás, nunca las suyas. Lo vi en sus ojos la última vez que nos encontramos, esa resignación silenciosa, esa aceptación que me rompió en mil pedazos.

Respiré hondo, tratando de calmar el torbellino en mi pecho. Pero la calma nunca llegó. En lugar de eso, sentí un impulso, un grito de desesperación que me obligó a actuar. Tomé el teléfono con manos temblorosas, mis dedos moviéndose como si tuvieran voluntad propia. No lo pienses demasiado, me dije. Si lo piensas, no lo harás.

El tono de llamada resonó en mis oídos, cada pitido golpeando como un tambor dentro de mí. No lo hagas, no lo hagas, me repetía una parte de mi mente. Pero mi corazón, testarudo y obstinado, no quería escuchar. ¿Y si respondía? ¿Y si no? ¿Qué haría si su voz confirmaba lo que más temía?

Finalmente, el tono se detuvo, y su voz, familiar y distante a la vez, llenó el silencio.

—Eleonore... —dijo, y su nombre en sus labios me atravesó como un rayo.

Por un instante, el mundo dejó de girar. Todo lo demás desapareció, y solo quedábamos él y yo. Pero incluso en ese momento, su voz sonaba lejana, como si estuviera a kilómetros de mí, como si ya no pudiera alcanzarlo.

—Howard —mi voz salió rota, temblorosa, como si al pronunciar su nombre algo dentro de mí se hubiera desmoronado. —Necesito verte. Necesito hablar contigo.

Era más que una petición. Era una súplica, una última esperanza, aunque me aterrorizara admitirlo. No sabía qué palabras usar, no sabía cómo explicarle lo que estaba pasando dentro de mí. Pero sabía que no podía quedarme en silencio. No podía seguir siendo una espectadora en mi propia historia, viendo cómo el final se escribía sin mí.

El silencio que siguió a mis palabras fue insoportable. Sentía como si el aire en la habitación se hubiera vuelto irrespirable, pesado, sofocante. Cada segundo que pasaba era una eternidad. ¿Qué pensaba? ¿Qué diría? ¿Aún podía verme como antes?




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