15 de febrero de 2024
Eleonore
La puerta se cerró tras Clarissa con un clic sordo, y la luz fría del despacho de mi oficina se amplificó en su presencia, como si ella trajera consigo una sombra que nunca podía sacudirme del todo. Sus pasos fueron lentos, deliberados, como si cada uno de ellos estuviera cargado de una expectativa que ya podía sentir en el aire.
Me quedé detrás de mi escritorio, intentando hacer de mi postura algo natural, pero en cuanto sus ojos se posaron en mí, supe que nada en esta conversación lo sería. Clarissa no era de las que se andaban con rodeos.
— Eleonore, —comenzó, con una mirada afilada que no necesitaba ser directa para atravesarme – necesito que me aclares algo. ¿Tú y Howard… qué tipo de relación tienen?
Mi corazón se detuvo por un segundo, pero me forzaron a no mostrar nada. Como siempre, ella sabía exactamente cómo llegar al meollo de la cuestión. Decidí mantener la calma, aunque una ligera punzada de incomodidad me recorrió la espina dorsal.
—¿Por qué la pregunta? —respondí con una sonrisa que traté de hacerlo sonar casual, pero sonó más tensa de lo que hubiera querido.
Clarissa no se inmutó, como si esperara que respondiera de manera evasiva. La tensión creció entre nosotras, y la luz fluorescente del techo hacía que su rostro luciera aún más duro.
—Porque he notado ciertas… cercanías entre ustedes. —La palabra "cercanías" salió de su boca como una daga, un eco de algo más profundo que se ocultaba bajo su frialdad. —Te he visto ir a su casa a la madrugada, Eleonore. Eso no es algo que un amigo haría, ¿no crees?
La observé un momento, intentando comprender por qué sentí una sensación extraña en el estómago. Clarissa no dejaba de observarme, como si supiera algo más que yo misma. Algo que no podía negar.
—Howard y yo... —comencé, buscando las palabras con cuidado — somos amigos, Clarissa. Solo eso. No es nada más complicado que eso.
La reacción de Clarissa fue inmediata. Su ceño se frunció con más intensidad, y pude ver cómo sus ojos se entrecerraban, buscando fisuras en mi respuesta.
— ¿Amigos? —repitió, y la palabra resonó en la habitación, como si quisiera que me tragara sus dudas. — Eleonore, no me hagas reír. Los amigos no se visitan a la madrugada. ¿Sabes lo que eso significa? Los amigos no se infiltran en la vida de los demás como si fueran... algo más.
Me sentí atrapada, la presión de sus palabras haciéndome sentir más vulnerable de lo que quería admitir. Pero había algo en su mirada que me empujaba a continuar, como si quisiera que ella entendiera lo que realmente estaba sucediendo, aunque yo misma a veces no podía comprenderlo del todo.
—Tú no entiendes, Clarissa. — La frase salió de mis labios sin 113 que pudiera evitarlo. – Tengo... problemas. Y Howard me ayuda a resolverlos.
Hubo un breve silencio. Clarissa me estudió en silencio durante un largo momento. Sabía que estaba analizando cada palabra, cada gesto. Su mirada, aunque fría, mostraba un rastro de algo más profundo. Una especie de desconcierto que no intentaba disimular.
– ¿Problemas? – preguntó finalmente, su tono más suave, pero no menos cortante. – ¿Qué tipo de problemas, Eleonore?
Fruncí el ceño, incómoda. Mis problemas no eran algo que me gustara compartir, y mucho menos con Clarissa, que siempre había tenido la habilidad de hacer que lo más íntimo se sintiera como una declaración pública. Pero algo en su actitud me decía que no podría salir de esa conversación sin ser más clara, o al menos no sin abrir una puerta a lo que realmente sucedía entre Howard y yo.
– No todo es tan sencillo. – Hice una pausa, respirando hondo. – Howard no solo me ofrece su compañía. Me escucha. Me hace pensar cuando ya no puedo más. Y, en algunos momentos, simplemente... me entiende.
Clarissa no parpadeó, pero pude ver el cambio en su expresión. Tal vez estaba buscando más respuestas, o tal vez se sentía amenazada por algo que no entendía del todo. Al fin y al cabo, ¿qué tan cerca estaba ella de Howard, realmente? Lo que yo tenía con él no era algo que pudiera entenderse fácilmente desde afuera.
– Eleonore, – dijo, recalcando las palabras con una firmeza glacial – más te vale que dejes a mi hombre en paz.
Las palabras fueron un golpe directo. No solo por su tono, sino por la pose de propiedad implícita que transmitían. El "mi" resonó con una autoridad de la que yo no sabía si reír o sentirme incómoda.
Puedo decir que no me sorprendió, pero en ese momento me sentí acorralada. No era la primera vez que Clarissa dejaba claro que no toleraría interferencias en su vida personal, pero nunca antes me 114 había dirigido a mí de esa forma tan directa, tan agresiva.
– Clarissa, – respondí, manteniendo mi tono lo más neutral posible, – Howard no es "de nadie". Es su propio hombre. Y yo no soy la persona que está invadiendo nada aquí.
Mis palabras parecían hacerla vacilar por un momento, pero sólo por un segundo. Su mirada permaneció fija en mí, y pude ver la lucha interna que pasaba por sus ojos. Por fin, soltó un suspiro y dejó que la tensión entre nosotras se estabilizara, aunque no desapareciera.
– No te equivoques, Eleonore, – dijo con calma, aunque la amenaza seguía presente en su voz – si no te alejas, las consecuencias serán tuyas. Howard tiene sus propios demonios, y tú no eres la solución a todo.
No respondí, no porque no tuviera nada que decir, sino porque sabía que, en ese punto, ya no importaba lo que dijera. Clarissa había dejado claro lo que pensaba. Yo había dejado claro lo que pensaba.
– Lo que sea que creas que esto es, – susurré al final, casi sin querer – no lo es. Y lo lamento por no dedicarte más tiempo, pero, tengo un vuelo que abordar.
Clarissa me miró por última vez, sin una palabra más, y se dio la vuelta, dirigiéndose hacia la puerta con su paso calculado. Al cerrar detrás de ella, la calma volvió a mi oficina, pero no la paz.
#3658 en Novela romántica
#1106 en Chick lit
amor fingido, romance amor dolor drama sufrimiento, romance amor y odio errores amistad
Editado: 10.05.2025