No está en tus planes

18 | Una boda

18 de febrero de 2024

Eleonore

La boda de Danielle y Shepherd era, en su esencia, un refugio de calidez y alegría en medio de un mundo que a menudo parecía desmoronarse a su alrededor. Mientras el sol se ponía lentamente, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rosados, el jardín de la casa de campo en las afueras de Londres se llenaba de una energía casi mágica. Las mesas blancas, adornadas con delicados centros de flores, brillaban bajo las luces tenues que empezaban a colgar de los árboles cercanos. La música suave del cuarteto de cuerdas seguía el ritmo de la tarde, como una caricia para los sentidos.

Aunque el ambiente era festivo y lleno de sonrisas, había algo en el aire que me hacía sentir más ligera que de costumbre, como si la felicidad de los demás pudiera, por un momento, deshacer los nudos de ansiedad que se habían formado dentro de mí. Danielle y Shepherd, dos personas tan diferentes y tan compatibles al mismo tiempo, se veían radiantes, abrazándose y compartiendo risas, rodeados de una buena parte de sus amigos más cercanos. Era un día de celebración, pero también de reflexiones, como si todo el universo hubiera conspirado para llevarnos a este punto en el que los pequeños momentos de la vida importaban más que cualquier otro desafío.

Me encontré de pie con mi copa de vino, observando a los demás, cuando sentí una mano en mi hombro. Me volví, y ahí estaba Cheryl, con su sonrisa abierta y cálida, tan inconfundible. Su vestido, de un verde esmeralda suave, se movía con gracia mientras se acercaba, su risa contagiosa iluminando la atmósfera como una chispa.

– Eleonore, ¿cómo estás? – Su voz fue suave pero llena de energía. – Me alegra tanto que hayas podido venir.

Sonreí, y aunque el peso de todo lo que sucedía en Nueva York aún me rondaba, traté de devolverle la sonrisa con todo lo que pude. No había nada en ese momento que pudiera quitarme la sensación de estar un poco perdida, pero la presencia de Cheryl me daba una especie de consuelo.

– Gracias, Cheryl. Estoy… bien, creo. – Respondí, buscando mis palabras mientras observaba a la pareja de recién casados a lo lejos. – Es un lugar precioso, ¿no?

Cheryl asintió, mirando en la misma dirección, y luego, al ver mi expresión, frunció ligeramente el ceño. Parecía notar que algo más estaba rondando en mi cabeza.

– Hay algo en tus ojos, Eleonore. – Su tono se volvió más suave, como si me invitara a compartir. – ¿Algo ha pasado? Porque no puedo evitar notar que no te has estado riendo tanto como de costumbre. Espero que no se trate de ese acosador tuyo al que repudio tanto.

Negué moviendo la cabeza de inmediato.

Me quedé en silencio un momento. El ruido del jardín, las risas, las conversaciones, todo parecía irse desvaneciendo mientras me sumergía en la idea de confesar lo que me había estado atormentando en las últimas semanas. No podía ocultarlo más, no con Cheryl, que siempre había sido la persona que más me conocía.

Finalmente, dejé escapar un suspiro largo y me giré hacia ella, alejándome un poco de la multitud.

– Tengo algo que contarte. – Dije, más con un tono serio que preocupado. – Algo que sucedió en Nueva York.

Cheryl me miró fijamente, con esa expresión comprensiva que siempre mostraba cuando alguien iba a confesar algo importante. La escuchaba, sin presionar, esperando a que hablara, y entonces me lancé.

– Le dije a Howard que lo amo. – Las palabras salieron de golpe, como si al decirlas pudiera liberar algo que llevaba meses intentando callar.

Cheryl me miró, pero no con sorpresa. Su expresión se suavizó, y con un pequeño suspiro, puso una mano sobre mi hombro.

– ¿Cómo te sientes al respecto? – Preguntó, sin juicios, solo curiosidad genuina.

Pensé en las palabras que había dicho a Howard esa noche, en la oscuridad de su oficina, con la confusión y el temor aún presentes en el aire. La forma en que él me miró, las respuestas que no llegaron, el silencio pesado que llenó el espacio entre nosotros después de que confesé mi amor. La ansiedad de no saber si había hecho lo correcto, la culpa de poner en peligro una amistad que, aunque ambigua, había sido la base de nuestra relación durante tanto tiempo.

– No estoy segura. – Dije, con una leve sonrisa amarga. – Al principio, pensé que debía ser clara, que no podía seguir viviendo con este sentimiento oculto, pero… después, todo se complicó. Howard se mostró sorprendido, pero… no sé. Tal vez no estaba preparado para oírlo, o tal vez solo lo dijo por no herirme, pero algo me dice que lo que yo sentí no fue correspondido, Cheryl.

Cheryl me miró en silencio, pero sus ojos no mostraban ni un atisbo de juicio, solo una profunda empatía. Podía ver que entendía mi dolor sin necesidad de palabras.

– Lo entiendo, Eleonore. – Dijo suavemente, dejando que sus palabras se asentaran en el aire. – Es difícil, ¿verdad? Cuando no sabes si lo que sientes es correspondido, o si simplemente está ahí porque tu corazón te obliga a vivir con ello.

Me sentí como si hubiera estado sosteniendo una carga pesada durante semanas, y al compartirlo con ella, esa carga comenzaba a desvanecerse. No porque todo fuera a resolverse de inmediato, sino porque finalmente alguien comprendía mi confusión.

– Y ahora… ahora todo está en el aire, ¿sabes? – Respondí, mirando la copa de vino entre mis manos. – No sé qué hacer con lo que siento. Tal vez debería alejarme, pero… no puedo evitar pensar que, si lo hago, lo perderé para siempre.

Cheryl se acercó un poco más, sus ojos reflejando la misma tristeza que sentía yo, pero también una gran sabiduría.

– A veces, Eleonore, lo único que podemos hacer es ser honestos con nosotros mismos. No siempre es fácil, y no siempre obtienes lo que esperas, pero al menos sabrás que fuiste fiel a lo que sentías en ese momento. Y eso, créeme, es lo que importa. Lo demás… lo demás se irá resolviendo, con el tiempo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.