No está en tus planes

31 | El intento

7 de marzo de 2024

Eleonore

La noche había caído sobre Nueva York, la ciudad que nunca duerme, pero yo me sentía como si estuviera atrapada en una oscuridad ajena a los ruidos, las luces y el bullicio que seguían allá afuera. Howard había estado increíblemente atento toda la noche, y, aunque mi cuerpo descansaba, mi mente no podía encontrar calma.

El peso de las palabras de Isaac seguía retumbando en mi cabeza, y la angustia, el miedo, no me dejaban respirar.

Me sentía agotada, pero mi mente no podía desconectarse. Los recuerdos, las amenazas, los mensajes de él... todo me acosaba, y no podía seguir escondiéndome de ello. En su compañía, sentía que al menos estaba a salvo, pero cuando estábamos en la quietud de su departamento, cuando la noche se volvía silenciosa, los recuerdos de Isaac emergían con más fuerza.

—¿Te gustaría ir a tu departamento? —le pedí a Howard, casi sin pensarlo. Necesitaba estar lejos de mi casa, de las conversaciones de familia, de las miradas llenas de preocupación. Necesitaba espacio,
aunque no sabía si estar sola era la solución. Pero al menos, podría alejarme por un rato de todo lo que estaba pasando.

Él me miró con cierta preocupación, su ceño fruncido no pasó desapercibido. Sabía que algo no estaba bien, pero no dijo nada.

Asintió lentamente.

—Claro, te llevo —respondió con voz suave, aunque no pude evitar notar la tensión en sus ojos. Sabía que no me encontraba bien, que algo me atormentaba, pero él era paciente. Siempre lo había sido.

El trayecto hacia su departamento fue en silencio. Yo miraba por la ventana, sin realmente ver nada, con la mente perdida en los demonios que me acechaban. Cuando llegamos, Howard me acompañó hasta la puerta, y aunque le agradecí con una sonrisa forzada, me sentía vacía por dentro.

Al entrar, la familiaridad de mi espacio no me ofreció el consuelo que esperaba. Todo parecía estar en su lugar, pero las paredes me cerraban, los recuerdos me acechaban. No podía dejar de pensar en lo que había pasado, en lo que había compartido con mi familia, en las confesiones que les había hecho, pero nada de eso parecía aliviar el peso en mi pecho.

Finalmente, Howard se acomodó en el sofá y se quedó dormido.

Su respiración tranquila contrastaba con mi ansiedad, pero no podía dejar de pensar en todo lo que había pasado, en todo lo que me esperaba. Isaac seguía ahí, acechando desde las sombras.

Cuando me despertó el sonido del teléfono, mi corazón dio un salto en mi pecho. Era un mensaje.
Lo abrí, aunque temía lo que encontraría.

“Sé que estás sola. Nadie puede protegerte de mí. Eres mía, siempre lo serás. No importa quién esté a tu lado. Ya lo sabes.”

Mi cuerpo se tensó. La sensación de opresión en mi pecho se intensificó, y mi respiración se hizo rápida, errática. Las letras parecían bailar ante mis ojos, sus palabras se grabaron en mi mente, y todo lo que pude sentir fue una ola de pánico. No pude evitarlo. El miedo me superó. Me levanté del sofá, caminando apresuradamente hacia el baño, sin pensar en lo que estaba haciendo. El agua de la ducha seguía corriendo por la alcachofa, pero mi mente no escuchaba nada, no sentía nada, solo el zumbido de la ansiedad y el miedo.

Mi respiración se volvía cada vez más irregular, las lágrimas caían sin control, y sentí que el peso de todo me ahogaba. ¿Cuánto más podría soportar? La desesperación era tan fuerte que sentí que no había otra salida.

La bañera estaba llena. La puerta del baño estaba cerrada. No podía ver, ni pensar, ni sentir nada más. Solo quería escapar. Y aunque lo sabía, aunque trataba de resistirme, mi cuerpo parecía actuar por sí mismo.

Tomé la navaja del cajón del baño, mis manos temblaban, y mis ojos apenas podían distinguir lo que estaba haciendo. El dolor físico me parecía la única forma de liberarme de todo lo que sentía. Estaba al borde de hacer algo irreversible cuando la puerta del baño se abrió con un estruendo.

—¡Eleonore! —La voz de Howard, llena de alarma, atravesó el caos en mi mente. No reaccioné de inmediato. No podía, no quería. Pero él entró, vio lo que estaba a punto de hacer, y su rostro se llenó de una preocupación absoluta. —¡No, no, no! —dijo con voz rasposa, tomándome las manos de inmediato.

Sus ojos, llenos de terror, se encontraron con los míos, y vi la desesperación en su mirada. Rápidamente, arrebató la navaja de mis manos, dejándome temblorosa, casi inconsciente del peligro al que me había estado enfrentando.

—Eleonore, por favor —dijo, su voz quebrada, y me abrazó con fuerza, su respiración entrecortada—. Esto no es la solución. Te lo juro, no te voy a dejar. Vamos a salir de esto, juntos. Estoy aquí. No estás sola.

Sin embargo, lo peor aún no había pasado. Mi mente estaba tan fragmentada, mi corazón tan desbordado de dolor, que las palabras de Howard no llegaron a calmarme de inmediato. Estaba atrapada en un ciclo de terror y desesperación, y sentí que ya no podía controlar nada.

Fue entonces cuando escuché su voz nuevamente, más fuerte, más autoritaria:

—Voy a llamar a emergencias. No me importa si te molesta. Lo haré porque te quiero, Eleonore, y no voy a dejar que esto te destruya.

Antes de que pudiera oponerme, ya había tomado su teléfono y estaba llamando al servicio de emergencias. Mi mente seguía nublada, mis pensamientos dispersos, pero sentí que Howard estaba allí, luchando por mí, incluso cuando yo no podía pelear más. No podía escuchar mucho más después de eso. La presión en mi
pecho se alivió, pero el miedo y la confusión no desaparecieron. Sabía que Howard estaba a mi lado, y en algún rincón de mi mente, esa era la única verdad que me quedaba.

Los paramédicos llegaron poco después, y aunque traté de resistirme, Howard no me dejó sola. Me aferró a él, incluso cuando mi cuerpo y mi mente se encontraban en su peor momento. En sus brazos, por primera vez en mucho tiempo, sentí que quizás podría sobrevivir a todo esto.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.