11 de marzo de 2024
Eleonore
Estaba en la entrada de mi casa, mi hogar, o al menos eso era lo que quería que fuera. Mi cuerpo aún temblaba de la experiencia que había vivido en el hospital, pero sabía que, en ese momento, lo único que necesitaba era estar en un lugar familiar, rodeada de las personas que más me querían. Howard me había acompañado hasta aquí, pero sus palabras, su amor, su promesa de estar siempre a mi lado, seguían resonando en mi mente. Sentía que, por primera vez en mucho tiempo, no estaba sola.
Al entrar, me recibió el calor del hogar, aunque el silencio en la casa aún pesaba. Mis padres no estaban en casa, pero sabía que mi madre, Everleigh, estaría en el trabajo, y mi padre, Julian, probablemente ocupado con sus asuntos. Cole, mi hermano, estaba en la sala, mirando su teléfono con la vista fija. Lo vi apenas levantar la cabeza para verme, pero no dijo nada. Había algo en su mirada que me resultaba reconfortante.
—¿Cómo te sientes? —me preguntó con voz suave, sin dejar de mirarme.
La respuesta era obvia, pero intenté sonreír para tranquilizarlo.
—Me siento bien —mentí, aunque sabía que mi mente estaba todavía lejos de estar en paz.
En ese momento, sonó el timbre de la puerta. No esperaba a nadie, pero, al abrir la puerta, me sorprendió ver a Cecilia Wainscott, la madre de Howard, parada frente a mí. Su presencia era inesperada, pero cuando la vi, una sensación de consuelo me invadió. Había algo en ella, en su calma y en la suavidad de su voz,
que me hacía sentir segura, como si estuviera recibiendo el abrazo de una madre.
—Eleonore, cariño, ¿cómo estás? —me preguntó, abrazándome con una ternura que me conmovió profundamente. No supe qué decir. La verdad era que no me sentía bien en absoluto, pero no quería preocuparla más de lo necesario.
—Estoy... estoy tratando de estar bien —dije, mi voz quebrada mientras me apartaba ligeramente para mirarla a los ojos. Cecilia me miró con comprensión y suavidad. Sabía que las palabras no eran suficientes para calmarme, pero su presencia, su calidez, me ayudaba más de lo que podía imaginar.
—Lo sé, querida. Lo sé —respondió con una sonrisa que intentaba ser reconfortante. Sus ojos se llenaron de una mezcla de tristeza y cariño, pero se mostró fuerte, como siempre lo hacía. — No tienes que pasar por esto sola. Si alguna vez necesitas hablar, sabes que puedes contar conmigo.
Agradecí sus palabras, sin embargo, en ese momento, no supe cómo agradecerle todo lo que estaba haciendo por mí. Solo me quedé en silencio, dejándome consolar por su abrazo, sintiendo por primera vez que tal vez podía encontrar algo de paz en medio del caos.
Cuando Cecilia se despidió para dejarme espacio, me retiré a mi habitación. Sentía la necesidad de hablar con Cheryl, de que alguien me entendiera, de que alguien me sacara de esta espiral de pensamientos oscuros que no dejaban de atormentarme. Tomé mi teléfono y busqué su número. Mi amiga en Londres. La única persona que sabía todo sobre mi vida, sobre mis miedos, sobre las cicatrices que nunca nadie vería.
—Cheryl, soy yo —dije en cuanto contestó, mi voz cargada de desesperación—. Necesito que vengas a Nueva York, por favor.
Ella no preguntó nada, porque sabía lo que significaba. Sabía que no me estaba llamando por cualquier cosa. Lo necesitaba, necesitaba a alguien que me entendiera, que me diera un poco de calma en este mar de tormentas emocionales en el que estaba atrapada.
—Claro, Eleonore. Estaré allí lo antes posible, lo prometo — respondió su voz, reconociendo la angustia en mis palabras.
Me sentí aliviada al escuchar su voz tan familiar, tan llena de comprensión. No me sentía tan sola en ese momento, y aunque sabía que no podría resolver todo de inmediato, al menos sentía que tenía algo a lo que aferrarme.
—Gracias —dije, mi voz temblorosa—. No sé qué haría sin ti. Quizás no podía cambiar lo que había pasado, ni borrar los recuerdos que me perseguían, pero al menos podía aferrarme a las personas que me querían, y a las que aún confiaban en mí. Howard, Cecilia, Cole... y ahora Cheryl. Tal vez, solo tal vez, había un rayo
de esperanza en todo esto.
Me senté en el borde de mi cama, el teléfono aún en mi mano, tratando de organizar mis pensamientos antes de hablar con Cheryl. La llamada no era solo una conversación trivial, era más como un grito de auxilio, una búsqueda de comprensión que no podía encontrar en nadie más. Cuando la escuché decir "Hola", su voz me dio algo de consuelo, pero también me hizo darme cuenta de lo mucho que había estado guardando dentro.
—Cheryl, tengo que contarte todo. —Mi voz temblaba, pero estaba decidida a ser honesta con ella, aunque fuera difícil—. Todo lo que ha pasado... Es como si no pudiera escapar de mi pasado, ni de mi propia mente.
Al otro lado de la línea, su voz se suavizó, reconociendo la gravedad de lo que estaba diciendo.
—Dime, Eleonore. Estoy aquí, ¿qué ha sucedido?
Suspiré, cerrando los ojos por un momento antes de comenzar a relatarle todo. La sensación de desahogo fue inmediata. Le conté sobre el regreso de mi acosador, Isaac, cómo su presencia me había destrozado, cómo cada mensaje suyo me había hecho sentir como si estuviera atrapada en una pesadilla de la que no podía despertar. Le hablé de la crisis que tuve en el baño, el miedo, la desesperación... y de la verdad detrás de todo, lo que me había llevado a esa espiral de dolor y de sentirme perdida.
—Él está de vuelta, Cheryl. Isaac... y no sé cómo enfrentarlo. — Mi voz se quebró al final, las lágrimas comenzaron a acumularse, pero no quise dejarlas caer. No quería parecer más débil de lo que ya me sentía.
Cheryl, siempre tan paciente, me permitió desahogarme sin interrumpirme. Sabía que necesitaba escucharme, más que nunca.
—Lo siento tanto, Eleonore... —dijo en tono suave, reconociendo la magnitud de lo que le estaba contando—. Pero no estás sola en esto. No lo estás, te lo prometo. No dejaré que pases por esto sola. Le conté sobre mi estancia en el hospital, lo que los médicos me habían dicho, el trastorno bipolar, el PTSD, la mezcla aterradora de diagnósticos y emociones que no comprendía del todo. También le hablé de Howard, de cómo él había estado allí todo el tiempo, como un apoyo incondicional, y de la confusión que sentía al depender de
él tanto.
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Editado: 10.05.2025