20 de marzo de 2024
Howard
La noche había sido un desfile de sonrisas, risas y conversaciones vacías, pero finalmente, después de la inauguración de Nebolous, estábamos solos. Eleonore y yo, apartados de la multitud que aún se
deslizaba por el salón, disfrutábamos del silencio que solo los dos podíamos entender. La habitación del hotel era un refugio en medio del bullicio de la ciudad, su luz suave bañando cada rincón con una
calidez que me hacía sentir que, al fin, teníamos el control de todo.
Cuando entramos, cerré la puerta detrás de nosotros con un suave clic, como si el mundo exterior ya no existiera. Eleonore se acercó a la ventana, mirando hacia la ciudad iluminada, pero yo podía sentir
la tensión en su cuerpo, la forma en que sus hombros se relajaban al estar conmigo. Me acerqué a ella lentamente, sin hacer ruido, hasta que estuve lo suficientemente cerca como para rozar su espalda con la palma de mi mano.
— ¿Estás bien? —pregunté en voz baja, mi tono cargado de preocupación. Sabía que lo que sucedía a nuestro alrededor a veces la afectaba más de lo que quería admitir.
Ella cerró los ojos y, con una leve sonrisa, se giró para enfrentarme. Vi la vulnerabilidad en sus ojos, ese brillo de dolor que a veces se ocultaba, pero que hoy no podía disimular. Sin decir una palabra, tomé su rostro entre mis manos, mi pulso acelerado ante el roce de su piel tan cerca de la mía.
—Lo estoy —dijo, su voz suave, casi un susurro.
Bajé la cabeza, rozando mis labios con los suyos en un beso que comenzó suave, tímido, pero que pronto se convirtió en algo mucho más profundo. Mis manos comenzaron a moverse con más urgencia, explorando su cuerpo con una mezcla de deseo y necesidad que no podía ocultar. Ella respondió a cada caricia, como si supiera que la necesitaba tanto como yo a ella, como si cada beso, cada toque, nos conectara de una manera que solo nosotros podíamos entender.
La quité el abrigo con lentitud, disfrutando de cada segundo en que la tela se deslizaba por su piel, revelando la belleza que tanto me había cautivado. Al instante, su vestido siguió el mismo destino, dejándola en ropa interior, tan perfecta, tan frágil, pero a la vez tan fuerte. Ella me miró, su respiración entrecortada, y por un segundo, el mundo se detuvo.
—No tienes que tener miedo —le susurré, mis palabras firmes, pero llenas de ternura.
Ella apretó los labios, luego asintió, dejando que sus manos se posaran en mi pecho, mientras su cuerpo se acercaba al mío con una familiaridad que me hizo sentir como si nunca hubiese habido distancia entre nosotros.
Y así, poco a poco, nos despojamos de las barreras que nos quedaban, hasta que finalmente, estábamos completamente desnudos el uno frente al otro. El deseo que había crecido en mi pecho desde la primera vez que la vi se desbordó en cada caricia, en cada beso.
La recosté sobre la cama, mis manos explorando su piel con la reverencia de quien conoce la belleza en cada centímetro de su ser. Al principio, temí que sus cicatrices la avergonzaran, pero cuando la vi, cuando la tocaba, me di cuenta de que esas marcas eran parte de lo que la hacía tan increíblemente fuerte.
—Te amo —dije, mi voz grave, mientras acariciaba una de las cicatrices en su costado. No solo amaba su cuerpo, sino todo lo que ella era, todo lo que había sobrevivido.
Eleonore me miró, su respiración pesada mientras mi mano recorría su piel con delicadeza. Sonrió, su expresión mezclando vulnerabilidad y confianza, y su respuesta fue un susurro que solo yo podría escuchar.
—Yo también te amo —dijo, antes de besarme con una pasión que hizo que mi corazón latiera con fuerza. La pasión que compartíamos esa noche era más que solo deseo; era una necesidad de pertenecer el uno al otro, de ser completos.
Moví mis labios por su cuello, dejando que cada beso hablara más que las palabras. Ella me respondía con igual fervor, su cuerpo acercándose al mío como si no pudiera haber nada entre nosotros.
Me detuve un momento, mirándola a los ojos. Ella me vio, sus ojos reflejando una mezcla de amor, de confianza, pero también de dolor. Mi mano acarició suavemente una de sus cicatrices, y le dije
con toda la sinceridad de mi corazón:
—Me encantan tus cicatrices. Son una muestra de lo que eres. De todo lo que has superado. Y no hay nada en el mundo que pueda hacerme amarte más que eso.
La vi relajarse al escuchar mis palabras, como si por fin sintiera que no solo aceptaba sus cicatrices, sino que las veneraba como una parte esencial de su ser.
Y, sin decir más, la tomé en mis brazos, sintiendo cómo nuestras almas se conectaban en un susurro de amor, de pasión, de promesas silenciosas. Cuando finalmente nos unimos, fue como si el tiempo
dejara de existir, y todo lo que importaba era el latido de nuestros corazones, el suspiro entrecortado de nuestros cuerpos entrelazados.
Pasaron las horas, pero yo sabía que lo único que necesitaba era estar con ella, amarla, protegerla. Y mientras la abrazaba en la quietud de la habitación, sentí una calma, una paz que solo ella podía
darme.
La luz suave de la mañana entraba por la ventana, llenando la habitación con tonos cálidos de dorado. El silencio era reconfortante, solo interrumpido por el suave sonido de nuestras respiraciones al unísono. Estaba acostado junto a ella, su cuerpo aún cerca del mío, pero con la calma de quienes finalmente encuentran su lugar en el mundo. Mi brazo la rodeaba, y sus dedos descansaban
sobre mi pecho, una sensación de paz que no había conocido hasta ese momento.
Eleonore despertó lentamente, como si temiera que el momento fuera a desvanecerse si se movía demasiado rápido. Abrió los ojos, encontrando los míos al instante. Su mirada, aún llena de la intensidad de la noche anterior, se suavizó mientras sus labios se curvaban en una pequeña sonrisa.
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Editado: 10.05.2025