No está en tus planes

40 | Quiero volver a empezar

24 de abril de 2024

Eleonore

La casa de los Monroe siempre había tenido un aire solemne, un poco imponente, pero también acogedora. El despacho de mi padre, Julian, no era la excepción. Su escritorio de madera oscura, los libros cuidadosamente alineados en las estanterías y la ventana grande desde donde se veía el jardín bien cuidado, todo era parte de su mundo meticulosamente ordenado. En cuanto entré, sentí una ligera tensión, como siempre, pero al mismo tiempo una cálida familiaridad.

Mi padre estaba en su silla, con la mirada fija en unos papeles, pero al verme entrar, levantó la vista, sonrió ligeramente y me hizo una señal para que me acercara.

—Eleonore, qué agradable sorpresa —dijo con su voz profunda, calmada, como siempre. Su tono nunca cambiaba, pero había algo en sus ojos que me hizo sentir que en este momento sí había un cambio. Se levantó de su silla y vino hacia mí, tomando mi mano con una suavidad que, aunque habitual, nunca dejaba de sorprenderme. Con delicadeza, besó el dorso de mi mano, algo que hacía cuando estaba realmente tranquilo o de buen humor.

—Estás radiante —comentó, observándome con detenimiento.

Su mirada, como siempre, tenía una capacidad de leerme que a veces me resultaba incómoda, pero hoy no. Hoy me sentía más ligera. Sonreí, sintiendo que su elogio era genuino, algo que no siempre podía asegurar con mi padre.

—Gracias, papá —respondí, sin poder evitarlo. No podía negar que su aprobación siempre significaba algo especial para mí.

Él se recargó ligeramente en el escritorio, sus ojos suavemente fijos en los míos.

—¿Y qué te tiene tan feliz, hija mía? —preguntó, con una curiosidad silenciosa que se filtraba en su voz. Estaba claro que algo había cambiado en mí, y él, con su instinto afilado, lo notaba.

Mi pecho se llenó de calor al pensar en Howard, al recordar los momentos que habíamos compartido, lo que estábamos construyendo juntos. En mi mente, no había duda de que él era la razón de esa felicidad tan pura que sentía últimamente.

—Howard... —comencé, casi sin pensarlo. Luego sonreí, como si al pronunciar su nombre se despejaran todas las dudas. —Me hace tan feliz, papá. Es más, de lo que jamás imaginé, y me cuida, me respeta, me hace sentir que finalmente encajo.

Una expresión suave cruzó el rostro de mi padre, como si estuviera asimilando cada palabra con el cuidado que siempre le ponía a todo lo que decía. Se acercó un poco más y, con una mirada que nunca me había mostrado tan abiertamente, dijo:

—Te lo mereces, Eleonore. Te mereces ser feliz. —Pausó por un momento, como si estuviera decidiendo qué decir a continuación, antes de añadir, más serio—: Si él va a cuidarte así, si de verdad te hace feliz... entonces aceptaré que te cases con él.

Mi corazón dio un brinco en mi pecho. No esperaba esas palabras de mi padre, sobre todo porque sabía que él había sido reticente desde el principio. Pero su aceptación, su permiso, en sus propios términos, significaba más que cualquier otra cosa.

—¿Lo dices en serio? —pregunté, mi voz un poco más baja, incrédula.

Mi padre asintió lentamente, su mirada fija en la mía con una seriedad que jamás podría ser malinterpretada.

—Sí. He visto lo que Howard hace por ti, y me alegra verte tan plena. Si él te hace sentir así, te lo mereces. Pero prométeme que, si alguna vez te fallara, lo enfrentarás. No quiero verte sufriendo, hija. —Su tono se volvió más suave, y una pizca de preocupación apareció en su rostro.

—Te prometo que no lo haré —respondí, con la sinceridad que sentía en ese momento.

En ese instante, me sentí más conectada con mi padre que nunca. Sabía que siempre me había cuidado, aunque a su manera, y aunque su forma de mostrármelo nunca había sido la más cálida o efusiva, sentía que en sus palabras estaba el respaldo que siempre había necesitado.

—Te amo, papá —le dije, sintiendo que las palabras, por fin, no sonaban vacías.

—Te amo también, hija. No quiero que olvides eso nunca. — Sonrió, un gesto genuino que se filtró entre las líneas de su rostro, endurecidas por los años de negocios y responsabilidades, pero con un cariño que no necesitaba palabras.

Me levanté, y antes de salir del despacho, me volteé para mirarlo una vez más. Viéndolo allí, tan sereno, sentí que lo que estábamos construyendo con Howard no solo era el comienzo de algo hermoso, sino también una forma de paz para mi familia.

La decisión estaba tomada, y mi futuro parecía más brillante que nunca.

Antes de salir del despacho, algo en mi mente me hizo detenerme un instante. Había algo que no podía dejar pasar, algo que había estado en mi mente durante semanas. Me volví hacia mi padre, sintiendo que lo que estaba a punto de decirle también debía ser dicho ahora, mientras la calma que sentía me rodeaba.

—Papá, hay algo más... —comencé, con voz un poco más grave. Mi padre me miró en silencio, esperando que continuara. La seriedad en su rostro no cambió, pero sus ojos se mostraron atentos, como siempre.

—El padre de Howard... —dije, vacilando por un momento. No quería que mi comentario tomara un giro negativo, pero sabía que no podía ocultarlo más—. Marcus... no está nada contento con nuestra unión. Cree que estamos yendo demasiado rápido, que no es lo mejor para sus negocios.

Mi padre frunció el ceño, su expresión endureciéndose al instante. Sabía que Marcus Wainscott no era alguien fácil de tratar, pero jamás había hablado tan directamente sobre él.

—Lo sospechaba —dijo mi padre, su tono firme—. Pero eso no cambiará lo que ya he dicho. Sin embargo... —pausó, como si estuviera considerando cuidadosamente sus palabras—, intentaré hablar con él. Resolver este tipo de tensiones no será fácil, pero si eso es lo que necesita para aceptar esta unión, lo haré. Haré todo lo que esté en mis manos para que lo entiendas, hija. Nadie te hará daño, lo prometo.




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