Tobías:
Susana golpeaba los barrotes del cuarto despertando a todos, el colchón olía a perro muerto pero a pesar de eso me quedaba aferrado a este, escuchaba los pasos de las personas arrastrase por el suelo. Miro de reojo a mi espalda deteniéndose en Susana quien estaba cruzada de brazos.
— Sabes que no te puedes quedar después de las siete de la mañana, André, las palabras del supervisor fueron claras — dijo. No podía dejar de mirar la fea verruga que tenía por encima de la ceja, le deba un aspecto de bruja malvada.
Me hace señas para que me parara de la colchoneta. Asiento dispuesto a levantarme.
Me dirijo al comedor que se encuentra perpendicular a los dormitorios y me adentro para formarme en la fila. Una sonrisa ladeada se forma en mi rostro al recordar aquellos días en el centro psiquiátrico, no era mucha la diferencia a excepción que los necesitados apestas y los maniáticos gritan.
Me tomo la limonada y mordisqueó el emparedado de atún, al menos así parece, me apresure para llegar rápido a la floristería, era solo cuestión de tiempo que la dulce Darcy llegue a su trabajo y quería sorprenderla, de todos modos no cabe dudas que siempre luce asombrada. Salgo no sin antes abrigarme hasta las orejas, la ventisca de la calle me provoca sacudir mi cuerpo.
Camino calle abajo con la vista al suelo analizando sobre lo que ha acontecido los últimos días, no había escuchado por ningún medio acerca de mi fuga en Indiana Falls, me hacía difícil de creer que no se había difundido a causa de algún soplón o advertido por las calles sobre un supuesto psicópata que se encontrara por los alrededores, tal vez se haya mentido acerca de un asesino y se confiscara el pueblo por ser un presunto escondite del chiflado Tobías.
De un momento a otro había llegado al local Aroma del Carmen, por las rendijas de la persiana se podía observar a Darcy organizar las estanterías hasta desplazarse a mi dirección, me paro recto frente al ventanal esperándola con una morisqueta en mi rostro, pasa un largo rato antes de abrirla, solo se distinguía su silueta detrás de la cortina, de manera inesperada la abre para luego gritar y llevarse las manos a la cara, no había tenido tiempo de arreglarme pero tampoco pensé que me vería tan mal.
— Hola dulce Darcy ¿Me extrañaste? — fue lo único que se me ocurrió decir, parecía en una especie de trance, desconectada del mundo.
— ¿Q-qué crees que haces? Largo de aquí — habló, su tono de voz había cambiado mucho desde la última vez que nos vimos.
— Pensé que te alegrarías de verme — dije fingiendo llorar —, recuerda que me salvaste la vida, tonta — respondí con obviedad, de repente me fijo en sus grandes ojos hundidos e hinchados —, solo quise pasar a saludarte — agregó.
Bufó y se da la vuelta, mi ocupación consiste en indagar, por ahora mi objetivo es encontrar a la hija de Robín, mi instinto indica que es ella y podría serlo, pero sería una coincidencia ficticia encontrarme de la noche a la mañana con Darcy Robin, a juzgar por su aspecto era similar al de Margarite, cabello castaño, ojos color aceitunas, cara ovalada, cuello largo y su manera tan única de caminar, elegante y sumisa a la vez.
Luego de unos minutos me siento como de costumbre en el banquillo frente al ventanal de la floristería, pensándolo bien, es una tarea molesta y sin sentido, se supone que la chica es mayor de edad, puede cuidarse de sí misma, ser independiente o quizás puede que tenga un futuro asegurado mientras yo estaba de brazos cruzados perdiendo el tiempo, se sentía como tener que cargar con una obligación más, podía dejar esto aquí y ahora, al carajo esa chica porque ¿Cuántas Darcy no hay en el mundo?
Miro a mi alrededor y le dedicó una última mirada al local, antes de emprender mi camino, el sol estaba en su punto más bajo para dar paso a la calma de la noche, por fortuna no me percaté en todo el día de la señora que trabaja con Darcy, no quería problemas con la arcaica histérica.
Me levanto del banquillo y me encamino hacia el alberge lo más rápido que consigo para poder dormir en una cama, no pasó desapercibido por las personas e incluso llego a golpear con los hombros. Al llegar las puertas de hierro separan el interior con las aceras, prohibiendo el paso de más personas.
— ¡Mujeres y ancianos primero, son muy pocas las vacantes! — grita un hombre de servicio.