No estás sola, pequeña

No estás sola, pequeña.

Él se había ido.

Él se había ido dejándola sola.

Abandonada en aquel lugar, ese sótano tan por debajo de la luz del día. Él se marchó y ella sabe, en lo profundo de su pequeño ser, que no volverá.

Sólo la oscuridad se extendía hacía donde ella mirara. Sombras y nada más, solo sombras la acompañaban en su miseria, danzando en su agonía, con melodías imaginarias que repicaban en su mente.

El tiempo se volvió una ilusión, días y noches pasaban por igual. Caía en un sueño profundo y al despertar el ciclo volvía a comenzar. La muerte estaba cerca, susurrando a su oído plegarias y arrumos, su cuerpo ya no se movía, no tenía energías. Su momento estaba cerca, pero ella así no lo quería.

Un sentimiento extraño anidó en su pecho, algo que al principio se sintió ajeno, pero segundo a segundo logró calarse hasta sus huesos: ira.

— “No mereces esto” — le murmuró una voz. — “No mereces morir así, solo y abandonada”

Las palabras no la asustaron, solo la entristecieron. Iba a morir sola, y su mente ya estaba divagando en los laberintos de la locura.

— “¿Quieres morir pequeña?”

Sabía que la muerte pondría fin a todo su dolor y miserias, agonías y tristezas, pero…

— “No” —logró decir con debilidad.

No quería morir. Más allá del deseo de cerrar los ojos y dejar el dolor atrás, existía en su pecho otro sentimiento, algo que con el tiempo se arraigó más y más; Venganza.

— “Yo puedo ayudarte, pequeña” “Puedo hacerlo”

Ella parpadeó, a lo lejos, en aquel lugar oscuro y frío, pareció divisar una luz, no, dos luces color rojo que la veían fijamente desde una esquina. No estaba sola.

— “¿Quién eres?” —preguntó, aunque sin miedo en su voz.

Los puntos rojos no se movieron, pero ella pudo sentir un viento frío, estremecer su cuerpo.

— “Soy quien puede ayudarte” “Puedes seguir lo que tu alma implora” ¿Qué deseas, pequeña? ¿Morir? ¿dejar atrás el dolor?

— “No” — volvió a repetir. “No quiero morir”, “No así”

Nuevamente un viento frío estremecía sus frágiles huesos. Su boca, reseca y cuarteada, le reclamaba en dolor con cada movimiento. La respiración se le dificultaba, estaba cerca, la muerte le sonreía pero ella no la deseaba ¡No! ¡No se iría aún!

— “¿Me dejas entrar, pequeña?” —preguntó la voz y ella pudo ver a las luces rojas acercarse, eran ojos. La figura apareció en torno a ellos. Grotesca y a la vez, bella. Ni animal ni humano. Las sombras parecían responder a su presencia, desapareciendo a su paso, el viento silbaba a sus movimientos.

— “Responde niña” —le dijo mientras que con una de sus manos, negras más parecidas a unas garras le acarició el demacrado rostro.

Ella lo miró, directo a esos ojos rojos abismales, y no sintió miedo. Intentó tragar, pero ya no quedaba saliva en su boca.

— “Acepto” — y como si su mente reconociera por primera vez lo que tenía enfrente dijo: “Acepto demonio” “No quiero morir”.

Un rugido bajo escapó del demonio, las sombras danzaron en torno a él, todo su ser se volvió una bruma de tinieblas que la cubrió, abriéndose paso por cada orificio de su cuerpo hasta introducirse por completo en ella.

Su corazón dejó de latir. Su pecho dejó escapar la última bocanada de aire. La vida se escapaba de su quebrado cuerpo “¿La había engañado aquel demonio?”

— “No pequeña” —sintió la voz dentro de su cabeza.

Su cuerpo se levantó del suelo en un solo movimiento, los huesos quebrados de piernas y brazos se acomodaron con un fuerte crujido. La carne se cerró, ahí dónde él la había cortado incontables veces. Sus heridas desaparecieron. Avanzó, en la oscuridad que ya no le impedía ver porque ahora, ella era parte de las tinieblas y llegó hasta unas escaleras, las subió y con una fuerza sobrehumana arrancó la puerta de las bisagras.

El aire limpio, fresco, libre de inmundicias invadió sus fosas nasales. Vio la casa que se abría frente así, muebles, alfombra, adornos, todo tan familiar ya la vez tan extraño. Miró su rostro en el espejo de marco dorado que colgaba sobre la chimenea y sus ojos, aquellos que alguna vez fueron del color del cielo en las mañanas, ahora eran dos fosos negros, completamente negros.

Caminó en silencio hasta llegar al segundo piso, aquel terreno que siempre estuvo prohibido para ella. Se acercó a la puerta, la habitación de él, de ese hombre al que alguna vez ella llamó “papá” y entró sin provocar el más mínimo ruido. Sobre la cama, dormía sin percatarse que ella lo miraba. El olor a whiskey y tabaco era fuerte y penetrante. No, ella no lo quería así, dormido. él tendría que verle la cara mientras ella le arrancara la vida.

Estiró una de sus manos, un tentáculo de sombra salió de él y levantó el cuerpo del hombre la cama, haciendo que este se despertara y la mirara con asombro, pero sobre todo miedo. Sus ojos desorbitados, su pulso acelerado era lo mejor que ella había presenciado, pero sin duda lo que la llevó al clímax, fue ver a aquel hombre, su torturador, mojar sus pantalones.

Una sonrisa adornó su rostro.

— “Hola papi” “¿me extrañaste?”

No tuvo tiempo de responder. Tentáculos de humo negro lo sujetaron de cada extremidad, tirando de ellas sin piedad, mientras que otros extrajeron sus ojos, ella disfrutó comiéndolos. Disfrutó ver como se rompía parte por parte. El cuerpo cayó inerte. Ella ya no tenía más que hacer ahí dio media vuelta y abandonó la casa.

El cadáver del hombre por todas partes en la habitación, su cabeza reposaba aún lado de la mesa de noche, donde una fotografía de su esposa e hijas fallecidas le hacía compañía.



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En el texto hay: misterio, demonios, oscuridad

Editado: 02.10.2020

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