Nadie esperaba que sucediese aquello, todo fue demasiado rápido. Miré al suelo, la sangre empezaba a caer por su frente, nunca había presenciado un asesinato y más de una persona tan allegada a mí, empecé a temblar, caí de rodillas y puse mis manos en su pecho, las lágrimas corrían por mis mejillas.
— No, no, no—estaba en un trance.
Esperaba que alguien se acercara, pero nadie hacia nada.
Miré a Jesús, este observaba el cuerpo de su hermana inmóvil, sus ojos y boca entreabiertos con la cabeza de lado y el disparo en la cien. Con coraje caminó rápidamente hacia Eros, este le apuntó, pero antes de que pudiera disparar de nuevo Jesús logró quitarle el arma. Naím se acercó sin importar el peligro.
— Tranquilo—le dijo, pero Jesús lo empujo y se fue contra Eros.
— Esto no era parte del plan, Eros, ¡Asesinaste a mi hermana!
Al escuchar el nombre mi madre y el padre de Naím intercambiaron una mirada, entendieron quién era esa persona y captaron que lo que yo decía era verdad.
— Yo…yo no…—Eros empezó a tartamudear, las cosas se habían salido de control.
— Vas a pagar por esto.
Sin compasión alguna Jesús recargó el arma y apuntando a la pierna izquierda de Eros, disparó. Él soltó un grito de dolor y se dejó caer, antes de que pudiera disparar en la otra pierna el padre de Naím se acercó y después de forcejear le quitó el arma.
Varios enfermeros, doctores y gente salieron del hospital y rápidamente se acercaron, mi madre sacó su celular y llamó a la policía, aunque uno de los de seguridad ya lo había hecho.
Al ver el cuerpo de Caro intercambiaron una mirada, ya no había nada que hacer. Se iban acercar a Eros, pero el padre de Naím los detuvo.
— No. A él déjenlo hasta que llegue la policía.
— Señor, no podemos hacer eso…
— ¡He dicho que lo dejen!
Mi madre me abrazó, me levantó del suelo y me alejó del lugar llevándome de nuevo dentro del hospital.
No podía dejar de llorar, le había agarrado un cariño enorme a Caro y ella sin deber nada había muerto por mi culpa y la estúpida venganza de Eros.
Varios minutos después la policía llegó, detuvieron a Eros y a Jesús y me hicieron unas preguntas, era importante que diera mi declaración en ese momento, no podía ir a una estación, así que dije todo, absolutamente todo.
Después de que se marcharon mi padre se quedó conmigo consolándome mientras mi madre iba hablar con el padre de Laín. Tras una fuerte discusión se acercó de nuevo hacia mí, me tomó de las manos y me dijo.
— Sé que no estas pasando un buen momento hija, pero necesitamos regresar a casa, entiendo que no quieres dejar a Laín, pero volverás para verlo después. Su padre no nos quiere aquí en estos momentos y yo no hay nada que pueda hacer.
Asentí levantándome y limpiándome las lágrimas, tomamos nuestras cosas y nos dirigimos a la salida, antes de hacerlo miré al pasillo, el padre y Naím nos observaban.
Las cosas se habían salido de control y era momento de partir.