No fue por dinero

Extra

LORENZO BELTRÁN

Sentado tras su escritorio, miraba las fotos de uno de los álbumes familiares de años atrás. Pasaba las páginas lentamente. Su esposa, su primera esposa, aparecía en la mayor parte de las fotografías, siempre sonriente y casi siempre con sus hijos.

Se detuvo en su página favorita. Nunca se cansaba de ver aquellas dos imágenes. Una de ellas mostraba a la familia al completo, un par de meses después del nacimiento de su hijo menor. La otra, mostraba a su hija y a su esposa, ambas riendo mientras la mujer le hacía cosquillas a la niña, sobre su cama.

Sabía que nunca querría a ninguna mujer tanto como había querido a Julia, su primera esposa y madre de sus hijos. Quería a Mónica, su segunda esposa, pero no podía compararla con Julia. Era incapaz de amarla tanto.

Cerró de golpe el álbum familiar cuando escuchó golpes en la puerta.

—Adelante —dijo.

Sus hijos mellizos, Izan y Leonor, entraron en su despacho y tomaron asiento en dos sillas frente a su mesa.

—Padre, hemos logrado que varios policías más estén de nuestra parte —dijo Leonor—. Nos avisarán si reciben información acerca de alguna redada, o si hay abierta alguna investigación que nos pueda afectar.

—Bien —dijo él—. Espero que me deis los nombres de esos policías cuanto antes.

Sus dos hijos se miraron entre sí. Era evidente que no recibirían ninguna recompensa por parte de su padre, y tampoco una felicitación. Acostumbraba a ser un hombre muy estricto cuando se trataba de negocios, y su comportamiento con sus hijos no eran ninguna excepción.

—Padre... aún no has hecho a nadie responsable de esto —comentó entonces Izan.

—Hablas sobre la herencia —dijo su padre, serio—. Aún me quedan muchos años en esto, Izan, y ya sabes cuál será mi decisión. Todos vosotros lo sabéis; no cambiaré de opinión.

—Pero padre...

—Creía que estaríais contentos siempre y cuando no dejase todo esto en manos de los Rojo.

Ni los mellizos ni sus hermanos menores deseaban ver a Gonzalo Rojo y a su madre heredando los negocios de la familia Beltrán. Querían ser uno de ellos, sus hijos biológicos, quienes llevasen en un futuro los negocios de su padre. Leonardo, quien daba importancia a la familia y a la sangre por encima de todo, no había expresado ningún deseo de nombrar herederos a los Rojo.

—Dani no puede ser quien herede, padre...

—Puede y lo hará. Haré lo posible y lo imposible por que así sea y, por el momento, siempre he cumplido mis objetivos.

—Pero...

—¿Acaso no has aprendido aún a respetar y obedecer, Izan? La decisión está tomada, y tus faltas de respeto están comenzando a molestarme.

Leonor, por su parte, se mantenía en silencio. No le molestaba que su padre desease que fuese Dani quien heredase, aunque era algo sumamente complicado. Sin embargo, era consciente de que no lograrían hacer que su padre cambiase de opinión, y lo mejor era no insistir. No los llevaría a nada.

—Lo siento.

—Si vuelves a hacer algo así, te quitaré todas las responsabilidades y estarás fuera del negocio.

—No volverá a ocurrir.

—Eso espero. Puedo ser vuestro padre si se trata de familia, pero en los negocios, no. En los negocios, soy vuestro jefe.

Los mellizos asintieron.

—Padre, esta noche saldremos —dijo Izan—. Iremos Gonzalo y yo, y aún no sé si nos acompañará alguno de mis hermanos. Queremos acercarnos a unos socios potenciales.

—¿Y Leonor? —preguntó el hombre mirando a su hija—. ¿Tú no irás?

—Prefiero quedarme —admitió la joven, algo incómoda—. No me gusta el bar al que irán.

El hombre asintió con la cabeza. Si a su hija no le gustaba aquel lugar, debía de tener sus motivos. No la obligaría a hacer algo que no desease, a menos que fuese estrictamente necesario.

—No dejes que Gonzalo beba demasiado —advirtió Lorenzo a su hijo—. No quiero que hable de más.

—Tendré cuidado con él.

—Eso espero. Es mi hijastro, pero no lleva mi sangre ni se ha educado igual que vosotros, que habéis aprendido a ser precavidos y no dar información a personas que no son de confianza.

Había tratado de enseñarle aquello a Gonzalo por todos los medios, pero el resultado no había sido el ideal. El hijo de Mónica no podía evitar hablar demasiado en algunas ocasiones, pues tomaba confianza con las personas demasiado rápido para el gusto de Lorenzo. No se acostumbraba a ver a las personas que se acercaban a él como posibles enemigos o policías en busca de información. Los Beltrán, por el contrario, investigaban a fondo a las personas con las que se juntaban.

—No comprometeremos el negocio.

—Me alegra oír eso.

Dando por concluida la conversación, los mellizos se levantaron para marcharse. Pero al hombre aún le quedaba algo más que hacer.

—Quédate, Leonor —ordenó.

Murmurando una despedida, Izan salió del despacho, mientras que su hermana melliza se volvió a sentar en la silla, a la espera de lo que su padre tuviese que decir.

—Quiero hablar sobre Dani —dijo el padre, serio. Aquel tema siempre era el más importante para él—. Tus hermanos parecen haberse dado por vencidos, o al menos Izan. Dime, ¿cuento contigo?

—Claro que sí.

—Te lo pregunto como padre, Leonor. Quiero que seas completamente sincera conmigo. No me enfadaré si tú también te has dado por vencida, pero me enfadaré si me mientes.

Leonor lo miró a los ojos. Lorenzo Beltrán tenía los ojos grises, algo que habían heredado todos sus hijos. Era un rasgo que todos los Beltrán compartían y que los hacía fácilmente reconocibles. Pero los ojos del padre solían ser fríos e imponentes, como en aquel momento.

—Padre, yo no voy a rendirme —dijo Leonor, muy segura de sus palabras—. Puedes contar conmigo.

—Bien. Puedes marcharte.

Ella se levantó sin añadir nada más, consciente de que su padre la había creído. El hombre tenía una gran capacidad para saber cuándo alguien mentía y cuándo decía la verdad. Capacidad que había desarrollado a lo largo de tantos años dedicándose a aquellos negocios.




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