No fue por dinero

Capítulo 4

Llevábamos varias horas preparándonos en el bar. La encargada de personal, una mujer de unos treinta años, a la que llamaban Austria por ser de origen austriaco, nos indicó cómo debíamos comportarnos y en qué zona debíamos servir, además del funcionamiento general del bar. Tenía un marcado acento, aunque hablaba bien el castellano. Debía de llevar muchos años en España.

—Debéis tener cuidado, especialmente con los clientes habituales —nos dijo a las nuevas camareras—. No podemos permitirnos cometer errores con ellos, o buscarán otros locales a los que ir.

No solamente éramos Natalia, Paula y yo, sino también dos jóvenes más que acababan de entrar a trabajar allí. El local era grande, y presumía del buen trato al cliente y de su exclusividad, por lo que había aproximadamente quince camareros que se encargaban de que nada les faltase a los clientes y de que estuviesen atendidos en todo momento.

—Por ese motivo, esta noche no os acercaréis a ellos, ni a los reservados. En caso de que algún cliente habitual se sitúe en vuestra zona, os lo haré saber y otra persona se encargará de atenderlo.

Aquello me haría más difícil poder acercarme a Gonzalo, pero era algo que ya había tenido en cuenta. No era probable que permitiesen que una nueva camarera se acercase a la familia Beltrán, arriesgándose a hacer algo que no fuese de su agrado.

—Asegúrate de ver a todo aquel que se acerque a los Beltrán —le pedí a Paula minutos después mientras la ayudaba a ordenar los vasos tras la barra, poco antes de que el local abriera para los clientes.

—No te preocupes, Lara. Todo está planeado; nada saldrá mal.

Me preocupaba no poder prestar total atención a Gonzalo por estar distraída atendiendo a algún otro cliente. Por eso, necesitaba que Paula estuviese pendiente de todos los detalles.

Cuando los primeros clientes comenzaron a entrar en el bar, fue el momento en el que comenzamos a trabajar. Yo me acerqué a la zona que me correspondía servir.

—Lara, por favor, atiende la mesa once —me pidió Austria, que se encontraba junto a la barra, observando todo lo que ocurría—. Sé que no te corresponde, pero tu compañera está muy ocupada ahora mismo.

—Voy —dije, dirigiéndome hacia la mesa indicada.

La mayor parte de los clientes eran hombres, aunque también había algunas mujeres. Todos ellos vestían ropas caras, para que todos pudiésemos darnos cuenta de las grandes cantidades de dinero que manejaban. Pedían también bebidas caras, como champán, y algunos parecían haberse reunido en aquel bar para hablar sobre negocios.

—Tráenos un par de botellas del champán que recomiende Austria —pidió uno de los hombres de la mesa once.

—Bien, enseguida regreso —respondí, dedicándole una sonrisa amable.

Era evidente que al hombre que me había hablado le había gustado, a juzgar por la sonrisa que me dedicó de vuelta. Me alegré de que así fuese, pues mi objetivo era agradar a los clientes.

—Austria, los hombres de la mesa once piden dos botellas del champán que recomiendes —dije.

La mujer los miró y asintió con la cabeza. Se ausentó durante un minuto y regresó al cabo de poco tiempo con un par de botellas de champán que me tendió después a mí.

—Diles que después me acercaré para que me digan si les ha gustado este champán —comentó—. Acabamos de traer esta marca.

Cogí las botellas y, antes de encaminarme de nuevo hacia la mesa, me volví de nuevo hacia Austria.

—Creía que no atenderíamos a clientes habituales —comenté.

Aquellos hombres parecían haber pasado muchas veces por el bar, y era evidente que tenían dinero. No comprendía por qué era yo quien los servía y no una de mis compañeras más experimentadas.

—Esos hombres vienen cada cierto tiempo, pero hay clientes más habituales y que manejan más dinero —me dijo ella.

Incluso entre las personas que yo consideraba adineradas debía de haber diferentes clases, y Austria hacía una evidente distinción entre ellas al atenderlas en el local. No podía permitirse perder a aquellos que eran más poderosos y adinerados.

En cuanto llegué a la mesa, dejé una de las botellas en un cubo con hielos que había a un lado, y abrí la otra para servir el champán en las copas de los presentes, que me lo agradecieron y me dedicaron alguna que otra sonrisa.

—¿Quieren que les abra la otra botella? —pregunté, amablemente.

—Sí, por favor —respondió uno de los hombres.

Mientras abría la segunda botella para que pudiesen servirse cuando deseasen, me alegré de que fuesen educados, y de que no tratasen de propasarse con nosotras. No me gustaría trabajar en un entorno machista e irrespetuoso.

—Austria vendrá más tarde —les dije—. Es un champán que acaban de traer, y querrá conocer su opinión.

—Dudo que Austria escogiese un champán que no fuese bueno; estoy seguro de que nos gustará.

—Eso esperamos —comenté, dedicándoles una última sonrisa antes de retirarme.

Estaba dirigiéndome hacia la barra cuando vi entrar a un nuevo grupo de personas en el local. No habría prestado mayor atención de no ser porque reconocí de inmediato a las dos personas que estaban al frente del grupo: Izan Beltrán y Gonzalo Rojo. Era evidente que eran ellos quienes lideraban el grupo, y a simple vista, lo hacían por igual.

—Paula, ¿puedes ponerme un vaso de agua? —le pregunté a mi compañera, que se encontraba en la barra en aquel momento.

—Claro.

Tomé el vaso y bebí su contenido en cuestión de segundos. Para cuando terminé, Izan y Gonzalo ya se habían sentado en una mesa con quienes los acompañaban. Había tanto hombres como mujeres, aunque ellas no parecían ser sus socias ni parejas, sino que parecían haber sido contratadas para hacerles compañía, dado que el bar no ofertaba un servicio semejante.

—Creo que te necesitan en aquella mesa —comentó Paula, señalando una mesa que se encontraba dentro de mi zona.




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