Héctor estaba, sin duda, más nervioso que yo. Y Pablo, aún más que Héctor, si era posible. El primero me había llamado ya dos veces aquella tarde para asegurarse de que todo iba bien y de que no quisiese echarme atrás, mientras que el segundo repetía una vez tras otra lo que haría en caso de que me hiciesen algo.
—Te matarían antes de que pusieses un pie en esa casa —le hice ver.
—No se atreverían —me contradijo—. En cualquier caso, si ocurre algo, envía un solo mensaje y no dudes de que iré.
—Lo tengo claro, Pablo, tranquilo.
—Y avisa si quieres quedarte a dormir.
—Lo haré.
Aquella tarde, pasé al menos una hora entera en el baño, preparándome. Utilicé las planchas de pelo para hacerme algunos rizos, y me maquillé lo mejor que pude. Generalmente, no me tomaba tanto tiempo para prepararme, pero aquella era una situación especial. Quería causar una buena impresión en los hermanastros de Gonzalo y en su padrastro.
—¿Cómo estoy? —le pregunté a Pablo al salir del baño.
Él me miró de arriba a abajo, examinándome con atención. Él me conocía desde hacía mucho tiempo, y me había visto de mil maneras diferentes. No le resultaba extraño verme tan arreglada, así como tampoco le habría resultado extraño verme recién despertada y con el cabello alborotado.
—Estoy seguro de que les encantarás —determinó—. Estás muy guapa, Lara. Estoy seguro de que incluso en esa fiesta elitista a la que vas a asistir sabrán apreciarlo.
—Muchas gracias.
Pablo no necesitaba mentirme para que me sintiese bien. Si él decía que me veía bien, era porque de verdad lo pensaba. De modo que confié en su opinión.
Cuando Gonzalo me avisó de que se encontraba frente a mi portal, Pablo se tensó. No quería dejarme ir, pero tenía que hacerlo, y lo sabía.
—Espero que esto termine pronto —comentó.
—Estoy segura de que así será. Y, después, sabes que tenemos muchas cosas pendientes por hacer.
Intercambiamos una sonrisa antes de que yo saliese del piso.
Era cierto que aún tenía demasiadas cosas que hacer con Pablo. Planes que íbamos a llevar a cabo cuando aquello terminase. De modo que esperaba que toda la operación saliese bien y pronto el negocio de los Beltrán hubiese caído.
Gonzalo esperaba dentro del coche, el mismo que Leonor había llevado el día anterior. Cuando entré y me senté en el asiento del copiloto, me di cuenta de que el motivo por el que no parecía haber notado mi presencia era que estaba hablando por teléfono. Colgó justo cuando yo me senté.
—¿Hay algún problema? —pregunté.
—Mi madre me ha llamado. Al parecer, mi padrastro considera una falta de respeto a la familia que no esté ya en casa para dar la bienvenida a los invitados.
Era evidente que, a pesar de los años que había pasado junto a los Beltrán, aún no los comprendía. No sabía entender sus costumbres, su concepto de la familia ni la manera en la que todos ellos habían sido educados.
—En ese caso, será mejor que lleguemos cuanto antes —dije—. No quiero que tu familia se enfade contigo, y menos aún por mi culpa.
Acompañé mis palabras de una sonrisa inocente, y supe al instante que lo había convencido. Lo que fuese que iba a decir, pues ya había abierto la boca para hacerlo, murió en su garganta. Un par de segundos después, había arrancado el coche y conducía hacia la casa de su familia.
—No me has contado cómo te fue con Leonor —comentó de pronto mientras conducía—. Aunque, al parecer, hicisteis una buena compra. Estás muy guapa.
Al menos el tiempo invertido en prepararme delante del espejo del baño había dado sus frutos. Gonzalo se había fijado en mi vestido, y en el hecho de que me había esforzado en arreglarme.
—Muchas gracias —dije—. La verdad es que Leonor tiene muy buen gusto.
—Sí, es cierto. No puede decirse que sea una experta en moda ni nada similar, pero tiene buen gusto, o al menos mejor que sus hermanos.
Reí un poco y me centré en el paisaje. Si bien sabía dónde se encontraba la casa de los Beltrán —o mansión—, no acostumbraba a pasar por aquella zona, tan diferente a aquella en la que yo vivía. Era un barrio donde solamente vivían personas con una importante cantidad de dinero. Las casas eran, en su mayoría, lujosos chalets o mansiones, y personal de seguridad vigilaba las calles, contratado por los vecinos, para garantizar que aquella fuese una zona segura.
—Estoy un poco nerviosa —comenté.
Mis nervios crecían a medida que nos acercábamos a nuestro destino.
—No tienes motivos para estarlo. Ya conoces a Leonor, y ella puede ayudarte a integrarte en caso de que tengas algún problema. Todo irá bien.
Gonzalo aparcó el coche delante de una verja, que sin duda delimitaba el terreno de la familia Beltrán. Las puertas de la verja estaban abiertas, y un par de hombres trajeados comprobaban que quienes entraban en la propiedad hubiesen recibido una invitación y sus nombres estuviesen en alguna lista que llevaban en sus teléfonos móviles. Había solamente un par de parejas entrando en aquel momento. El resto de invitados habrían entrado ya o estarían al llegar.
Gonzalo no esperó. Simplemente bajó del coche, y se acercó a uno de los hombres de traje para entregarle las llaves del vehículo. Supuse que el hombre se encargaría de aparcarlo correctamente o de buscar a alguien que lo hiciese por él.
—Vamos —me dijo entonces.
Me dispuse a seguirlo, pero la voz de uno de los hombres me detuvo.
—¿Tiene invitación la señorita?
—No, no la tengo —dije, sin vacilar.
—Viene conmigo —agregó Gonzalo—. Mi padrastro me dio permiso para invitarla. No habrá ningún problema, ¿verdad?
El hombre me miró durante un par de segundos antes de negar con la cabeza y permitirme pasar.
Un camino de piedra se extendía desde la verja hasta la mansión, construida en piedra y con una estructura que la hacía parecer un tanto clásica. Me gustaba. Un jardín perfectamente cuidado se extendía alrededor de la casa, y habían sido colocadas mesas, para que los invitados pudiesen estar allí mientras comían canapés. Una orquesta acompañaba, además, la tarde, con música suave que ambientaba la celebración.
#2576 en Novela contemporánea
mafia amor violencia, mafia crimenes policia mentiras, romance accion y secretos
Editado: 08.01.2022