No todo mejoró. De hecho, al día siguiente, supe acerca de otra mala noticia: no podría participar de ninguna manera en la intervención de la entrega del puerto. Y no solamente no podría participar, sino que, además, no querían que estuviese informada al respecto. Algo que me enfureció.
—¡No es justo! —le grité a Héctor, que estaba al otro lado de la línea.
Él mismo me había llamado para informarme acerca de la decisión de sus superiores.
Me encontraba en la cocina, con Pablo a mi lado. Él había escuchado la mayor parte de la conversación, y fruncía el ceño mientras tomaba poco a poco su café. Tampoco él estaba contento con la manera en la que estaba actuando la Policía.
—Ya sé que no es justo —me dijo Héctor—. ¿Crees acaso que no he protestado por ti? Pero insisten en que lo mejor es que te mantengamos al margen de esto.
—Tal vez estemos infiltradas ahora, pero deberían recordar que Natalia, Paula y yo somos tan policías como vosotros. Y que no pueden simplemente decidir no contarnos nada, como si no formásemos parte de todo esto.
—Es lo que les he dicho. Pero sabes lo tercos que pueden llegar a ser.
—Sí, lo sé... Pero esta actitud me está haciendo reflexionar. Tal vez mi trayectoria en la Policía no sea tan larga como yo pensaba, al fin y al cabo.
Ni me pidió explicaciones, ni yo se las di.
El modo en el que la Policía actuaba y se organizaba no me estaba gustando. Trabajaba con ellos porque era la manera de reunir pruebas contra la familia Beltrán y detener su actividad, pero una vez conseguido mi objetivo, no tenía sentido continuar como policía. Especialmente, después de cómo habían actuado durante las últimas horas.
—Deberías dejar de trabajar en la Policía —comentó Pablo cuando terminé la conversación con Héctor—. Y buscar un trabajo más... seguro.
—Y tú también —le recordé—. ¿O acaso no recuerdas cómo llegaste a casa hace poco?
Mi trabajo conllevaba un cierto riesgo, pero el suyo también. Aunque trataba de no decírselo, me resultaba imposible evitar preocuparme, pues era consciente de que cualquier día le podía ocurrir algo. Y, en aquel momento, Pablo era la persona más cercana que tenía. Pensar en que pudiese ocurrirle algo era inconcebible para mí.
—Cierto —admitió—. Pero, por el momento, tengo que seguir con mi trabajo. No sé lo que haré en el futuro.
Él se marchó a trabajar, y yo me quedé para prepararme.
Aquel día no me vestí de manera elegante, y apenas me maquillé, a diferencia de lo que había hecho en la celebración de cumpleaños de Eloy. Dado que era una simple comida familiar a la que Gonzalo me había invitado, me vestí de forma sencilla.
No habíamos hablado aquel día, pero ya habíamos quedado en que me pasaría a recoger, y fue lo que hizo. A las doce y media en punto, un vehículo azul oscuro aparcó delante de mi portal. Yo ya estaba esperando fuera, y cuando aparcó, entré en el coche.
Gonzalo tardó en arrancar. Tenía el coche en punto muerto, como si pensase estar un rato más ahí parado.
—Sé lo que sucedió ayer —comentó en voz baja—. Lo siento mucho.
—No fue por tu culpa —respondí.
—No por mí, pero sí por mi hermano. Sé que tú no hiciste nada, y que, a pesar de ello, tuvo más peso la palabra de Izan. Y siento... siento mucho no poder hacer nada para que te readmitan. Él es mi hermanastro, es hijo de Lorenzo, y yo no lo soy.
Lo sabía perfectamente, al igual que todos. A Gonzalo debía de molestarle darse cuenta de ello, pero la realidad era que sus hermanastros tendrían siempre mucho más poder que él por ser hijos de Lorenzo. Ellos serían quienes heredarían, en el futuro, todo cuanto su padre tenía, y quienes llevarían adelante el negocio familiar. No lo compartirían con Gonzalo, quien no era su hermano biológico.
—No pasa nada; lo comprendo —dije—. La familia puede ser realmente molesta algunas veces.
—Intenté hablar con mi padrastro, pero no me escuchó. Dice que no quiere meterse en conflictos entre hermanos, como si esto se tratase de una simple disputa familiar y no se hubiese quedado alguien sin trabajo.
Lorenzo Beltrán sabía perfectamente que aquello no era un simple conflicto entre hermanos. Sabía que Izan despreciaba a Gonzalo por no ser parte de su familia. Pero no hacía nada. Prefería dejar que su hijo y su hijastro solucionasen sus problemas por sí mismos, sin su intervención en favor de ninguno de los dos.
—No tienes que disculparte por nada, Gonzalo —lo tranquilicé—. Olvídalo.
—Puedo intentar buscar otro trabajo para ti —propuso—. Puede que mi padrastro pueda ayudar en esto, o buscaré alguien que busque contratar a alguien.
—No te molestes. Por el momento, no me hace falta nada. Puedo estar algo de tiempo sin trabajo, y buscar tranquilamente la mejor opción. No necesito apresurarme.
Él asintió, algo más tranquilo. Al menos sabía que no tendría problemas en un futuro cercano por lo que su hermanastro había hecho.
—Bien. Pero, si necesitas algo, no dudes en hablar conmigo. Aún no puedo dejar de pensar en que, de no ser por mí, aún tendrías trabajo.
Al fin, tras aquella conversación en su coche, arrancó. Siguió exactamente el mismo camino que había seguido el día de la fiesta, que era el más directo hacia su casa. Apenas hablamos durante el camino. Él estaría dándole vueltas aún al tema de mi trabajo, mientras que yo pensaba en cómo sería aquel segundo día con su familia.
—¿Nerviosa? —me preguntó para romper el silencio.
—Un poco —admití.
—Al menos conociste a mi familia en la fiesta de cumpleaños de Eloy. Los conociste a todos, ¿verdad?
—Sí. Pero esta vez es diferente, ¿no crees? El día de la fiesta hablé durante unos minutos con cada uno, pero esta vez será una comida. Serán conversaciones más largas, y los conoceré más. Y ellos a mí, por supuesto.
—Estoy seguro de que les caerás bien.
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Editado: 08.01.2022