No fue por dinero

Capítulo 15

El primer armario que abrí estaba lleno de libros con aspecto de álbumes de fotos. Cogí uno de ellos, al azar, y lo abrí. Lo único que había dentro eran fotografías de Lorenzo Beltrán y su familia. La mayor parte de las imágenes mostraban a niños pequeños jugando o riendo. Y en algunas incluso aparecía Julia, la primera esposa de Lorenzo y madre de todos sus hijos.

Cerré el armario cuando me di cuenta de que todo lo que encontraría allí eran fotografías. Vi que Natalia estaba examinando los papeles del escritorio, pero tampoco debía de estar encontrando nada interesante, a juzgar por su expresión.

—Son todo facturas de luz, agua... —me dijo cuando se dio cuenta de que la estaba mirando.

—Yo solo he encontrado fotografías —le dije.

En el siguiente armario, había cuadernos y carpetas. Tomé una de aquellas carpetas y la abrí. Estaba dividida alfabéticamente, y allí había lo que parecían ser fichas de personas, tal vez gente investigada por Lorenzo Beltrán, o tal vez personas con las que trabajaba o había trabajado. Aquello era un comienzo. Estaba segura de que, en alguna de aquellas carpetas, habría información que pudiera resultarnos útil.

—Creo que... —comencé a decir.

Entonces, me callé. No porque no supiese qué decir, sino porque había escuchado un ruido y, al mirar hacia la puerta, vi con horror cómo la manivela estaba girando. Natalia lo vio también.

No tuvimos tiempo de escondernos como ocurría en las películas. Simplemente nos quedamos allí, esperando a que nos descubriesen.

Y nos descubrieron.

Los primeros en entrar fueron dos hombres armados, vestidos de colores oscuros, que probablemente habrían estado vigilando la casa sin que nosotros los viésemos. Después entró Leonor, también armada. No mostró sorpresa al vernos, como si pudiese haber esperado algo así por nuestra parte. Vi que Izan estaba fuera del despacho, junto a Roi, que aún bostezaba, y tras ellos, varios hombres más, armados, esperaban por si necesitaban intervenir.

Despacio, para que vieran que no teníamos intención de atacar, levanté las manos.

—No vamos armadas —dije.

Los dos primeros hombres que entraron nos apuntaban a Natalia y a mí directamente. No dudarían en disparar si recibían la orden de hacerlo o si sospechaban que nos disponíamos a hacer algo. Pero no me amedrenté por ello.

—He de admitir que no esperaba que fueseis tan tontas como para entrar en el despacho de mi padre así —comentó Leonor—. La puerta tiene un sensor, y avisa cada vez que se abre. Cuando nuestro padre no está, nosotros recibimos una señal en el móvil cuando ocurre.

Yo ni siquiera me había planteado que pudieran haber instalado una tecnología similar. Debía de haberlo pensado, y no haber trazado aquel plan tan rápido. Pero, al ser el despacho una de las estancias de la mansión, no habíamos esperado que estuviese tan protegido.

—Sois policías, ¿verdad? —preguntó Leonor. Sabía la respuesta, pero quería tener una confirmación de nuestra parte.

Yo miré a Natalia. Quería asegurarme de que ella estuviese de acuerdo en responder y, cuando asintió con la cabeza en mi dirección, hablé.

—Sí, somos policías —dije.

—Y supongo que tú, de alguna manera, obtuviste información sobre la entrega y lograste así detener a mi hermano —intervino Izan, que me miraba con odio. Al menos ahora, tenía un motivo para justificar aquel odio hacia mí—. Nunca me has caído bien; siempre he sospechado que ocultabas algo.

—Sí, fui yo quien obtuvo la información —le confirmé.

Roi, que permanecía junto a su hermano mayor, no dijo nada. Se limitaba a observarme con una expresión a medio camino entre la indiferencia y la compasión. Lo cual constataba el hecho de que era el más diferente de todos los hermanos, al que menos le gustaba la violencia y participar activamente en el negocio.

—Izan... —comenzó a decir el menor de los hermanos.

—No, Roi —lo cortó el mayor—. No podemos ser tan buenos. Lo siento.

Roi no insistió, sino que dio media vuelta y se alejó, como si no quisiese saber nada más de lo que pudiese suceder a continuación.

—De no saber que estabais al tanto de la entrega y tener contactos en la Policía, podríais habernos fastidiado de verdad —informó Leonor—. Hicisteis un buen trabajo, en realidad. Una lástima que el nuestro fuese mejor.

—Los móviles —ordenó uno de los hombres que nos estaban apuntando.

Tanto Natalia como yo dejamos nuestros móviles sobre la mesa de Lorenzo Beltrán, y uno de los hombres que habían quedado atrás entró a recogerlos, de manera que en ningún momento dejaron de apuntarnos. Esperaba que, cuando destruyesen mi móvil, Héctor se diese cuenta de que no recibía sus mensajes e hiciese algo por ayudarnos. Aunque no tenía muchas esperanzas.

—Comprobad que no llevan nada —demandó Leonor.

El hombre que nos había quitado los móviles y otro que entró, se acercaron a nosotras, que continuábamos con las manos en alto, para comenzar a registrarnos. El que se situó frente a mí era joven, no pasaría de los treinta años, y tenía una mirada decidida. Colocó las manos a ambas manos de mi cintura y las subió, palpando para asegurarse de que no llevaba ningún arma ni nada que pudiese emplear como tal. Comenzó con el torso, y después pasó a los brazos y a ambas piernas.

Me sentí incómoda cuando sus manos pasaban por mi cuerpo, pero él tenía expresión seria. Se tomaba en serio su trabajo. Yo me mantuve también impasible. Tenía miedo porque no sabía qué harían conmigo, pero no quería demostrarlo.

—No lleva nada —dijo el hombre cuando terminó de registrarme.

—Tampoco esta —contestó el otro.

—Bien. En ese caso, llevadlas abajo. Hablaremos con nuestro padre y nos encargaremos de ellas.

El hombre que me había registrado me sujetó del brazo con fuerza y me sacó del despacho, pasando por delante de los mellizos Beltrán. Era una lástima que no estuviese allí Eloy. Me hizo bajar a la planta baja y, una vez allí, movió un espejo de cuerpo entero que colgaba de la pared, revelando una puerta que nunca antes había visto.




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