No fue por dinero

Capítulo 18

Lorenzo Beltrán sabía cómo hacer una buena entrada. El coche de lujo en el que llegaba no aparcó a un lado, sino en medio del camino, y el conductor bajó del vehículo para abrir la puerta y que Lorenzo, mi padre, pudiese bajar. Tras él, lo hizo Oscar. Y ambos, vestidos con caros trajes oscuros, se encaminaron hacia la mansión, seguidos por los guardaespaldas.

Pero yo no me dejé impresionar por aquella entrada.

Había mandado esperar dentro al personal en lugar de salir a recibir a los recién llegados. Mis hermanos también esperaban en el interior de la casa. Supuse que estarían mirando a través de las ventanas de alguno de los pisos superiores para saber qué sucedía, como cuando éramos niños.

Si a mi padre le resultó extraña mi presencia allí, no lo demostró, porque avanzó con total seguridad hasta que yo me moví y avancé hacia los dos. Entonces, se detuvieron. Oscar colocó incluso una mano sobre su arma.

—¿Por qué estás aquí? —preguntó Lorenzo Beltrán. Su tono provocaba escalofríos en cualquiera, pero no en mí—. Creí que estabas muerta.

—Un día me dijiste que, en tu ausencia, yo era la cabeza de familia —le recordé—. Así que he decidido salir a recibirte.

Por un momento, nadie dijo nada.

Mi padre dudó por primera vez en mucho tiempo. Dio un par de pasos vacilantes hacia mí, y fue entonces cuando vio el verdadero color de mis ojos. Grises. Mi cabello había vuelto a su color original, pero al ser de noche, apenas se apreciaba. Sin embargo, los ojos fueron suficiente.

—Dani —susurró.

Antes de saber lo que estaba ocurriendo, mi padre me estaba abrazando. Él, que no acostumbraba a dar muestras de cariño en público, me abrazaba como si temiese perderme o no hubiese un mañana. Y yo le correspondí de la misma manera.

—Papá, yo...

—No digas nada —me interrumpió—. Hablaremos de todo esto en un rato.

Oscar sonreía. Pude verlo cuando mi padre retrocedió un paso para verme bien. Desde que tenía uso de razón, Oscar siempre había estado al lado de mi padre, como s amigo y mano derecha. Era como un tío para mí. Como de la familia.

—Hola, Oscar —dije.

—Me alegro de que estés de vuelta, niña —me dijo él, visiblemente emocionado, pero conteniéndose un poco.

—Papá, he ordenado que preparen una mesa para dos en el comedor privado para poder cenar a solas contigo —le expliqué a mi padre—. Pero, si no quieres, podemos cenar con toda la familia en el comedor grande.

—No, quiero cenar a solas contigo —me dijo mi padre—. Creo que tenemos mucho de lo que hablar.

Asentí con la cabeza.

Eché a andar hacia la casa junto a mi padre. Oscar nos seguía de cerca, pero dándonos un poco de espacio. Respetándonos.

Antes de entrar, sin embargo, me detuve.

—Pablo Medina está en casa —advertí—. Después te explicaré el motivo. Quiero que se le trate bien, como a un invitado.

—Bien. Pero tendrás que darme una buena explicación si quieres que lo trate como a un invitado siendo su familia una familia rival. De lo contrario, estará fuera esta misma noche.

Dicho aquello, entramos en la casa. Mis hermanos esperaban en la entrada para darle la bienvenida a nuestro padre, pero él apenas los hizo caso. Solamente miró a Pablo dos segundos más de lo necesario, y dijo que debía hablar conmigo.

Oscar sí se entretuvo un poco más saludando a Patrick, que se encontraba allí. Pero su hijo se mostraba algo esquivo, y no dejaba de mirarme.

—¿Qué es lo que te pasa? —oí preguntar a su padre, comenzando a estar molesto—. ¿Por qué miras a Dani todo el tiempo?

Aquello llamó la atención de mi padre, que ya se estaba marchando. Se giró hacia Patrick, el hijo de su mejor amigo, con gran curiosidad.

—¿Estabas mirando a mi hija?

—Lo siento mucho —se disculpó Patrick—. No quería incomodar a nadie.

—Más te vale. Ella es mi hija mayor, mi heredera, y tú trabajas para nosotros. No olvides cuál es tu lugar.

—¡Esto es absurdo! —estallé—. No sé qué problema hay en que esté con Patrick. Porque sí, papá, estamos juntos.

Entonces, todos se quedaron en silencio, observándome. Sin poder creer la manera en la que había hablado a mi padre. Hacía mucho tiempo que nadie, ni siquiera sus hijos o su esposa, se atrevían a hablarle de aquella manera; estaba segura de ello.

Mi padre también me miraba fijamente, sin hacer comentario alguno durante unos segundos, durante los cuales todos contuvimos el aliento.

—Así que estás con Patrick —comentó. Su mirada pasó entonces al hijo de su mejor amigo antes de continuar—. Esto resulta... inesperado. No voy a tomar ahora mismo una posición acerca de vuestra relación, pero, de cualquier manera, él debe recordar su lugar.

Una vez dicho aquello, echó a andar hacia el comedor privado, dejándonos a todos atrás. Oscar estaba visiblemente aliviado de que no hubiese tomado represalias contra su hijo en aquel mismo instante. Y yo me sentía culpable.

—Lo siento —le dije a Patrick—. No he podido contenerme.

Patrick se separó de su padre y caminó hacia mí. Me habló en voz baja pero, como todos estaban en silencio, pudieron escuchar lo que decía sin mayor dificultad.

—Entiendo que querías defenderme —comentó—. Yo he temido por ti durante unos segundos. Creía que tu padre se enfadaría por la forma en la que has hablado.

—Yo también —admití.

Entonces me encaminé hacia el comedor privado, donde había una mesa preparada para dos personas. La comida estaba en varias fuentes en el centro de la mesa. Había pedido que no nos molestasen durante la cena para poder hablar con intimidad y sentirnos lo más cómodos posible.

Mi padre estaba sentado.

—Papá, yo...

—Siéntate —me ordenó.

Obedecí y me senté. Una vez que estuve sentada, él hizo un asentimiento para darme permiso para hablar.

—Pablo Medina me ayudó a marcharme, y ha estado a mi lado durante todos estos años —le expliqué a mi padre—. Y no puede marcharse porque... porque espero un hijo suyo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.