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― ¿Me abandonas y después de diecinueve años vuelves? –Preguntó él-
Aquel que se encontraba frente a él era Lucifer en persona pero también era su padre.
¿Qué hago? ¿Lo abrazo? Pensó Sorath.
En ese momento él no sabía dónde estaba Kiria y, ¿Por qué no estaba a su lado? Desde luego no sentía miedo porque aquel ser no llegaría a lastimarlo.
Puso una pausa a sus pensamientos para escuchar las palabras de su padre.
―Da gracias a que a ti no te crucificaron por mi culpa –Contestó riendo-
― ¿Ha que has venido? Lucifer –Preguntó Sorath seriamente-
―He venido a entregarte estas tres llaves –Dijo sonriendo- Envidia, Ira y Soberbia...pero, ya no las necesitas porque estoy frente a ti. ¿O no lo estoy?
Esa tontería de las llaves era parte de su juego, y Sorath lo sabía.
―Deja tus juegos psicológicos –Dijo Sorath-
―Sólo quiero decirte el secreto de la existencia, ¿no es eso lo que todos quieren? –Preguntó Lucifer- Nunca puedes estar seguro de qué es la realidad y qué no lo es. A menos, claro, que seas yo o él. O incluso ambos.
― ¿Tú o Dios? –Preguntó Dirk-
―Si –Contestó él-
― ¿Cuál es el secreto?
―Que tampoco puedes saber si somos reales o no.
Sorath trataba de comprender todo eso y el simple hecho de tenerlo frente a él y observarlo a los ojos suponía un gran esfuerzo.
― ¿Por qué no? –Preguntó Dirk-
―Porque ustedes, la humanidad no está lista para vernos, nos mostramos ante pocas personas y esas personas son llamadas locos o dementes.
―Pero tú has dicho que no podemos saber si son reales o no.
―Exacto, si no hubieras visto cómo acabé con ese ángel, en éste momento pensarías que estoy loco.
―Ciertamente lo haría.
― ¿Y qué pasaría si tú vas y le dices a alguien que yo soy el Diablo, Lucifer, el Demonio o cualquier otro sobrenombre que me otorgues?
―Pensarían que estoy loco y...terminaría en un manicomio.
Una pregunta pasó por la mente de Sorath en ese momento, ¿Cuál era el nombre real de Lucifer? Todos aquellos eran apodos. ¿Acaso él había acogido el nombre de Lawliet como propio?
Esa pregunta no tenía importancia en esa ocasión, no debía formularse verbalmente.
―Ya vas entendiendo. ¿Alguna otra pregunta?
―Ésta es la pregunta del milenio –Dijo Sorath sonriendo- ¿cuál es la meta? ¿Cuál es el propósito de la vida?
Sin duda alguna todas las personas en el mundo querían la respuesta a esa pregunta.
―No hay metas, en la vida, la vida es la meta –Contestó- Y en cuanto a propósitos, son los que tú te propongas cumplir. Tu esfuerzo es el que vale, les damos un fragmento de lo que ustedes llaman Tiempo como ventaja antes de que se conviertan en, nada. A menos que sean lo suficientemente estúpidos como para dejarte caer en la pereza, avaricia y todos los pecados capitales, ese tipo de personas me dan su alma para convertirse en mis trabajadores, pero en vida los convierto en personas poderosas y adineradas.
¿Tú que piensas? Hijo mío, ¿Su alma vale eso?