No hay Tormenta que nos separe

I

Cuando se anunció por radio la alerta de tormenta, Fabián ya estaba en la carretera. En el asiento trasero llevaba la TV de setenta y dos pulgadas que le regaló a Isabel en su segundo aniversario y en el de copiloto, una bolsa plástica con medicamentos y una hoja de receta, plegada de tal manera, que parecía un librito hundido en el fondo.

Las gotas de lluvia empezaron a caer sobre su auto. Pesadas e inexorables. Parecía que el cielo se deshacía en rocas. El teléfono no paraba de sonar. Desde que despertó en el suelo de su apartamento ya le habían dejado más de veinte mensajes. Fabían escuchó los dos últimos: «Señor Contreras, estoy intentando comunicarme con usted desde la mañana. Hace cinco minutos que dio inicio el evento de presentación de su libro. ¡Su primer libro!, y usted aún no ha llegado. Su talento para la literatura se compara solo con un horrible sentido de la responsabilidad. Lamento profundamente que esta sea la forma en la que vaya a comenzar nuestra relación laboral. Espero su llamada» Un suspiro llenó su pecho. Escuchó la siguiente nota voz: «No debí contarte lo de las pastillas de Isabel, regresa a tu casa Fabian, mira el cielo, se avecina una tormenta»

La carretera desaparecía frente a sus ojos. Las luces borrosas de los autos eran lo único que le marcaba el camino. Diez kilómetros más y llegaría sin previo aviso al viejo edificio de apartamentos al que Isabel se mudó desde hace más de un mes. Ella había sido diagnosticada con trastorno de bipolaridad a los veinte años y Fabian, a pesar de saber lo que eso supondría, se arrodilló sin pensarlo dos veces y luego de abrir una pequeña caja de terciopelo en la cual reposaba un anillo, le pidió matrimonio. La luna y las olas del mar fueron los únicos testigos.

Los años posteriores fueron una montaña rusa de emociones, con altos que los llevaban a las estrellas y bajos que los transportaban hasta el infierno. Habían aprendido a vivir así, en un intento por mejorar su relación hasta que Isabel sufrió un accidente que la dejó con un dolor crónico en la pierna. Luego de eso, todo se vino abajo. Su esposa sentía en lo más profundo de su corazón que él merecía alguien que lo pudiera hacer feliz, así que se fue sin decir nada dejándolo hecho pedazos.

La tormenta parecía no tener fin. Fabian encontró el edificio de apartamentos a duras penas. El estacionamiento para visitas tenía techo, pero se encontraba un poco alejado de la caseta de administración en donde se debían anunciar todos los visitantes. Le dijo su nombre al guardia de seguridad quien llamó al apartamento. Un hombre le contestó y a los pocos minutos bajó.

—No deberías estar aquí. —dijo el hombre con voz seca.

—¿Quién eres? ¿dónde está Isabel? —preguntó Fabián sin poder disimular la sorpresa.

—Un amigo. No es bueno que te vea en el estado en el que se encuentra. Será mejor que te vayas.

—Un amigo... —dijo Fabián a duras penas. Un nudo le apretaba la garganta—. Entrégale este paquete por mí. Ahí están sus pastillas.

—Gracias pero yo ya se las compré —respondió el hombre con frialdad en la voz.

—Entiendo. De todas formas nunca están de más.

—Gracias, ahora, vete por favor.

Fabian le dio la espalda y empezó a caminar con pies de plomo hacia su auto mientras la lluvia lo envolvía

—Dile que su cuenta de netflix aún está activa. Se lo mucho que debe extrañar ver sus series mientras se recuesta en el sofá. —dijo y se le llenaron los ojos de lágrimas.

Abrió la puerta de su auto y se marchó, entonces, el hombre abrió el paquete, sacó el papel que se encontraba en el fondo pero no le dio tiempo a leer. Isabel apareció y se lo arrebató.

—Esto es de Fabián verdad? —Isabel leyó la carta y comenzó a llorar y gritar su nombre tan fuerte como pudo. Salió con la tormenta hacia los estacionamientos y luego a una calle que no le ayudaba a su cojera. El dolor se hacía cada vez más intenso. No era el de su pierna, si no el de su corazón. Fabian se había ido, tal vez para siempre. En sus manos, un poema escrito en un pedazo de papel manchado con la huella de una taza de café que había emborronado varios versos.

¿Cuántos días tenemos sin vernos,

sin respirar de tu boca, sin hacer el amor?

¿Por qué cada segundo parece un infierno

varado en la orilla de un recuerdo tan tierno

que me lleva hasta ti como un pescador?

¿Sabes lo difícil que es navegar sin tenerte?

¿Sabes que tus manos, tu mirada y tu risa

se pasean por mi barco como la brisa

de la tarde que se muere por verte?

Tengo un amor contra viento y marea.
Pero tu ya no quieres arribar a mi puerto.

“Debes surcar un sendero menos incierto”

¿Eso fue lo que pensaste?
¡Tu sonrisa era mi vida y me la quitaste!

¿Acaso no sabías que decidir por mí,

me dejaría como estoy…

Aquí…

Muerto…

muerto…

Tan muerto.

Fabian continuó. No vió el árbol en medio de la carretera. Su cabeza impactó contra el parabrisas y todo se volvió negro. Cuando despertó, las luces blancas y el olor a hospital fue lo primero que pudo percibir, entonces, el rostro de Isabel con lágrimas en los ojos le hizo pensar que todo había sido un sueño. Hasta que ella le dió un beso en la boca que lo trajo de nuevo a la realidad. Fabian había despertado de un coma de tres años, no podía escuchar nada, pero pudo leer en los labios de su amada que repetían una y otra vez, “perdón, te amo”



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En el texto hay: drama, amor, ruptura amorosa

Editado: 11.10.2024

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