—Tal vez fue coincidencia —sugirió Edgar, pero no había cabida para esa palabra. Y aunque por un instante tuvieron intenciones de montarse en el elevador, la idea quedó descartada de inmediato.
—Que nadie se acerque a ese ascensor —exclamó Gabriel antes de ayudar a Estefany a incorporarse.
Ella tomó su mano y pudo sentir como temblaba; la situación lo justificaba por completo.
—Muchachos, no sé qué está pasando... pero tenemos que conservar la calma, poner el miedo de lado y concentrarnos en encontrar a Diego. Por favor, se los pido, mantengámonos juntos —expresó Gabriel, haciendo un esfuerzo titánico para no ser el primero en rendirse.
Todos asintieron con suavidad, intentando no dejarse dominar por el pánico, aunque todo lo que habían visto fuese razón suficiente. Ese instante de calma donde pudieron respirar y darse consuelo no les duraría demasiado.
Potenciada por el eco de aquella gran sala vacía, un chillido de pavor resonó con potencia hasta llegar a sus oídos, logrando que sus corazones se aceleraran.
—¡¿Diego?! ¡¿Dónde estás, Diego?! —preguntó Victoria, pero no hubo respuesta.
—¡Fue en el piso de arriba! —respondió Estefany corriendo hacia la derecha, dejando atrás el lobby de ascensores.
De frente se encontraron unas escaleras en U estrechas y de escalones altos, con un pequeño descanso que ellos recorrieron con grandes zancadas. Llegaron al primer piso esperando ver a Diego, pero la esperanza se diluyó al compás de un soplo de aire frío que los petrificó ante una tétrica puesta en escena.
En principio todo era normal; un área amplia con algunas mesas, viandas de comida y sillas fijadas al suelo, y, sin embargo, al fondo, en una zona vacía bordeada por seis columnas robustas, numerosas sillas plásticas llenas de suciedad se hallaban puestas en círculo y en el centro, en posición fetal, una chica lloraba desesperada, con el rostro oculto tras una maraña de cabello.
Una voz resonó, ya en sus mentes o proveniente de algún pasillo aledaño; no supieron distinguirlo, pero los cuatro escucharon una voz dulce, acompañada de risillas.
—¿Y ahora qué harán?
Buscaron frenéticos al emisor de esas palabras, pero a la vista solo estaba aquella mujer en posición fetal.
—¿Fue ella? —Victoria la miró con suspicacia.
—Está llorando... creo que —Estefany dio un paso al frente, empujada por una corazonada que era más fuerte que las cadenas de miedo que la sujetaran. Cada centímetro que avanzaba lo hacía con gran cautela, tratando de distinguir algún rasgo humano, hasta qué...— ¡Naira! —gritó su nombre mientras intentaba socorrerla y los demás la seguían de cerca— ¡¿Qué haces aquí?!
Era una joven pequeña y morena, de pelo castaño, liso y largo. Tenía un short corto, una blusa holgada y estaba descalza. Sus pies lucían maltratados por una larga marcha, al igual que sus manos. El temor y la desconfianza dieron paso a la pena.
Todos conocían a Naira, era una compañera de entrenamientos casual, demasiado amable y carismática como para pasar desapercibida.
¿Cuánto tiempo llevaban sin saber de ella? ¿Una semana? ¿Dos tal vez? A nadie le resultó extraño, pues Naira no solía responder con frecuencia los mensajes que le enviaban. ¿Qué hacía ahí entonces? Parecía ser un misterio incluso para ella, que entre lloros y temblores no logró articular ninguna palabra los primeros minutos luego de ser encontrada.
Gabriel la veía de reojo; la movieron a una de las sillas fijas, libres de suciedad, e intentaron consolarla mientras él, desconfiado, no dejaba de mirar alrededor. Las luces del techo proyectaban sombras deformes en las paredes, y aunque los pasillos estaban bien iluminados, los sutiles sonidos provenientes de estos hacían entender que no estaban solos.
—¡Tienes que calmarte, Naira! —exclamó Edgar con carácter, tomándola por los hombros.
—Lo sé, lo sé, solo... solo... ya. Ya estoy tranquila.
—¿Qué haces aquí?
—No estoy segura... todo paso muy rápido. Hace una semana mi amiga Alison y yo veníamos de un evento en Aula Magna y cuando íbamos a la salida nos desviamos al baño de esta facultad. De pronto se cortó la luz y cuando volvió estábamos aquí. Este mundo no es natural, es como otra dimensión —explicó temerosa, mientras Estefany la consolaba con suaves caricias.
—¿Has estado mucho tiempo aquí? ¿Qué has bebido? ¿Qué has comido? —Edgar estaba impresionado, pero también sentía un resquemor al ver los ojos marrones y llorosos de Naira. No notó que los otros lo miraban con recelo por interrogarla con tanta dureza.
Naira tartamudeó, pero ese detalle paso desapercibido para todos menos para él, que seguía esperando una respuesta razonable.
—Ah, es que no he sentido hambre o sed, el tiempo pasa muy extraño aquí —se justificó vagamente.
Edgar estaba deseoso de insistir, pero Victoria se le adelantó con impaciencia.
—¡¿Has visto a Diego?! ¡Algo lo hizo entrar aquí!
—¡Sí! ¡Sí lo vi!
Una sensación cálida de alivio y alegría los invadió a todos. Estaban a tiempo para salvar a Diego, y por un segundo los eventos sobrenaturales que sucedían parecieron menos aterradores.
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Editado: 14.09.2023