Lo que comenzó como un trote suave se convirtió en una carrera desesperada cuando las paredes, las puertas y el techo comenzaron a crujir y sacudirse. Los fuertes golpes tras las puertas y el rugir del hombre al final del pasillo eran ensordecedores, repitiéndose una y otra vez.
«¡Abran la puerta! ¡Ábranla!», clamaba al escucharlos escapar del pasillo, de regreso a la pequeña zona de mesas que habían dejado atrás.
Hubiesen seguido corriendo, pero una barricada de mesas y madera podrida evitaba el paso al pasillo de la derecha. A su vez, la escalera de bajada había desaparecido tras otro muro tosco... todos los caminos estaban bloqueados, salvo por el lobby de los ascensores donde estaba el elevador de la izquierda, que había subido solo y seguía con las puertas abiertas, invitándolos a ascender.
Aunque los gritos y el temblor cesaron en un agónico aullido, un malestar en el estómago le dejaba claro a Gabriel que no estaban a salvo... mucho menos cuando escuchó el rechinar de la puerta abriéndose al fondo del pasillo. Voltearon con dificultad, en un intento de ser valientes, pero no se veía a nadie, solo una puerta abierta, y otra que se abría con lentitud frente a ellos, la primera aula a la que habían entrado.
La reacción inmediata fue retroceder a toda velocidad hasta que estuvieron pegados de la pared, pero a medida que pasaron los segundos y ningún enemigo salía al encuentro de ellos, se fueron acercando para ver lo que había en el interior.
Lo que fuese un salón iluminado con cuadernos y bolsos se había deteriorado hasta ser irreconocible. Las paredes estaban cubiertas de un limo asqueroso que emanaba un olor amargo que llegó hasta el paladar de Estefany haciéndola vomitar. Los asientos estaban oxidados, la madera estaba podrida por la humedad y las ventanas estaban selladas con bolsas negras.
En el centro del todo había una barra metálica que conectaba hacia arriba a través de un orificio redondo que goteaba un líquido rojo y aceitoso, y hacia abajo un hoyo tan oscuro como la fosa por el cual había caído el ascensor minutos atrás.
—La subida que estábamos buscando —Habló Naira con disgusto.
Gabriel se acercó con cautela y tocó la barra, oscurecida por el óxido. «Está seca... podríamos treparla. Creo que todos podrán». Volteó a mirar a Naira, que aunque lucia cansada también se veía resuelta, capaz de realizar aquella labor física... «Pero ¿quién subirá primero?». Esa era la pregunta que podía interpretarse al ver sus rostros, aunque nadie se aventuraba a hacerla.
—Deberíamos bajar —intuyó Edgar.
—Te volviste loco —Naira no demoró un segundo en increparlo mientras señalaba a la fosa— ¿entrar ahí?
—Si esto es un juego, como tú dices, el payaso o lo que sea querría confundirnos. Es obvio que él sabe que no nos subiremos al ascensor... pero ¿y si nos quiere hacer creer que debemos subir? En el cuaderno decía «No le crean».
—Seguro se refería a que no le creyésemos al hombre del final del pasillo —intervino Estefany, recobrando la compostura.
—Claro, pero ¿y si en realidad esa pista no es del payaso? Gabriel, dijiste que la letra era fea, escrita con prisas, y apenas la leíste nos ahuyentaron de la habitación.
—Sí.
—¿Qué tal si la pista no nos la dejó el payaso? ¿Y si más gente ha estado atrapada en este juego?
El razonamiento de Edgar era lógico, pero Naira no tuvo que decir mucho más para contradecirlo. Se levantó la blusa a la altura de la costilla, mostrando un rasguño profundo que los desalentó de inmediato.
—Aprendí bastante pronto que ese ente no necesita engañarnos. Si quiere matarnos lo hará.
Poco podía responder Edgar a eso y se quedó en silencio, aunque su mente seguía maquinando. Algo no estaba bien y él lo sabía, lo sentía.
Por otro lado, Gabriel sostenía la barra con firmeza, creyendo que era su responsabilidad ir primero; si alguien caería en una trampa mortal en ese juego perverso, tenía que ser él... y aunque en su interior estaba resuelto a hacerlo, sus músculos no respondían. Nadie se movió hasta que un grito lejano, agudo y desgarrador, los sorprendió a todos.
—¡Ya basta! —Victoria no cupo más dentro de sí y se puso en acción.
Comenzó a trepar aquella barra mientras los otros se preguntaban si ese que grito había sido Diego o si acaso era un presagio del funesto final que compartirían. No tenían tiempo para hacerse tales preguntas, pues otro miedo los invadió; Victoria había terminado de subir y pasaron algunos segundos en los que no dijo nada.
—¿Qué ves, Vicky? —Gabriel sonaba preocupado, con la voz ahogada.
—Suban, no puedo ver nada y no encuentro mi teléfono.
Se pusieron en marcha tan rápido como pudieron y cuando llegaban arriba se tomaban de las manos, angustiados por la idea de que algo fuera a jalarlos, a separarlos y sumergirlos en la penumbra. Escuchaban sonidos sutiles, pero lo bastante claros como para disuadirlos de usar las linternas... aunque sus corazones clamaba por el más mínimo destello. De saber lo que verían hubiesen deseado que las luces permanecieran apagadas.
Un zumbido tenue sobre ellos antecedió el paulatino encendido de la luz fluorescente, dejando a plena vista el gran número de alimañas que pululaban a su alrededor. Una marejada de ratas deformes y sin pelo, de jorobas y garras horribles, compartían alimento con escolopendras titánicas, largas como un brazo y gruesas como un bate, que reptaban por las paredes y por el techo podrido, amenazando con caer sobre ellos con sus cientos de patas rojas y antenas como cuernos.
Todos se quedaron petrificados para no alterar a las hórridas criaturas, mientras miraban alrededor buscando una salida.
En una esquina, amontonadas sin cuidado, reposaban numerosas bolas negras y abultadas amarradas con cinta de embalaje. Chorreaban un líquido marrón pestilente, y las ratas roían con ímpetu pequeños huesos con carne podrida adherida a ellos. Los pupitres oxidados del piso anterior habían sido reemplazados por astillas y trozos filosos de metal carcomido, y a la izquierda de ellos, junto a la puerta, los restos de una pizarra con un dibujo hecho con tiza blanca; un pictograma con cuatro personas de cabeza que Edgar contempló con cuidado.
#547 en Terror
#700 en Paranormal
acertijos, un ente que puede cambiar la realidad, dimensiones extranas
Editado: 14.09.2023