Teniendo frente a ella la puerta del ascensor abierta de par en par, se dio la vuelta y con toda la fuerza que quedaba en sus brazos intentó abrir el elevador de la derecha.
—¡¿Qué haces?! —La increpó Naira creyendo que iba a saltar al vacío. La sujetó por la herida y Estefany se sacudió con violencia.
—¡Confía! —le gritó antes de empezar a apretar el botón con insistencia.
Un sonido delicado; un timbre leve sonó al mismo tiempo que el hueco del ascensor se agitaba, como si un amasijo de metal chocara contra las paredes. Todo ese ruido se unió a la orquesta de rugidos y los gritos de los muchachos que, espantados, veían como la bestia sedienta de sangre les ganaba la batalla.
El ascensor a sus espaldas que los estuvo acosando desde que entraron al edificio comenzó a temblar y sacudirse, la luz blanca que iluminaba su interior se tornó negra ante la mirada aterrorizada de Naira, en tanto una silueta oscura se proyectaba tenuemente, una persona de más de metro ochenta de altura las veía a ambas con ojos amarillos y brillantes. Estefany sentía esa mirada en la nuca y fue justo eso lo que le dio el último empujón. Dando el salto de fe más grande de su vida, dio un paso hacia la oscuridad del ducto.
Naira estiró la mano, tomándola por el brazo para evitar que cayera al vacío, pero no hizo falta, pues una luz carmesí se encendió iluminando el ascensor de la derecha, mientras el ascensor a sus espaldas se estremecía con violencia y comenzaba a subir dando tumbos violentos.
—¡Vengan, rápido! —exigió Estefany mientras Naira se montaba con ella.
Gabriel y Edgar soltaron la reja y comenzaron la larga carrera hasta el lobby de los ascensores. No habían terminado de cruzar la esquina cuando la reja se reventó ante la fuerza desmesurada de la bestia salvaje, que si no se les echó encima de inmediato fue porque la sangre en el suelo lo hizo resbalar. Y aun así, sintieron la respiración húmeda y pesada del monstruo detrás de ellos.
Gabriel apenas terminó de montarse cuando Estefany ya estaba presionando repetidas veces el botón de cerrado para que la criatura mal formada no se subiera con ellos.
Quedaron los cuatro apretados en el ascensor, y aunque la puerta se estaba cerrada eso no impedía que la bestia intentar forzarla con sus golpes titánicos. Aquello no era más que una jaula metálica oxidada con un bombillo rojo sobre sus cabezas que iluminaba parte del ducto, paredes toscas cubiertas por baba marrón, ventiladores potentes sonaban al fondo y una sierra de carnicería que parecía estar rebanando huesos. El tiempo se agotaba, pues la puerta poco a poco parecía abollarse ante las embestidas de la criatura.
El panel de controles, donde debían estar los pisos del uno al siete, era en realidad un juego confuso con cien botones distintos, algunos pocos reconocibles y otros, pictogramas indistinguibles de un garabato hecho por un niño.
—¡¿Y ahora?! —Naira temblaba ante la idea de que la puerta cediera.
Miraron el botón que marcaba el piso doce, pero cuando Estefany iba a presionarlo, Edgar la detuvo.
—¡No!... la maldita cosa que nos trajo aquí está jugando con nosotros. El último piso, tenemos que ir al último piso. Recuerda lo que había en la pizarra, no le hagamos caso, ni once ni doce...
«Pero ¿Cuál es el último piso?». Edgar meditaba intentando interpretar los botones, su ceja se arqueaba y se llevaba la mano a la barbilla, mientras los otros veían atterrados como la puerta cedía poco a poco tras cada golpe.
—Edgar, no sé qué estás pensando, pero apúrate por favor —insistió Gabriel, interponiéndose entre la puerta y los demás.
«Pasamos del piso uno al piso menos siete... ¿Cuándo subimos del lobby a qué piso subimos? ¡¿Por qué no me fije?! Algo me falta, no entiendo este lugar ¿estamos de cabeza? Sí, ese dibujo en la pizarra... Si estamos de cabeza... ¿A dónde debemos ir?», se preguntaba acelerado mientras veían uno por uno los botones, reconociendo entre ellos una rueda, un siete, un catorce, un ocho, cuatro figuras de cabeza y mucho más.
—¡Edgar! —le gritó Estefany.
—¡¿A dónde iba Diego?! —preguntó al ver la primera uña sanguinolenta del oso atravesar el metal.
—¡Abajo, bajaba las escaleras! —chilló Naira.
Un instante después, Edgar intento girar la figura de los cuatro de cabeza en un intento extraño por resolver el rompecabezas, pero no podía hacerlo, el botón estaba fijo. Por lo que simplemente lo presiono y luego de eso presiono el piso siete. El piso más alto que se suponía, tenía el edificio.
De pronto el mecanismo se puso en marcha, chirriando mientras el ascensor poco a poco comenzaba a descender, agitándose con fuerza mientras los cuatro jóvenes se abrazaban. Todos cerraron los ojos esperando lo peor, todos menos Edgar que miraba el tablero con los botones.
—Maldita sea —exclamó afincando cada sílaba al ver, escondido al fondo a la derecha, el símbolo que estaba buscando. Los cuatro jóvenes de pie—. Por favor, Dios, que no me haya equivocado.
Con la misma facilidad con la que se puso en marcha el elevador se detuvo, dejando que la puerta se abriera ante ellos. Parecían haber llegado a un sitio normal, limpio e iluminado, incluso podían escucharse algunas voces en el fondo. Edgar se atrevió a apretar otro botón, pero la luz se había apagado y el panel ya no le daba respuesta.
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Editado: 14.09.2023