No lo llamaría error

Capítulo 1

Valeria empujó la puerta de la habitación de su pequeño y, como cada mañana, el corazón se le encogió de amor. Matti dormía de lado, abrazando una almohada, con sus manitas juntas bajo la mejilla y una expresión de paz absoluta que desarmaba cualquier rastro de cansancio en ella. Sintió una punzada de culpa al interrumpir ese sueño profundo, pero no tenía opción.

Se acercó con pasos silenciosos y se sentó en el borde de la cama, con un cuidado exagerado para no alterar el colchón.

—Buenos días, mi amor —susurró, acercando los labios a su oreja antes de sellar un beso suave en su cachete—. Es hora de despertarnos.

El niño frunció el ceño, un gesto de descontento que arrugó su frente. Sus grandes ojos marrones se entreabrieron con pereza hasta enfocarse en el rostro de su madre.

—No —refunfuñó, enterrando la cara en la almohada—. No quiero.

—¿No quieres acompañar a mami al trabajo? —preguntó Valeria, alisándole el cabello.

—No —gritó, apretando los párpados con fuerza, como si con eso pudiera hacer desaparecer la mañana.

—Entonces, ¿no quieres ver a Camila, ni a Ricky?

—No.

—¿Tampoco quieres entrar a la piscina?

Como por arte de magia, el ceño fruncido se esfumó. Matti se incorporó sobre la cama, se frotó los ojos con los puños y esbozó una sonrisa amplia que dejó al descubierto sus pequeños y perfectos dientes.

—¡Sí! —gritó, la emoción borrando todo rastro de sueño—. ¡Quiero acompañar a mi mami!

Valeria se levantó y lo tomó en brazos, acomodando su peso familiar en la cadera. Matti le enlazó el cuello con sus brazos y le plantó una ráfaga de besos húmedos en la mejilla.

—Te quiero, mami.

—Yo te quiero mucho más —replicó ella, devolviéndole un beso tan sonoro que hizo reír al pequeño.

El ritual del baño fue, como siempre, una batalla campal. Valeria lo dejó luchar heroicamente con su playera, que por un momento pareció tragárselo, hasta que finalmente logró liberarse. Una vez en la tina, rodeado de sus juguetes, era imposible sacarlo.

—Cariño, es hora de salir, o mami llegará tarde.

—¡No! —protestó, haciendo olas con su tiburón de goma.

—¿Quieres que despidan a mamá?

—Eres la jefa. No despiden a los jefes —replicó él con una lógica impecable mientras su tiburón atacaba a un pato de hule.

Valeria no pudo evitar reír. Engañar a su hijo era cada vez más difícil. —Entonces no llegarás temprano para bañarte en la piscina.

La magia de esas palabras funcionó al instante. Matti salió del agua como un resorte y se puso a saltar, impaciente, mientras su madre lo secaba con la toalla. Antes de que ella pudiera decir nada, salió disparado hacia su habitación. Cuando Valeria lo alcanzó, ya sostenía triunfante un traje de baño y una camiseta.

—Eso no, cariño.

—¡Sí, para la piscina! —insistió.

Valeria le sonrió, le tomó las prendas y, en su lugar, eligió una camisa a cuadros y unos jeans de su armario. Matti empezó a poner morritos, pero el gesto se congeló cuando vio a su madre guardando el traje de baño en su bolso. Un pacto tácito: la piscina llegaría más tarde.

[...]

—Aquí tienes, mi amor —dijo, colocando ante él un plato con plátano y queso—. Tu desayuno favorito.

—Gracias, mami —Matti sonrió y se lanzó sobre la comida como si no hubiera comido en días.

Valeria se quedó observándolo, absorta. Era un milagro de su sonrisa, de la luz en sus ojos. Era suyo. Por completo. Y pensar que hubo un tiempo, una versión anterior y destrozada de ella, que quiso renunciar a este amor. Un nudo de emoción y culpa le cerró la garganta.

—¡Mami, ya terminé! —anunció, bajando de la silla y tomando el plato con determinación para llevarlo a la cocina.

Ella lo siguió de cerca y, como había anticipado, intervino justo cuando sus manitas no lograban alcanzar la encimera, tomando el plato antes de que acabara en el suelo.

—¡Yo puedo solito! —protestó, con el ceño fruncido—. ¡Soy un niño grande!

—Lo sé, mi campeón. Solo voy a lavarlo yo para ir más rápido —negoció Valeria con una sonrisa.

Matti pareció conformarse y corrió al recibidor, donde aguardaba su mochila. Tras recoger su bolso, Valeria lo siguió hasta la puerta, donde el pequeño esperaba dando saltitos de impaciencia.

—Voy a llegar tarde a la piscina —se quejó, cruzando los brazos con dramatismo, cuando el auto se detuvo en medio del tráfico matutino.

—Todo por quedarte más tiempo en la bañera —rio ella, aliviada por su dramática expresión—. Pero te bañarás esta tarde. Te lo prometo.

Dobló en la esquina y, dos calles más adelante, apareció el Costa' Castle, su hotel. El pequeño milagro que había construido con sudor y préstamos. Tomás, el siempre leal cuñado, la había ayudado a conseguir la propiedad, y de algún modo, lo demás había ido encajando.

Aparcó frente a la entrada y le pasó las llaves a Julián, el valet. Al abrir la puerta, Matti se lanzó hacia fuera y, en su entusiasmo, tropezó. Valeria lo atrapó en el aire con un movimiento reflejo y lo cargó en su cadera, subiendo la escalinata.




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