No lo llamaría error

Capítulo 2: El regreso de un fantasma

El personal, un grupo pequeño pero eficiente, tomó asiento alrededor de la lustrada mesa de caoba. Valeria permaneció de pie, apoyando las yemas de los dedos en la fría superficie para disimular el temblor que le recorría las manos. El zumbido en sus oídos aún no cedía.

—Tenemos una noticia importante —comenzó, clavando la mirada en un cuadro de la pared, lejos de sus caras expectantes—. Este fin de semana alojaremos un evento nupcial. Una boda íntima.

"Boda". La palabra le quemó la lengua como un trago de ácido.

—¡Y no es cualquier boda! —saltó Camila, incapaz de contener un brillo de emoción—. ¡Es la boda de Dante Lombardi! ¡El magnate! Imagínense el prestigio para el Cliffhaven.

Un murmullo de asombro recorrió la sala. Tito silbó bajito, impresionado. Julián, el jefe de mantenimiento, se enderezó en la silla como si le hubieran anunciado una visita real. Solo la chef Carmen, con los brazos cruzados sobre su delantal impecable, permaneció impasible, evaluando las implicaciones logísticas para su cocina. Ellos veían un hito, un salto al estrellato. Valeria veía la llegada de su verdugo a su santuario.

—Así es —confirmó Valeria, alzando la vista con un esfuerzo sobrehumano. Su mirada era un muro de hielo, un dique contra el pánico—. Por eso necesito profesionalismo absoluto. Serán cuarenta invitados, pero son... influyentes. La reputación del Cliffhaven pende de un hilo con esto.

Los asentimientos fueron unánimes. Mientras desgranaba instrucciones sobre protocolo, horarios y los menús que Carmen ya estaba diseccionando mentalmente, su voz sonaba plana y mecánica, como si leyera un guión ajeno. En su mente, solo una pregunta resonaba, obsesiva y aterradora: ¿Cómo voy a soportar verlo sin desmoronarme?

Fue entonces cuando la pequeña y devastadora voz irrumpió desde debajo de la mesa, donde Matti jugaba a esconderse con su conserje de juguete.

—¡A mami no le gusta el señor Dante!

El silencio fue instantáneo y cortante, como si alguien hubiera desconectado el sonido del mundo. Valeria sintió que el suelo cedía bajo sus pies. Todas las miradas —la curiosidad alerta de Camila, la confusión de Tito, la perspicacia silenciosa de Carmen— se clavaron en ella, cargadas de una pregunta unánime y repentina.

—No es eso, cariño —logró decir, con una voz que se le quebró en un susurro ronco—. Es solo una boda... muy importante. Mucha responsabilidad. —Su explicación sonó tan frágil como se sentía.

Camila, recuperándose con la agilidad de una buena segunda al mando, intervino para salvar la situación. —¡Bueno, es una gran noticia y mucho trabajo! Todos a sus puestos, por favor. Necesitamos pulir cada detalle. —Y comenzó a guiar al personal fuera de la sala con urgencia, antes de que surgieran más preguntas incómodas.

En cuanto la puerta se cerró, la fachada de Valeria se resquebrajó por completo. Se dejó caer en una silla, las piernas convertidas en gelatina. Un temblor fino, incontrolable, la recorría. Matti salió de su escondite y tiró suavemente de su falda.

—Mami.
—¿Sí, mi amor? —Su voz era apenas un hilo. Lo alzó, buscando anclarse a la realidad en su peso familiar, en el olor a champú de niño que emanaba de su cabello.
—¿Podré bañarme en la piscina? —preguntó él, con sus grandes ojos oscuros —sus ojos— llenos de una esperanza que le partió el alma.

Al mirarlo, una ola de sobreprotección tan feroz que casi la ahogó la inundó. No. No. No puede estar aquí. No puede cruzar su mirada con la de ese hombre. No puede convertirse en una curiosidad para él.

—No, cariño —respondió, y esta vez su voz era un susurro cargado de una tristeza y una determinación absolutas—. Creo que este fin de semana... será mucho mejor que te quedes en casa de la tía Sol. Tomás vendrá a buscarte.

La decisión, dolorosa pero necesaria, estaba tomada. Tenía que protegerlo. A él y a la frágil mentira que era su vida.

[...]

El aire en la sala de recepción estaba quieto y cargado, como antes de una tormenta. Valeria se había rehecho a la carrera en su oficina: una capa de labial que sentía como una máscara, el pelo recogido en un moño tan tenso que le tiraba de las sienes, una chaqueta de corte impecable que le servía de armadura. Sobre la mesa de caoba, tres expedientes estaban perfectamente alineados. Sus manos, sin embargo, seguían traicionándola, temblando ligeramente sobre el papel.

Él no lo sabe, se repitió mentalmente, como un mantra. No sabe que soy la dueña. No sabe sobre Matti. Yo tengo el elemento sorpresa, yo controlo este territorio.

Pero la ventaja se sentía frágil, como un cristal fino que podría romperse con una mirada equivocada, un tono de voz, un suspiro.

Tomás llegó por la puerta trasera, su rostro amable marcado por una preocupación profunda. —¿Estás segura de que quieres hacer esto, Vale? —preguntó en voz baja, tomando la mano de Matti.

—No tengo opción —respondió ella, abrazando a Matti con una fuerza que hizo que el niño protestara—. Es negocio. Solo negocio.

—Ese hombre nunca fue "solo negocio" para ti —susurró Tomás, con una tristeza que delataba el conocimiento de toda la historia—. Y tú nunca lo fuiste para él. Ten cuidado. No subestimes lo que es capaz de hacer si se siente desafiado.

Cuando se fueron, Valeria respiró hondo, un jadeo seco y doloroso. Los tenía a salvo. A Matti y a Sol. Eso era lo único que importaba. Ahora solo quedaba la batalla.

[...]

La puerta del despacho se abrió con una puntualidad aterradora a las cuatro en punto. Camila anunció con voz clara, aunque algo tensa: —Señorita Costa, el señor Lombardi y su prometida, la señorita De la Vega.

Valeria se puso de pie, las piernas como de gelatina. Forzó los músculos de su rostro en lo que esperaba fuera una sonrisa profesional, neutral, vacía.

Él entró primero. Dante Lombardi. El tiempo, en un acto de injusticia suprema, parecía no haberlo tocado. Iba vestido con una elegancia casual y costosa que habría costado más que el sueldo mensual de todo su personal combinado. Detrás de él, Alessandra De la Vega era una visión de perfección fría y calculada: piel de porcelana, pelo negro lacio como una cortina de seda impecable, vestida con un atuendo que parecía acabado de desfilar en Milán.




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