La puerta del jardín se cerró a sus espaldas con un golpe sordo, pero el eco de la confesión de Dante —"No puedo"— se había incrustado en sus huesos, en la médula de su ser. No era el rugido del depredador lo que la aterraba ahora, sino el gemido quebrado del hombre que, en un instante de devastadora claridad, había vislumbrado el fantasma de su propia alma vacía y ahora se aferraba a él con la desesperación de un náufrago a un tablón podrido.
En la fría soledad de su oficina, la certeza la golpeó con la fuerza contundente de un martillo: su victoria en el jardín había sido un espejismo, un espejismo peligroso. Le había soltado "la casa de la playa" en su arrebato de rabia, un detalle aparentemente menor que ahora brillaba en su mente como un faro de imprudencia. Un error imperdonable. Un hilo delgado pero resistente del que un hombre como Dante no tardaría en tirar con toda su fuerza. Ya no se trataba de si Dante actuaría, sino de cuándo lo haría con la fuerza total y despiadada de su maquinaria.
Su primer movimiento fue frío, práctico, desesperado. Descolgó el teléfono interno, marcando el número de Tomás con una mano que apenas temblaba.
—Tom, confirma los vuelos de contingencia. Ahora. —Su voz era un hilo tenso, privado de toda emoción.
—¿Está tan grave la situación? —la voz de Tomás era un eco grave de su propia alarma contenida.
—Peor de lo que imaginamos. Dante canceló su boda. Eso no es el final; es el caos que precede a la guerra total. —Respiró hondo, el aire le ardía en los pulmones como si respirara cristales—. Matti y yo necesitamos poder evaporarnos. En horas, Tom. No días.
—Los vuelos a Buenos Aires y Santiago que reservé están en standby. Pero Valeria... —su voz se cargó de preocupación— son vuelos comerciales con escalas, de doce horas como mínimo. Nada discreto. Rastreables.
—Entonces es solo el plan B. Necesitamos un plan C. Algo que ni su dinero pueda rastrear fácilmente. Revisa buses internacionales a Portugal por la frontera de Badajoz. Rutas secundarias, empresas locales. Y el efectivo, Tom. ¿Tenemos suficiente?
—Tenemos para manteneros a ti y a Matti tres meses en modo discreto. Pero si él moviliza a sus contactos en Interpol o en las aerolíneas...
—Lo sé —lo interrumpió, cerrando los ojos con fuerza, como si pudiera bloquear la imagen de esa red global cerrándose sobre ellos—. Por eso necesitamos salidas que ni él, en su mundo de jets privados y resorts, pueda anticipar. Rutas de hormiga, Tom. Es nuestra única ventaja.
[...]
Mientras, en el jardín, la paz fraguada a duras penas fue brutalmente quebrada.
La puerta se abrió de golpe, estrellándose contra el muro de piedra. Alessandra estaba en el marco, su belleza esculpida en hielo puro y una furia tan intensa que parecía distorsionar el aire a su alrededor.
—¿Un hijo, Dante? —escupió las palabras como si fueran veneno—. ¿Después de toda tu retórica sobre legados y pureza, resulta que tu único heredero es el vástago de esa... empleada que encarcelaste?
Dante no se volvió, mantuvo la espalda hacia ella, una silueta rígida contra los jazmines. —Esto no te concierne, Alessandra. Sal.
—¿Qué no me concierne? —Su risa era un sonido cortante, desprovisto de toda alegría—. Mi familia ha invertido capital social, reputación y millones en esta farsa de boda. Nuestras empresas tienen fusiones pendientes que valen miles de millones. ¿Crees que voy a permitir que un bastardo surgido de la cárcel arruine el legado de los De la Vega y ponga en riesgo nuestras inversiones?
—La boda se cancela —declaró él, con una fatiga infinita que parecía consumirlo—. Es un hecho.
—Oh, no —avanzó entonces, con la elegancia felina de una pantera, hasta quedar a un palmo de él, su perfume caro formando una nube agresiva alrededor de ambos—. No te saldrás de esta con un simple "se cancela". Si piensas reconocer a ese mocoso y convertirlo en un Lombardi, te equivocas de cabo a rabo. —Su voz bajó hasta convertirse en un susurro venenoso, letal—. Un hijo ilegítimo, nacido de una criminal, es el punto débil definitivo. Una mancha en un linaje. Y las manchas, Dante querido, se limpian. Se borran.
Dante se giró entonces, y la velocidad de su movimiento fue tan violenta, tan cargada de ira contenida, que Alessandra dio un paso atrás instintivamente, un raro destello de miedo cruzando sus ojos. Sus ojos no eran los del frío empresario, sino los de un animal herido y peligroso, con las entrañas al aire.
—Escúchame bien, Alessandra —su voz era tan suave como el filo de una daga de hielo, pero cada palabra llevaba el peso de una losa—. Si un solo pelo de la cabeza de ese niño toca el suelo por tu culpa, o por orden tuya, o por un suspiro malinterpretado de alguien de tu familia... no habrá rincón en este mundo, ni banco suizo, ni isla privada donde tu apellido pueda esconderse de mí. Lo juro por todo lo que soy. ¿Está absolutamente claro?
Alessandra palideció, la sangre abandonando su rostro perfectamente maquillado. Pero mantuvo la compostura, enderezando la espalda con dignidad herida. —Esto no ha terminado, Dante. Para nada. —Su mirada, fría como el acero, lo recorrió de arriba abajo—. Tú y tu... herencia inesperada, tendrán que vérselas conmigo.
Salió del jardín con la misma brusquedad con la que había entrado, dejando tras de sí el fantasma de su perfume caro y la promesa tangible de una venganza que ahora tenía un blanco claro y despiadado: un niño de cuatro años.
[...]
La noticia de la tormenta inminente llegó a Valeria con la discreción de una bomba detonando en su santuario.
Camila entró en su oficina sin siquiera tocar, el rostro descompuesto, los ojos llenos de una alarma que no podía disimular.
—Señorita Costa, hay... un incidente en el lobby. La señorita De la Vega y el Sr. Lombardi... —Hizo una pausa, tragando saliva con dificultad—. Ella gritó algo. Algo sobre... "el niño". Varios huéspedes de la suite premium lo oyeron con claridad. Estaban... consternados.
Valeria sintió que el mundo se desdibujaba por un instante, los colores perdiendo intensidad. "Los huéspedes oyeron." La frase resonó en su mente. El secreto ya no lo era. Había trascendido el ámbito privado del chantaje y la culpa para convertirse en un rumor público, un arma suelta y sin control en manos de cualquiera, un virus que se propagaría sin remedio.
—Gracias, Camila —logró articular, forzando su voz a mantenerse nivelada—. Por favor, ofrezca mis disculpas personales a los huéspedes afectados. Cualquier queja, descuento del cincuenta por ciento en su cuenta. Lo que sea necesario para contener esto.