A la deriva yo derivo los mensajes de mi Tierra.
“¡Paren ya!”, exclama ardiente, ella está que quema.
“¡Me siento débil!, parece que ya no dan mis piernas…”,
vocifera entre temblores, de los cuales, pocos se detectan.
“El tiempo pasa y la vida ha dejado de ser bella”.
La desilusión la ha llevado a extinguir a las aves más tiernas.
“No puedo respirar, ni tampoco descansar”,
morada y ultrajada intenta balbucear.
“¿Es este el precio de ser la madre Tierra?”,
se cuestiona, aunque el amor de madre la obliga a perdonar.
“Les suplico, sólo cinco minutos, quiero caminar”,
plasma entre el augurio de una pequeña calamidad.
“Les suplico, sólo diez minutos más”,
barbotea, aunque esta vez, ya no para de llorar.
Su grima es tan fuerte, que la nación, la nota un poco más.
Cultivos y niños están pereciendo por ese gran huracán.
Así, de esta forma, yo derivo los mensajes de mi amada Tierra.
Nuestros hechos son relevantes aún después de su existencia.
¿Acaso no nos damos cuenta? Pronto dejará de ser ¡ELLA!
Esa noble flor se marchitará con toda y su belleza.