Érase una vez en una en una tierra no muy lejana, un joven alto, de ojos grises y porte gallardo que había robado innumerables suspiros desde antes de que tuviera uso de razón. Sin necesidad de un título nobiliario, era capaz de reinar donde fuera. Como si de un encantamiento se tratara poca gente podía negarse a sus demandas, con el chasquear de sus dedos era atendido, creciendo así, no fue una sorpresa que con el tiempo se volviera un tanto engreído .
Viviendo en un mundo de espejos en donde cada sonrisa que daba le era devuelta sin esfuerzo se le hizo muy fácil perderse y olvidar que la corona no hace al príncipe. Ajeno a su propia historia que poco a poco se iba llenando de colorines descoloridos y finales repetidos.
Llegó la hora de que al príncipe se le acabe el cuento.