No me bajes las estrellas

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Karen, la chica más guapa, dulce, servicial y amigable del pueblo caminaba a la secundaria muy temprano para mantener su racha de puntualidad. Su casa se encontraba en medio de una huerta, cruzaba una, dos o tres parcelas con diversos sembradíos para llegar a la calle principal, doblaba a la izquierda con prisa portando un impecable uniforme y sus pesados libros bien guardados en su mochila púrpura; su alta y delgada figura no se detenía, quería llegar a tiempo y cumplir como la excelente alumna que era. Su largo cabello castaño oscuro estaba sostenido con una diadema azul cielo y una liga negra a la mitad de la caída, su piel apiñonada combinada a la perfección con sus grandes y oscuros ojos repletos de largas y rizadas pestañas, su sonrisa era su adorno más bello y no se podía ignorar su pequeña nariz coqueta apuntando al frente. A sus 14 años era la niña más bonita del pueblo, del país, quizás, del mundo entero, o al menos eso pensaba Miguel, mientras la observaba desde atrás de un viejo árbol de tamarindo enfrente de la escuela. El joven llevaba un tiempo enamorado de Karen y no se atrevía a confesarle sus sentimientos, pues en un principio, se consideraba un poco feo e indigno para ella, pero pasado cierto tiempo, su altura había aumentado, sus brazos y piernas se veían más fuertes y su voz sonaba más varonil. Cuando se miraba al espejo comenzó a tener mayor confianza en sí mismo. Él había reprobado un año para seguir viéndola y pensaba que ya era el momento de pasar al siguiente nivel, se armó de valor y se acercó a ella durante el receso.

-Tengo algo que decirte, te espero a la salida, detrás del Gran Tamarindo- dijo con firmeza y se retiró sin más.

Las amigas que la rodeaban comenzaron a reírse con picardía y no tardaron en empezar a darle consejos de amor, era obvio que aquél chico iba a confesarse. Karen se sentía presionada, nunca había tenido un novio; se había concentrado todo ese tiempo en mantener sus calificaciones e imagen de niña modelo ante la sociedad, no podía decepcionar a sus padres provocando un escándalo en el pequeño pueblo.

Secretamente, ya se le habían confesado otros niños, pero los rechazaba sin miramientos: un simple no y daba media vuelta, acelerando sus pasos para alejarse lo más pronto posible de aquellos individuos que consideraba torpes y ridículos. El qué dirán era más importante para ella.

Durante las clases se mantuvo meditativa, aquél chico le había parecido un poco simpático, pero no sabía nada de él, si era de buena familia o si tenía calificaciones decentes; recordó los consejos que su abuela le daba siempre sobre no dejarse engañar por los hombres. Suspiró. Estaba nerviosa a pesar de que ya había rechazado propuestas anteriores. A la hora de salida, el corazón de Miguel palpitaba muy rápido, estaba emocionado. Se sentó en una piedra junto al árbol de la cita y esperó a Karen con una bella rosa roja en las manos, la niña salió de la escuela y divisó a lo lejos al chico; dio un paso adelante y se detuvo de repente, sus pies dudaron un segundo, pero pronto tomó su decisión. Caminó rápidamente en dirección contraria a Miguel hasta correr; se le dibujó una línea curva entre ceja y ceja; estaba enojada consigo misma, ella no se podía permitir siquiera pensar en la posibilidad de tener una relación con alguien, aunque ese chico de redondos ojos le había despertado cierto interés.

Al día siguiente Miguel interceptó a Karen justo en la entrada de la institución.

-Desde que te vi en segundo año, supe que eras la niña más bonita de toda la escuela. Te he visto a escondidas y cada vez me gustas más, por favor, acepta esto- expresó Miguel con una rapidez impresionante y le extendió una rosa roja a la chica.

Ella se quedó paralizada unos segundos y luego recapacitó, se sacudió los extraños pensamientos que inundaron su cabeza en ese momento.

-¡quítate de mi camino!- soltó en un tono muy seco, haciéndolo a un lado con la mano y caminó hacia su aula dejando atrás a un desconcertado joven.

Tan pronto llegó Karen a su asiento, puso atención a su corazón, este latía con fuerza y logró sentir sus mejillas arder.

Cada mañana él detenía las carreras matutinas de la chica con una rosa diferente. Algunos días pasaron y de pronto dejó de hacerlo. Ella tuvo que detenerse sola frente a la escuela esperando el momento en el que se acercara él e intentará darle una nueva flor, volteó a su alrededor sin éxito. "Hoy iba a aceptar su rosa...", pensó, "...para tirársela en la cara después", frunció el ceño evidente enojo y siguió con su rutina escolar. Karen estaba enfrentando una pelea consigo misma, sentía cierta curiosidad por saber cómo sería mantener una relación y al mismo tiempo, se avergonzaba y creía que era una pérdida de tiempo.

Pasó una semana sin que se encontraran y ella comenzó a inquietarse; una mañana, al regresar del receso, encontró una hermosa rosa en su butaca y una nota con lo siguiente en tinta azul:

 

"No te pido que me ames,

sólo quiero que sonrías

y para mí... algún día.

Atte. Miguel".

 

Karen se conmovió, miró a todos lados buscando a Miguel entre sus compañeros; sólo se topó con las miradas curiosas y picarescas de niños y niñas. Cogió la rosa y la tiró al bote de la basura con desprecio, esperando que él estuviera observando desde algún rincón. Diario fue encontrando en su lugar varias rosas con mensajes llenos de ternura y algún que otro verso sin perfecta simetría; todos los guardaba en un frasco con la idea de quemarlos algún día frente al chico, así entendería de una vez, que no estaba interesada, o al menos era lo que ella misma creía, pues su mirada se iluminaba cada vez que encontraba sus regalos en el asiento. Un día encontró un texto más largo y con un sentimiento diferente:

 

"Ese orgullo tuyo de princesa, hace que enloquezca.

He notado que guardas mis notas, aunque tires las rosas.



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En el texto hay: tragedia, adolescente, amor

Editado: 24.01.2019

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