No me dejes dormir, por favor

Capítulo 3. La misteriosa cajita

Ya era de noche y Ám seguía encerrada en su habitación. Maggie se acercó a la puerta con la cena en manos, pero Ám no quiso abrirle. 

—Aquí estaré para cuando necesites conversar, hija. Estoy contigo y siempre lo estaré —le decía Maggie mientras apoyaba su cabeza en la puerta y se cuestionaba las duras palabras que le había dicho a su hija en la mañana.

—Vete, mamá. Déjame sola, por favor —respondió Ám entre lágrimas. 

Maggie se marchó, su rostro reflejaba arrepentimiento, se reprochaba haber arruinado un día tan importante para su hija. 

Ám salió de la cama, se bañó y se puso la ropa de dormir. 

Mientras peinaba su cabello vio los pétalos de las rosas que le había llevado Harry y que estaban en el piso del auditorio. 

Los tomó entre sus manos y disfrutó su aroma. 

—¡¿Cómo pude hacerte esto, Harry?! —se reprochaba mientras suspiraba profundo. 

Reservó los pétalos en un lugar especial y volteó la mirada a la cajita que le había obsequiado Malia. 

—Ya no te recordaba, pequeñita, veamos qué escondes dentro —dijo la chica mientras se sentaba en su cama con las piernas entrecruzadas, ponía la cajita en la cama y con ambas manos desataba el lazo que la sostenía. 

La cajita tenía una hermosa cadena con el nombre Ámber. Era dorada con pedrería en color rosa, los colores favoritos de Ám. 

Ám tomó la cadena entre sus manos, halagaba su preciosidad y agradecía a Malia. 

Se levantó de la cama, se miró frente al espejo y se puso la cadena. La tocaba, la contemplaba, simplemente era hermosa, resplandecía.

Se tomó una foto y se la envió a Loren, quien rápidamente la llamó por videollamada.

[Videollamada con Loren]

—¡¿Eso venía dentro de la cajita?! —le preguntó Loren con incredulidad. 

—¡Sí! Te dije que no era nada malo, Loren. No puedes desconfiar de todas las personas —le respondió Ám mientras tocaba la cadena y acariciaba su cuello.

—Y tú no puedes confiar en todos, Ám. Esa chica no me gusta, oculta algo turbio, no sé cómo explicarlo. No confíes en ella —le respondió Loren un poco enfadada. 

—Bueno bueno, ya me voy a dormir. Hablamos mañana. Te quiero, amiga —se despidió Ám lanzándole un beso a Loren. 

—Espera, ¿qué pasó con Harry? ¿No lo vas a llamar? ¿No arreglarán las cosas? —insistió Loren. 

—Mañana es otro día, mañana lo busco. Déjame dormir que estoy agotada —respondió Ám colgando la llamada enseguida.

[Fin de la videollamada]

Ám se acomodó en su cama, apagó la lámpara que estaba en su mesa de noche, besó la foto de Harry y cerró sus ojos. 

Una vez más, la misma pesadilla se repitió. 

Nada había cambiado.

Ám estaba completamente transformada, había maldad en su mirada, en su voz, en sus gestos...

La chica saltó de la cama aterrada preguntándose el porqué de esas pesadillas tan repetitivas. Sudaba, su corazón estaba agitado, su rostro mostraba desconcierto. 

Se levantó de la cama, fue al baño y se lavó el rostro para secar un poco el sudor. 

Bajó a la cocina para comer un poco de cereal, al final no había cenado nada y pensó que quizás por eso no podía conciliar el sueño. 

Abrió la nevera y sacó la leche. 

Para su sorpresa, el envase tenía una nota que decía «perdóname, hija». 

Esa pequeña notita la había hecho olvidar el susto que acababa de pasar, no pudo evitar reírse de las ocurrencias de su madre. 

Tomó una taza y buscó la caja de cereal. 

De pronto, otra sorpresa, la caja tenía una nota que decía «mamá te ama mucho, mi pequeña».

Maggie sabía que en algún momento Ám bajaría para buscar una taza de cereal con leche. ¡Cuánto la conocía! 

Por eso, le dejó esas notas para intentar recuperar la bonita relación que tenían y que ahora estaba un poco fracturada.

—¡Ay, mamá! No puedo estar molesta contigo —exclamó Ám con una sonrisa en su rostro mientras vaciaba el cereal en la taza. 

Ám se sentó en el sofá del salón para comer su taza de cereal mientras miraba sus redes sociales. 

Era muy tarde, Maggie dormía y la casa estaba en absoluto silencio.

De un momento a otro, las luces de la cocina comenzaron a parpadear y una fuerte brisa que entró por la ventana erizó la piel de Ám.




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