Ám sintió el escalofrío recorrer su cuerpo, pero no le dio importancia. Solo cerró la ventana.
Su atención estaba puesta en el cereal y en sus redes sociales, así que siguió en lo que estaba como si nada hubiese pasado.
En todo ese momento, Ám no dejó de rascarse el pecho, justo donde estaba la cadena.
La chica no se había percatado de que su cuello y pecho se estaban enrojeciendo poco a poco.
Como las luces seguían parpadeando, Ám decidió subir a su habitación.
Mientras subía las escaleras revisaba sus redes sociales, veía las fotos de Harry con una mirada de amor y curveaba su boca hacia abajo formando un puchero por melancolía.
Cuando Ám se dio cuenta de que ya eran las 03:00 a. m. dejó el teléfono en la mesa, apagó la lámpara, besó la foto de Harry y cerró sus ojos. Lo mismo que había hecho horas antes.
La pesadilla volvió a interrumpir su sueño.
Era la misma, nada cambiaba.
Cuando estaba a punto de ver el rostro de la persona que ella estaba lastimando, sonó el despertador marcando las 08:00 a. m., y Ám saltó agitada, asustada y bañada en sudor.
La chica comenzó a preocuparse.
No solía tener pesadillas y mucho menos como esa que la atormentaba. No tenía buena cara porque no había podido descansar bien.
Se miró al espejo y notó que tenía ojeras, el trasnocho le había afectado.
Se quitó la cadena para bañase y no se dio cuenta de que su cuello y pecho estaban enrojecidos.
Como estaba tan dispersa, entró a la ducha sin percatarse de que no había controlado la temperatura del calentador.
Al meterse bajo la ducha, el agua caliente le hizo soltar un grito de dolor. Se había quemado levemente algunas partes de su cuerpo.
Maggie, que había entrado al cuarto de Ám para dejarle la ropa limpia sobre la cama, al escuchar el grito se asustó.
—Ám, ¿estás bien? —preguntó con preocupación mientras tocaba insistente la puerta del baño.
—Sí, mamá, lo estoy, me quemé un poco con el agua caliente —respondió Ám con voz adolorida—. Espérame un momento, ya salgo.
Maggie se sentó en la cama para esperar a Ám cuando vio la cadena sobre la mesa, se puso de pie y se acercó a ella.
—¡Qué hermosa cadena! —exclamó Maggie mientras la sostenía entre sus manos con una gran sonrisa.
—Sí, me la regaló Malia. Todavía me pregunto el porqué de este regalo si no somos amigas, solo somos compañeras de instituto —dijo Ám con inquietud cerrando la puerta del baño.
—Quizás este sea el inicio de una muy bonita amistad —contestó Maggie mirando a Ám.
—No creo que a Loren le agrade esa idea, pero da igual —añadió Ám mientras se rascaba el cuello y el pecho con incomodidad.
Maggie vio que el cuello y el pecho de Ám estaban enrojecidos y le preguntó qué le pasaba.
—No lo sé, supongo que fue con el agua caliente que me lastimé —respondió Ám mirándose frente al espejo acariciando su cuello y su pecho.
—Sí, cierto, seguramente fue eso. Ahorita te aplico un poco de crema para que te sientas mejor —dijo Maggie tocándole el cuello a Ám.
Cuando Maggie iba saliendo de la habitación, Ámber la detuvo para conversar un momento con ella.
—Perdón por cómo te traté anoche. No quería hacerlo, estaba confundida, molesta. Lo siento —le dijo a Maggie tomándola de las manos.
—Perdóname tú a mí, hija, no debí decirte eso. No lo pensé. Siempre hemos sido tú y yo, quiero educarte bien, quiero que estudies para que tengas un futuro brillante —respondió Maggie agachando la cabeza muy apenada.
—Has sido la mejor madre, juntas tendremos un futuro brillante, te lo prometo. —Limpió las lágrimas del rostro de Maggie y le dio un tierno abrazo.
Maggie salió de la habitación para que Ám se vistiera. La chica quería buscar a Harry para hablar sobre lo que había sucedido el día anterior, quería disculparse.
Justo cuando estaba por salir de su habitación, se tocó el pecho y se dio cuenta de que no llevaba la cadena. Se regresó, se la puso y salió.
Maggie la esperaba en la cocina con el desayuno listo y la crema para las quemaduras.
Vio que Ám portaba la cadena y le dijo que se la quitara para poder untarle la crema.
Maggie miró de cerca el cuello de Ám, le dijo que eso no parecía una quemadura sino más bien una alergia, y que era mejor que no usara la cadena hasta que sanara por completo.
Aun así, Ám se la puso alegando que ya no podía estar sin ella porque le encantaba.
Se despidió de su mamá con un abrazo y un beso en la mejilla, y salió de casa sin siquiera probar el desayuno.
—Ám, por lo menos tómate el jugo —le gritó Maggie sin obtener una respuesta de vuelta porque la chica ya había salido.
Maggie solo la miraba y sonreía. Estaba feliz de haberse reconciliado con su hija.
Con mucho por hacer, Maggie subió por las escaleras para continuar con sus quehaceres domésticos.
De pronto...
Las luces de la cocina comenzaron a parpadear y una fuerte brisa entró por la ventana del salón tumbando la foto de Ám, que estaba en una pequeña mesa.
Esto anunciaba que lo peor empezaría después.