Era Maggie.
Ám estaba asesinando a su propia madre sin piedad alguna. Era su cuerpo, pero no su alma.
La chica estaba consternada, lloraba desconsolada, gritaba de manera aterradora.
Ám, que seguía dormida, se movía con fuerza, quería despertar, estaba empapada en sudor.
De pronto, la brisa cerró la puerta del balcón y Ám despertó entre lágrimas y bañada en sudor.
Su corazón estaba acelerado, su respiración agitada. La chica lloraba desconcertada.
—¡No puede ser! —gritaba de dolor.
Maggie, que estaba en su habitación, escuchó los gritos desesperados de Ám y corrió preocupada para saber qué le pasaba.
Al llegar a la habitación encontró a Ám tendida sobre la cama temblando y llorando. Ám tenía un ataque de pánico, su mirada estaba perdida.
—¿Ám? ¿Ám? Mamá está aquí, Ám, mírame —le gritaba Maggie mientras la consolaba entre sus brazos y la besaba en la frente.
Faltaban pocas horas para el amanecer, Maggie se quedó con Ám, ella no pronunciaba ni una palabra, solo lloraba y temblaba de pánico.
Horas más tardes
Ám y Maggie se habían quedado dormidas después del ataque de pánico de Ám.
Ya había amanecido y los rayos del sol iluminaron el rostro de Maggie despertándola.
Ám seguía dormida.
Maggie no entendía qué había sucedido para que Ám volviese al estado de shock en el que estaba cuando la hallaron en el pantano.
—¿Qué pasó, mi pequeña? Anoche estabas feliz, tranquila. Pensábamos que ya todo había pasado —le decía a Ám mientras acariciaba su cabello y le daba un tierno beso en la frente.
Maggie se quedó contemplando a Ám por un rato. Los latidos de su corazón estaban serenos, la chica respiraba con normalidad.
Aunque no quería despertarla, cuando se levantó de la cama, Ám abrió los ojos.
—Mamá, no me dejes sola, por favor —le suplicaba a Maggie entre lágrimas.
—¿Qué está pasando, Ám? No puedo ayudarte si no me dices qué te está pasando —le decía Maggie tomándola de las manos y mirándola con ternura secando las lágrimas de su rostro.
—Tengo miedo, mamá, mucho miedo —le decía Ám con la voz acelerada.
—¿Por qué, Ám? Cuéntame, por favor —le respondió Maggie con preocupación.
—Es algo terrible, mi mente me atormenta —le dijo Ám con las manos en su cabeza.
Maggie la abrazó, no quería presionarla porque Ám se estaba inquietando nuevamente.
Recordó que el médico le había enviado calmantes hace un par de semanas, y le dio una píldora a la chica para que descansara un poco.
Ám durmió tranquila por un par de minutos.
Maggie estuvo acompañándola en todo momento. No podía evitar llorar al ver a su hija en ese estado, su dulzura había desaparecido. En su lugar, Ám solo estaba triste y temerosa.
Cuando despertó, nada había cambiado para Ám.