Ám, como otra noche más, estaba encerrada en su habitación. Maggie ya le había llevado la cena y se quedó conversando con ella un rato.
—¿Cómo te sientes, Ám? —le preguntó Maggie acariciándole el cabello mientras Ám estaba acostada sobre sus piernas.
—Bien, mamá —respondió Ám mientras sus ojos desprendían un par de lágrimas.
—¿Por qué no me dices qué te pasa, Ám? ¿Es por Harry? —le preguntó Maggie con insistencia.
—No precisamente, mamá; pero sí que me entristece el no verlo más, es solo eso —le respondió Ám con el llanto contenido.
—Sé que hay algo más; pero no quiero presionarte. Siempre estaré para cuando me necesites, Ám. No lo olvides —le dijo Maggie dándole un beso en la mejilla mientras se levantaba de la cama.
—¡Te quiero, mamá! —le respondió Ám lanzándole un beso—. Deja la luz encendida, por favor, leeré un rato.
La supuesta lectura del libro era solo un pretexto para no dar mayores explicaciones a Maggie. Ám no quería estar a oscuras.
En ese momento, las luces comenzaron a parpadear con fuerza hasta que se apagaron.
La chica, asustada y agitada, encendió la lámpara rápidamente.
Al hacerlo, vio que la mujer de la carretera estaba asomada por el balcón.
Ám gritó de terror.
Se levantó con prisa de la cama y se lanzó al piso de rodillas con las manos cubriendo sus ojos y llorando sin consuelo.
—Ya no más, ya no puedo. Por favor, déjame en paz —suplicaba Ám en un llanto desconsolado.
Maggie entró a la habitación y encontró a Ám llorando en el piso aterrada en medio de un ataque de pánico.
—Mamá, ayúdame, por favor. Ya no puedo más, tengo mucho miedo —le dijo Ám desesperada y gritando.
Maggie la ayudó a sentarse en la cama.
La abrazó fuertemente intentando tranquilizarla, pero los latidos del corazón de Ám estaban tan acelerados que no tenían sosiego.
—¿Qué te pasa, Ám? Dímelo, por favor. No sé cómo ayudarte —le decía Maggie con lágrimas en los ojos acariciando el rostro de Ám.
Ám no aguantaba más la carga de estar viviendo cosas paranormales en silencio.
Así que por fin se desahogó con su mamá; pero no le explicó a detalle la pesadilla. Tenía miedo de decirle a su madre que temía lastimarla como en sus pesadillas.
Le habló sobre las constantes apariciones de esa mujer, lo que le sucedió en el pantano y el parpadeo de las luces con la brisa repentina.
Maggie no podía creer por todo lo que estaba pasando Ám en las últimas semanas sin que ella lo sospechara. Estaba atónita.
Su hija estaba enfrentando una batalla tormentosa en completo silencio. Una batalla que se había robado su dulzura y paz.
Esa noche la chica se pasó a la habitación de su madre, no quería permanecer una noche más en su habitación. Sin embargo, le pidió un favor inquietante a Maggie.
—No me dejes dormir, por favor, tengo miedo de lo que pueda hacer —le suplicó Ámber temblando del miedo.
Ver a su hija en ese estado fue desgarrador para Maggie.
—Mañana hallaremos una solución a esto, cariño, mamá te lo promete —le dijo Maggie mientras apoyaba la cabeza de Ám sobre su pecho tratando de mantener la calma por su hija.