No me dejes dormir, por favor

Capítulo 26. Vamos a terapia

Maggie estuvo despierta toda la noche con Ám, quien cabeceaba del sueño, pero no quiso dormir. Tomaban café, leían libros. 

En la mañana, Maggie llamó por teléfono a un consultorio médico para llevar a Ám al psicólogo. Reservó una consulta sin decirle nada a la chica.

—Ám, arriba, vamos. Ve a ducharte y a cambiarte porque vamos a salir —le decía Maggie mientras la despertaba. 

Al final, Ám se había quedado dormida unos minutos después de ver que amanecía, lo que le daba un poco de tranquilidad. Estaba ojerosa, agotada e inquieta. Aun así, se levantó sin hacer preguntas.

Ambas se alistaron y salieron de casa.

—¿Ahora sí me dirás a donde vamos, mamá? —le preguntó Ám con curiosidad mientras Maggie conducía.

—Vamos a ponerle una solución a eso que te está robando la paz, cariño —le dijo Maggie mientras la miraba y sonreía.

Ám no entendía, pero anhelaba poder salir de ese duro momento que estaba pasando para volver a ser la misma chica feliz de antes, así que no preguntó más nada al respecto.

Al llegar al consultorio médico pasaron de inmediato con la psicóloga. Maggie no se apartó de Ám ni por un segundo.

La chica le comentó a la psicóloga todo lo que la atormentaba desde hace días, incluso, le contó a detalle esa terrorífica pesadilla donde asesinaba a su propia madre, aun cuando Maggie lo estaba escuchando todo. Ám estaba visiblemente avergonzada, pero sentía el apoyo de su madre, quien no soltaba su mano. 

Maggie, por su parte, no podía evitar las lágrimas al escuchar a Ám tan aterrada.

La psicóloga habló con Ám sobre el poder de la mente y cuán engañosa puede ser.

—Ám, la mente puede ser tu amiga o tu enemiga según como decidas tratarla —le dijo la psicóloga mirándola a los ojos—. Es decir, si la alimentas de miedo, creará los peores escenarios que puedas imaginarte. 

Ám, desconcertada y asustada, no lograba comprender qué le estaba tratando de decir la psicóloga. Así que le planteó sus dudas.

—¿Yo estoy creando esas pesadillas? —preguntó Ám con inquietud. 

—No precisamente, pero sí las estás alimentando con tu miedo, lo que da más pie a que te sigan atormentando. Estás permitiendo que esas pesadillas y pensamientos te roben tu paz y no lo mereces —le dijo la psicóloga con cariño.

—Entonces, ¿qué debo hacer para impedirlo? —preguntó Ám sintiendo un poco de alivio.

—Enfrentarlas y entender que no son reales. En el momento en que dejes de alimentarlas de tu miedo empezarás a sentir cambios —añadió la psicóloga.

—¿Y parará ya? —preguntó Ám.

—No sé si parará hoy o mañana, pero podríamos intentarlo a ver los resultados. ¿Te parece? —le preguntó la psicóloga con una sonrisa. 

—Sí, quiero intentarlo —contestó Ám con una pequeña sonrisa asomándose entre sus labios y un par de lágrimas rodando por sus mejillas.

Aunque todo se escuchaba muy bien para vencer las pesadillas, ¿qué pasaría con la mujer que la perseguía? Ám cayó en cuenta de esto y se lo planteó a la psicóloga. 

—Un momento, ¿qué pasará con la mujer que me atormenta?, ¿cómo evito que se me siga apareciendo?

La psicóloga miró con extrañeza a Ám y a Maggie y les preguntó más sobre esa mujer. 

—¿Qué mujer es esa, Ám? No lo habías comentado. 

Ám le contó sobre las constantes apariciones de esa mujer y todo lo que había vivido en el pantano. 

—Eso está muy raro —dijo la psicóloga—, pero quizás también tu mente te está traicionando y no es real. 

—¿Será? —preguntó Ám—, pero es que parece muy real.

—¿Alguien más ha visto a esta mujer? —preguntó la psicóloga mirando a Maggie. 

—No, bueno... yo no la he visto, solo Ám —respondió Maggie acariciando el cabello de Ám.

—Pero yo sí la he visto —respondió Ám con desespero.

—¡Cálmate, Ám! —exclamó la psicóloga—. Vamos a concentrarnos primero en el tema de las pesadillas y vemos si todavía sigues viendo a esa mujer. ¿Te parece? —dijo la psicóloga no muy convencida de la existencia de esa supuesta mujer.

—Mmm... bueno, sí, vamos paso a paso —respondió Ám entre suspiros al notar que la psicóloga no le creía. 

—Bueno, necesito que lleves un diario en el que documentes tus días para que puedas ver por ti misma tu evolución, ¿ok? —le dijo la psicóloga mientras escribía la receta médica. 

»Además, cuando las pesadillas o los pensamientos intrusivos invadan tu mente vas a repetir lo siguiente: "es mi mente y yo tengo el poder sobre ella, decido pensar en positivo", mientras inhalas y exhalas despacio hasta volver a respirar con serenidad.

—Bien bien, lo haré —respondió Ám asintiendo con la cabeza mirando a la psicóloga con la ilusión de pronto recuperar su tranquilidad.

—Otra cosa, te voy a remitir a un psiquiatra porque él es el más indicado para tratar las alteraciones mentales como los ataques de pánico —dijo la psicóloga mirando a Maggie para convencer a Ám. 

—¡Pero no estoy loca! —exclamó Ám con preocupación mientras Maggie la calmaba. 

—No lo estás, Ám. Todos podemos ir a un psiquiatra sin estar «locos» —aseveró la psicóloga diciendo locos entrecomillas. 

Al salir de la consulta Ám estaba mucho más calmada. Quería aferrarse a la idea de que ella podía enfrentarse a sus pesadillas y quitarles fuerzas si no las alimentaba con miedo.

Aunque le había gustado conversar con la psicóloga, se rehusaba a ir al psiquiatra, y Maggie no pudo convencerla.

Así transcurrieron un par de días, Ám asistía a terapias psicológicas una vez por semana. Su viaje a la universidad había sido pospuesto. 

Ám volvió a su habitación y se mantenía sola, no quería que nadie la viese en ese estado. Ni su novio ni su mejor amiga, a quienes les inventaba excusas para no verlos; aunque siempre hablaba con ellos por llamada. 

Maggie cerró la puerta del balcón de la habitación de Ám con unas tablas para evitar que pudieran abrirla o que Ám pudiese ver hacia afuera, así nada inquietaría a la chica. 




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