Esa noche Ám tuvo una pesadilla distinta y mucho más real que las anteriores.
Ahora estaba en su casa.
Todo estaba oscuro y silencioso, ella estaba en la cocina mirando a todos lados.
Cuando se dio la vuelta, sus ojos y su sonrisa escondían la misma maldad de las pesadillas anteriores; sin embargo, algo cambió.
En la pesadilla, Ám tomó un cuchillo de la cocina y subió las escaleras hasta llegar a la habitación de Maggie.
Una vez ahí, atacó a su madre sin piedad y disfrutando el momento, mientras Maggie le imploraba entre lágrimas y gritos que se detuviese, pero nada podía con la maldad de la chica.
Ám, todavía en la pesadilla, salió de la habitación de Maggie con la mirada llena de maldad y oscuridad, y las manos cubiertas de sangre.
Antes de cerrar la puerta miró a su madre, que quedó tendida en el suelo de su habitación sobre un charco de sangre, y con una sonrisa perversa se despidió de ella.
—¡Buen viaje, mamita querida! —Cerrando la puerta entre carcajadas siniestras.
La chica saltó de la cama aterrada y bañada en sudor pegando gritos de desespero y angustia.
—Ya no puedo más, ya no más, déjenme en paz, quiero ser la misma de antes, por favor —gritaba con desasosiego mientras se golpeaba a sí misma y se halaba el cabello con fuerza.
Maggie, que estaba en la cocina, escuchó el ruido en la habitación de Ám y corrió apresurada para ver qué estaba pasando, aunque ya imaginaba lo peor: una recaída.
—¡Otra vez no, mi pequeña! —exclamaba mientras subía corriendo las escaleras.
Al llegar a la habitación de Ám, encontró a la chica fuera de sí. Lanzaba todas sus cosas al suelo mientras lloraba y gritaba exasperada.
Maggie, al verla en ese estado de pánico, intentó calmarla tomándola por los brazos diciéndole palabras dulces; pero nada la tranquilizaba.
En uno de esos intentos, Ám se movió con tanta fuerza que lanzó a Maggie al suelo.
—Mamá, mamá. Perdóname —gritaba la chica—, no quiero hacerte daño.
Maggie seguía intentando tranquilizarla, sin embargo, sus esfuerzos eran en vano. Ám estaba teniendo un fuerte ataque de pánico.
—Amárrame, por favor, quiero dormir amarrada. Temo que pueda hacerte algo —gritaba la chica mientras lloraba en los brazos de Maggie con la respiración acelerada.
—Ám, tú nunca me harías daño; cálmate, por favor. Solo son pesadillas, mi pequeña —le repetía su madre.
De repente, la respiración de Ám se fue acelerando más y más. La chica se presionó el pecho con fuerza, le estaba faltando el aire, su rostro mostraba su malestar.
—¡¿Qué pasa, Ám?! ¡¿Qué tienes?! —le preguntaba Maggie levantándose del suelo.
—Me falta la respiración, mamá, me pica mucho el pecho y el cuello —respondió Ám sentada en el borde de la cama respirando con rapidez y con la mano en el pecho, justo donde tenía la cadena.
En un intento de desesperación porque no podía respirar bien, Ám se arrancó la cadena tirándola al suelo.
Maggie le dio un vaso de agua y le animó a respirar despacio haciendo ejercicios de respiración para que Ám la siguiera.
Ám comenzó a hacer los ejercicios de respiración con Maggie para intentar tomar aire, y lo estaba consiguiendo.
—Estoy agotada, mamá, ya no tengo fuerzas. Ya no quiero dormir, no quiero pensar, no quiero nada, solo quiero estar bien —le dijo Ám apoyando su cabeza en las piernas de Maggie, todavía con la incomodidad en el pecho.
—Tú tienes el poder de controlar tu mente, Ám, demuéstrale que no puede contigo —le decía Maggie mientras la abrazaba con fuerza.
Estas palabras sirvieron para que Ám empezara a ceder poco a poco.
Su respiración fue tomando un ritmo normal y su corazón latía con cautela.
Ám ya estaba más tranquila, las súplicas de su madre rindieron frutos. En todo ese momento, Maggie no dejaba de hablarle y animarla.
Ám se calmó y Maggie la acostó, le dio un sedante y pudo conciliar el sueño por un rato.
Maggie se quedó sentada en la cama de Ám, le era imposible no derramar un par de lágrimas al ver a su hija tan aterrada y fuera de sí.
Se acercó a ella, le acarició el cabello y le dio un tierno beso en la frente. Cuando ya se estaba poniendo de pie vio que el pecho y el cuello de la chica seguían muy enrojecidos, lo que la preocupó aún más.
Mientras Ám dormía, Maggie recogía las cosas que la chica había lanzado al suelo.
Entre ellas estaba la cadena y la bolsa de regalo. Ahí encontró una pequeña nota que decía: «con amor, Malia», algo que despertó desconfianza en Maggie.
Porque recordó cuando Ám le comentó que ellas no eran amigas, pero aun así, Malia le había regalado esa cadena. Lo que comenzó a ser muy sospechoso para Maggie.
Cuando iba a guardar la cadena en un cajón tocaron el timbre de la casa y Maggie bajó con varias cosas en mano, entre ellas, la cadena.
La correspondencia había llegado, Maggie la recibió y se acostó un rato en el sofá respirando profundo y con lágrimas brotando de sus ojos.
Al final, ella también estaba teniendo días difíciles. Era la primera vez que Ám estaba tan alterada emocional y mentalmente.
En un momento, volteó la mirada hacia atrás del sofá y vio la foto de Ám en el suelo
Sí, esa misma que había tumbado la brisa hace varios días después de que Ám saliera de casa.
¿Por qué no la había visto?
Porque la mesa donde estaba la foto estaba al lado del sofá, así que la foto cayó detrás del sofá sin que nadie pudiese verla.
Maggie estaba desconcertada, ya no sabía qué creer. Lo único cierto es que algo raro pasaba con Ám y ella quería averiguarlo.