Viernes 31 de agosto
―Parece que tienes un admirador ―comenta Alejandra a la chica del listón de color fucsia.
―¿Quién, yo? ―Karolina vuelve la vista, pero sólo ve a más estudiantes de regreso a casa o de camino a las canchas de fútbol y el reguero normal de gente de un viernes por la tarde.
―No, yo. ¡Pues claro que tú! ¿O me vas a decir que no te fijaste en el blanquito que no te quitaba ojo en el parque?
―Ash ―la chica hace un gesto de fastidio.
Le molesta mucho el numeroso grupo de chicos que se reúne por las tardes en el parque sólo para mirar a las alumnas del instituto. Para acosarlas. Es de la opinión de que el alcalde debería prohibir que hagan eso que hacen. ¡Pero si hay algunos que tienen más pelo en la cara que en la cabeza! Ni que decir de sus edades.
―Ni me he fijado ―continúa, pero una sonrisa ladeada la delata.
―Sí que lo has hecho ―señala Alejandra para quien el gesto de su amiga no ha pasado desapercibido―. Me sorprende que no nos hayan seguido.
―¡Ni que el cielo lo quiera!
Al empezar el instituto, cuando tenía trece años y su cuerpo empezaba a mostrar esos cambios que hacen que los chicos se fijen en las chicas, sufrió una tortura que duró más de un mes. Uno tras otro los chicos insistían en acompañarla a su casa o a llevarla en sus ruidosas motocicletas, y por más que ella les respondía con palabras cortantes o con un mutismo completo, insistían en sus tentativas. Nunca faltaban las típicas frases “Eres muy bonita”, “Pero qué guapa”, “¿No te dolió cuando te caíste del cielo?”, “¿Tienes novio?”. ¡Qué idiotas!
Hasta que se hizo amiga de Alejandra. No vivían a muchas cuadras la una de la otra y podían volver juntas a casa. No evitaron al ciento por ciento las molestas compañías de los muchachos, pero dos se las apañan mejor que una y las más de las veces terminaban riéndose de los torpes y burdos intentos de cortejo de los valientes que se atrevían a acompañarlas. Con Alejandra, una chica risueña, había aprendido a aceptar con naturalidad los coqueteos de los muchachos. Había aprendido que era algo normal. No tenía uno porqué amargarse por ello. Pero había chicos y chicos, y esos bobos que se reunían en el parque siempre eran unos idiotas.
Alejandra rió lo que dijo.
―No creo que tuvieran el valor para seguirnos ―comenta poco después.
―¿Por qué lo dices? ―pregunta Karolina.
―Se nota que es muy tímido, ¿no viste lo que se sonrojó cuando lo descubriste? Los chicos tímidos no tienen valor para seguir a una chica para hablar con ella, mucho menos si van dos.
―Mejor para nosotras.
―Aunque a mí no me habría importado. Se miraba muy mono con las mejillas coloreadas.
―¡Ey! Que se supone que era a mí a quien miraba. En todo caso yo preferiría a su amigo el moreno. Es más alto, más fuerte y con esos labios gruesos…
―¿Qué hiciste con mi amiga? ―pregunta Alejandra con un gesto de fingida sorpresa. Luego ríen como tontas, tanto que una pareja de ancianos las mira y las saludan con una sonrisa, para ellos es una alegría ver a la juventud contenta―. Buenas tardes ―responde ya más calmada a la pareja―. ¿Y cómo sabes que es fuerte?
―Tiene que serlo, se nota que trabaja al sol y sus brazos son gruesos.
―Vaya, vaya, qué observadora resultaste, Karol. Aunque no tienes que mirarle los brazos al moreno, el tuyo es el blanquito.
―¿No dices que se ríe bonito?
―Ah, pero fue a ti quien echó el ojo.
―Ni que fuera ganado en venta.
―Se me figura que así te miró.
Se miran, sonríen y sueltan la carcajada. Saben que están de broma. Así son ellas, dos amigas, dos mejores amigas, hace tres años desconocidas a pesar de vivir a sólo tres manzanas la una de la otra, ahora inseparables. Nunca se fijarían en dos idiotas que como carroñeros van a sentarse a la salida del instituto para ver a qué chica le echan el ojo. Además, ambas tienen novio.
Precisamente en ese momento suena el celular de la chica del listón fucsia, lo saca del único bolsillo de la blusa, donde lo puso al terminar las clases, y revisa. Es un mensaje por WhatsApp de Miguel, su novio.
Miguel: Hola, preciosa. ¿Ya saliste? ―sonríe, aunque no como lo hacía antes, es muy consciente de ello.
Karolina: Claro que sí, tontín, ya pasan de las cinco.