Sábado 1 de septiembre
Escucha un pequeño zumbido, como un abejorro aleteando con parsimonia alrededor de su oído. Se lleva una mano a la sien e intenta espantarlo. El leve zumbido continúa allí. Matías abre los ojos con pereza. El zumbido empieza a convertirse en un leve martilleo. Es entonces que recuerda todo, o al menos hasta cierto punto.
¡La borrachera de anoche!
Se incorpora en la cama. Mientras cierra los ojos una y otra vez para recuperar por completo la visión, mete la mano bajo la almohada y saca el celular. Son las 6:29 de la mañana. Justo en esos momentos el reloj digital avanza un minuto y la ruidosa alarma empieza a sonar. La apaga de inmediato. A pesar de las borracheras que se ha puesto, siempre consigue despertar antes que la alarma. “Bolo, pero responsable”, bromean a veces sus amigos cuando les cuenta de esta capacidad. “Es porque eres joven ―dice alguien más maduro―, espera que tengas diez años más y me cuentas”. “Si es que está vivo”, responde Matías para regocijo general.
Se asegura de que la cartera esté en el pantalón que está tirado junto a la puerta y, tras dar un suspiro al encontrarla, empieza a buscar su uniforme de trabajo. Mientras se ducha y se asea, intenta recordar lo de anoche. Si lo recuerda todo no hay problema. Sino, tendrá que preguntarle a Francisco.
Lo primero que recuerda es a la chica de la sonrisa mágica, y de pronto está sonriendo como tonto. Antonia, la madre de Matías, lo sorprende en el camino al baño.
―¿Y esa cara? ―pregunta, lleva la jarra para preparar café llena de agua― Supongo que estuvo bueno anoche.
―Buenas días, mamá ―dice el joven. No se acerca a darle un abrazo matutino porque sabe que no desprende el mejor de los olores, aun cuando él no lo siente―. Ya sabes, Francisco es un payaso cuando se toma unas chelas que no deja de divertirlo a uno ―miente a medias.
Es cierto, Francisco es muy divertido siempre, y con unas copas de más...
―Bueno, pero recuerda no irte de fiesta muy a menudo. Aunque me llamaste como a las ocho de la noche, eso no significa que no me preocupara.
―Tranquila, que no lo hago a menudo y sabes que soy responsable ―¿La llamó? No lo recuerda―. Me voy a bañar que se me hace tarde. Recuerda que hoy no trabajo aquí sino que voy a ruta.
―Pues date prisa, que el desayuno ya casi está.
Mientras se baña fuerza la memoria hasta que recuerda la llamada. Sí, estuvieron en el Bar El Recuerdo, salió y le marcó a su madre para decirle que estaba con Francisco tomándose unas cervezas y que no se preocupara. No recuerda mucho más. Confía que en el transcurso de la mañana irá recordando todo. Cuando se le pase la jaqueca, espera. Menos mal que el sábado visita a menos de veinte clientes. Casi siempre termina sobre las doce o una de la tarde y regresa justo para el almuerzo. Se lo puede tomar con calma si le da muy fuerte la resaca.
Mientras desayuna se da cuenta de que ha desactivado los datos móviles del celular. Debió hacerlo anoche, aunque no recuerda el motivo. Los activa y empiezan a caer notificaciones de las redes sociales y de los juegos que tiene instalados. Por último suena varias veces el tono distintivo que le tiene asignado al WhatsApp. Los lee mientras su madre le sirve el desayuno: huevos con jamón, frijoles volteados, tortillas recién salidas del comal y una taza de café. Aspira con deleite el aroma del café, es negro, sin azúcar, para la resaca.
¡Mierda! Los mensajes son de Carmen, su novia. Ya recuerda el motivo por el que apagara los datos. Son veinte mensajes, la mayoría de anoche, los últimos de esa mañana, no respondió ninguno. El último:
¿Vendrás a verme hoy? Hace quince días que no vienes.
Se siente mal. Muy mal. El último es el mensaje menos malo de los veinte.
Carmen tiene razón en muchos de ellos. Lo peor es que no tiene muchas ganas de ir a visitarla. Matías vive en Las Cruces y Carmen en San Benito, a poco más de una hora entre sitio y sitio. La conoce porque estudió la preparatoria en San Benito, lugar donde se quedó trabajando durante año y medio (pero de noviazgo no llegan al año todavía), hasta que hace dos meses le ofrecieron la ruta del municipio del que es originario. Y volvió a casa, pero en casa no estaba Carmen. Ella continúa en San Benito.
―Anda, que se te va a enfriar tu desayuno ―dice Antonia espabilando a Matías.
―Sí, mamá.
¿Qué excusa le dará esta vez?
Cuando está terminando el desayuno, sus sobrinitos Fernando y Samantha irrumpen como una tromba en la cocina y empiezan a armar jaleo. Son hijos de su hermana mayor, Patricia, que vive con ellos. No es madre soltera, sino que su esposo emigró dos añas atrás a Estados Unidos, en busca del famoso sueño americano, ayudado en parte por el padre de Matías, que ya hace más de ocho años que emigró al gigante del norte. Gracias a las remesas es que pudo terminar la prepa. Aunque con la universidad aún no se decide. La hermana vive con ellos desde que el esposó emigró.