No me digas adiós

Capítulo 5

Sábado 1 de septiembre

No ha dormido nada bien. Y la mañana es una lenta tortura. No fue a desayunar con el resto de la familia y se limitó a coger un yogurt del refrigerador. No le dijeron nada porque seguramente pensaron que se trata de otra loca dieta para mantener su figura. No imaginan que la falta de apetito de Carmen es por su novio: Matías.

Está tumbada en la cama, puesta de revés, con los pies sobre el marco de la cabecera. Mira el techo, donde un ventilador gira lentamente para calmar el bochorno que hace pese a la hora temprana que es. Su celular hace un sonido y ella lo coge a toda velocidad: es un whatsapp de Henry, un chico de su colegio. Pasa de él.

El mensaje que espera es de Matías, aunque el joven desde la noche anterior está pasando de ella. Sonríe con amargura, cambia de posición los pies, el talón derecho sobre el tobillo izquierdo. Ella pasa de un amigo que claramente quiere más que amistad, y su novio, que es su novio, pasa de ella.

Mira por enésima vez el celular. Hay una nueva notificación de Facebook y una de Instagram, ningún whatsapp. Presiona el botón de bloqueo de pantalla y vuelve a dejar el celular en la cama junto a su cabeza.

Intenta encontrar una explicación a la desaparición de su novio. No, desaparición no. Matías ha visto los mensajes y su última conexión indicaba las siete con once minutos de la mañana. También la noche anterior se conectó varias veces, pese a ello, siguió pasando de ella.

¿Otra chica? 

Sabe que no es imposible. Matías no es el chico más guapo que ha conocido, es delgado, un poco desgarbado a pesar de que no llega al metro setenta, con un cabello rebelde que es imposible peinar a no ser haciéndose la ola, pero tiene ojos café honestos y confiables, una nariz pequeña mona y sonríe con una timidez que derrite. Carmen se restriega los ojos antes de que las lágrimas broten. Ya anoche lloró demasiado imaginando lo que hacía su novio.

Y no, no es imposible que haya alguien más. Lo que sí es imposible es que el joven no le diga nada. Es la persona más honesta que conoce. Seis meses atrás le confesó que se besó con una desconocida en una discoteca. Carmen no se habría enterado de no ser por él, se hizo la fuerte para perdonarlo, pero en realidad lo perdonó desde que el chico abrió la boca.

Aunque no es por esa ocasión que lo considera honesto y legal, no, lo conoce así desde antes de que se hicieran novios, desde que se conocieron cinco años atrás, cuando un joven tímido y escurrido llegó a vivir a la vecindad propiedad de sus padres porque iba a estudiar en el municipio. En ese entonces el muchacho tenía quince años y ella doce, se hicieron amigos sin imaginar que cuatro años después se harían novios. Siempre fue un chico bueno y honesto.

Si hubiera alguien más ya se lo habría dicho. ¿Y si no le ha escrito nada porque está pensando la manera menos dolora para decírselo? De pronto esa posibilidad le parece tan real que esta vez es imposible contener el llanto.

―No, no ―solloza contra la almohada, esa que será su confidente durante los días aciagos que se avecinan―. Imposible, Matías no lo haría. No lo haría… no lo haría.

Revisa el celular una vez más. No se ha conectado. Algo es algo.

«Debe estar trabajando», intenta animarse. ¿Y anoche?

Sabe de la afición de Matías por irse de copas. Los últimos meses con Carmen apenas tomaba, no porque ella se lo prohibiera, Carmen no tiene ese tabú con la bebida, siempre y cuando no se convierta en estilo de vida. Tal vez el reencontrarse con los amigos de la infancia todavía desemboque en celebración yéndose de copas. No le extrañaría que en la parranda sólo entrara a WhatsApp y luego no recordara para qué.

Trata de convencerse de que esa es la respuesta. Anoche juerga y hoy trabajo. Ya le llamará cuando se desocupe.

De todas maneras no puede seguir con esa tortura, inventado excusas que lo más seguro no sean reales. Le enviaría un último mensaje, allá él si le responde o no.

No es normal que pases tanto tiempo de mí. Si hay alguien más, sé sincero y dímelo, no me tengas con esta incertidumbre.

Lo lee varias veces. Le agrega más oraciones y reclamos, que luego borra. Bastante se pasó anoche. En esta ocasión prefiere un mensaje más escueto, la respuesta que importa es una sola.

Por último toca la pantalla en el recuadro que pone enviar y el mensaje se va.

Durante un rato no derramará ninguna lágrima. Hasta que llegue la respuesta a su mensaje.

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