Domingo 2 de septiembre
―¿Qué esperan para vestirse? ―grita Sancho al grupo de Zona 1― Pronto nos toca jugar. ¿Ya están todos?
―Creo que sí.
―En fila y uniformados. Rápido que tengo que pasar la alineación al árbitro y a la directiva.
Matías se encuentra un poco nervioso. Se arrepiente de haberse dejado convencer por Francisco para entrar al equipo. Éste en cambio, está sonriente. Los últimos días lo ha convencido de cosas que normalmente no haría. De momento no sabe si esas nuevas experiencias son buenas o malas.
En parte entiende la sonrisa de Francisco. Es unos diez centímetros más alto que Matías, más musculoso. Francisco sería algo así como un Virgil van Dijk (aunque claro que no mide el metro noventa y tanto del holandés del Liverpool). Tiene talla de futbolista y le gusta ese deporte. En cambio Matías sería un Fideo Ángel di María. La comparación mental le saca una sonrisa al joven.
―¡Eh! Así que ya te estás divirtiendo.
―Para nada. Asustado estoy. Cuando me convenciste dijiste que lo más probable era que no jugara.
―Si te decía que jugarías, no habrías aceptado ―reconoce Francisco―. Aunque cuando te dije eso, lo decía en serio. Somos veinte en el equipo, no te iban a tomar en cuenta a ti que ni siquiera vienes a los entrenos. Pero a veces pasa esto. ―Francisco abre los brazos en gesto: yo no tengo la culpa.
Francisco se refiere a la ausencia de varios jugadores. Es un campeonato local, se juega por diversión, ya que el premio en metálico al ganador del certamen apenas alcanza para una comilona con mucha cerveza. De modo que si se presenta otra cosa más importante que hacer, no llegas y ya. Otras veces no llegan por alguna borrachera, amanecen con una buena cruda, sin ánimos de nada. Mucho menos van a querer correr bajo un sol implacable o una lluvia copiosa, los climas predilectos en aquel rincón del mundo.
En esa ocasión faltan seis jugadores. Casi una catástrofe, de no ser por la reciente inclusión de Matías, aunque sabe que eso no es un consuelo ni para él ni para el equipo. Suman catorce jugadores, así que las probabilidades de que juegue han aumentado un buen porcentaje.
Sancho suelta algunas maldiciones, sobre todo porque de los seis faltantes, únicamente dos avisaron entre la semana que no podrían estar. Por último da la alineación. Como no podía ser de otra forma Francisco va de defensa central y Matías va a la banca junto a los otros dos compañeros. Es un alivio, aunque sabe que lo pueden hacer entrar de cambio. A pesar de ello, siente un pequeño malestar de que no lo incluyeran en la alineación titular.
Sancho lanza algunas maldiciones más sobre lo irresponsables que son todos. Lo curioso es que a nadie parece molestarle. Lo conocen y saben que sólo hace su papel.
Termina el primer partido. Salen los equipos, agotados los jugadores. Ha sido un emocionante dos a dos que no favorece a ninguno de los rivales. También sale el árbitro del encuentro y al campo salta otro silbante.
―Seguimos nosotros ―anuncia Sancho. Encabeza a su equipo. Los jugadores lo siguen, entre ellos Matías.
El joven no puede evitar sentirse nervioso. Hay muchas personas observándolos. Es sólo un campeonato local, y sólo hay graderío en uno de los costados del campo, pero hay al menos quinientas personas en las gradas. A Matías le parecen una multitud. Se supone que ya ha dejado el nerviosismo y la timidez atrás. Por lo visto no es así.
Nervioso y un poco sobrecogido, todavía no sabe lo que va a vivir esa mañana de domingo.
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Han visto el primer partido sólo a medias. La joven pareja tiene mucho que contarse. Él sobre su viaje al gigante del norte y ella sobre la vida cotidiana en su pueblo natal.
Los asientos que consiguieron están bien ubicados, céntricos y a la altura correcta. Les permite una vista espléndida del campo de fútbol. La chica presta la mitad de su tiempo al encuentro de fútbol y la otra mitad a su acompañante. El joven presta la mitad de su tiempo a su guapa acompañante y la otra mitad a tener vigilado su alrededor, del fútbol apenas ve algunos pincelazos. Y es que de los dos, la chica es la única que gusta del balompié, él está allí únicamente por complacerla, por sumar puntos. Sabe que lo está consiguiendo. Están tan cerca. Pero no quiere precipitarse. Ella es especial.
La chica es consciente de las intenciones del joven. No es la primera vez que van juntos a algún lado, pero en esta ocasión nota algo distinto en la forma que el joven la mira y la trata.
Karolina conoce a Alfredo desde hace algunos meses. Le agrada ese chico. Le gusta. También sabe que es un picaflor, un chico que gusta andar con una y con otra. Varios se lo han dicho, ella misma lo ha comprobado, él mismo se la ha contado entre risas. Por eso es que son sólo amigos. Nunca aceptaría ser una más. Además, acaba de terminar con Miguel. Por más traicionada que haya sido, no dará ningún paso sin estar segura, no iniciaría nada por rencor. Aunque siendo sincera consigo misma, no siente rencor hacia Miguel. Es como si en su interior ya lo hubiera perdonado, pasado de él y ahora continuara con su vida.