Domingo 2 de septiembre
Es el segundo mensaje que le escribe esa mañana. El chico ni siquiera lo lee. No lo entiende. Puede que ayer se pusiera un poco intensa por la forma poco caballerosa con que dio término a su noviazgo, pero tras una noche de mucho llanto, se ha levantado más serena y calmada. Los mensajes que ha enviado esa mañana tienen el único fin de recibir una mejor explicación que un escueto y simple whatsapp. Aunque sabe que ella tiene un poco de culpa, sino le hubiera enviado aquel mensaje… De todas maneras, cree que no merece que la trate de esa manera.
Ese domingo tenía planes para ir a dar una vuelta con sus amigos, sabe que necesita desconectar un rato. Una cerveza y un rato en la piscina o en el lago la podrían ayudar. Por otro lado, el día de ayer no hizo ninguna tarea del colegio por estarse mortificando con el tema Matías. Ahora que ya tiene una respuesta, aunque no la que ella querría, cree que puede concentrarse un poco más y terminar los pendientes.
Además, aunque nunca lo admitiría en voz alta, sabe que si va al lago o con sus amigos, el celular tendrá que quedarse escondido en la bolsa. ¿Y si Matías le escribe o llama en esos momentos y ella no responde?
De manera que se disculpa con los chicos y dedica las horas siguientes a terminar las tareas. Tres horas más tarde, con la cabeza a punto de estallar por el Debe y el Haber que se entrecruzan armando un rompecabezas en su mente, se deja caer en la cama para tomar un respiro. ¡Pobre ilusa! Se había metido a estudiar Administración porque le dijeron que en esa carrera no llevaban matemáticas. ¡Ja, como si la contabilidad fuera más sencilla!
Y entonces el teléfono. No es la primera vez que suena desde que empezó a estudiar, pero en esa ocasión sabe quién llama. El corazón se le acelera. A él le tiene asignada una canción especial. Heaven, de Bryan Adams. Coge el teléfono, allí está su fotografía, copando la pantalla.
―Hola ―contesta, tímida.
Estuvo a punto de no coger la llamada, de hacerse la digna, pero se da cuenta que puede ser contraproducente. El joven simplemente podría encogerse de hombros, y la próxima vez que ella llamara no contestaría bajo la excusa de que ella tampoco contestó cuando él llamó para arreglar las cosas.
¿Arreglar? No hay nada que arreglar, todo está bien, su chico simplemente dudó un poco. Cuando escuche su voz y le diga lo mucho que lo quiere todo lo malo quedará olvidado.
―¡Hola, Carmen! ―Su voz y el poco cariño de sus palabras la bajan de la nube en que estaba subiendo. Nada de: “Hola, cariño”, “Hola, amor”―. Perdona por no contestar ayer ni hoy temprano. Ayer he salido tarde del trabajo, luego una cena con la familia y esta mañana he jugado mi primer partido en el campeonato. Estaba nervioso, no tenía cabeza para otra cosa.
Sabe que no es excusa suficiente para que no le cogiera el teléfono, pero no peleará con él. La chica intensa se queda en una esquina, es la chica comprensiva la que toma el control para tener alguna oportunidad. Así que en lugar de reclamar, pregunta por el partido.
Durante los siguientes minutos el chico (que ya no es su chico) habla del partido, de lo bien que lo hizo a pesar de los nervios y de que el equipo tiene posibilidades de clasificar a semifinales. Está tan animado. Durante unos instantes parece que todo está bien entre ellos, y que le cuenta sus cosas como siempre lo ha hecho. Como si todavía fueran novios. No es así. Eso pone triste a la chica. Y entre más efusividad expresa Matías, más tristeza invade a la chica, al comprender que el motivo de esa alegría no es ella, sino el fútbol… o quizá alguien más.
―Me alegra que te haya ido tan bien ―dice, interrumpiendo al chico, finge una voz despreocupada, la primera lágrima desciende por su mejilla a pesar del esfuerzo que hizo por reprimirla.
―¿Estás bien? ―Al joven no le pasa desapercibida su tristeza.
―Sí ―miente―. Estoy bien.
«Lo único que pasa es que mi novio al que amo me ha dejado sin mayor explicación, no responde los mensajes, no coge mis llamadas y cuando llama es para decirme lo mucho que se ha divertido en un estúpido partido de fútbol, mientras yo he pasado la noche en llanto, tengo ojeras, los ojos rojos, el corazón destrozado… ¿Lo ves?, no me pasa nada, ¡estoy perfecta!»
¡Cómo odia el fútbol! Es un deporte estúpido. Le viene a la mente un chiste hiriente que escuchó en el programa Moralejas del Canal 7.
¿Sabes cuántas bolas se necesitan para jugar al fútbol?
Una.
No. Se necesitan tres.
¿Tres?
Sí. Una bola de cuero para que la pateen. Una bola de estúpidos que pateen la bola de cuero. Y una bola de idiotas que miran como la bola de estúpidos patea la bola de cuero.