No me digas adiós

Capítulo 13

La semana de Matías transcurre con pocos sobresaltos.

El domingo no ha querido salir por las noche y se queda escuchando música con los auriculares hasta que se queda dormido. Cuando lo hace, tiene los ojos secos. Se siente un poco culpable por no llorar más la ruptura con Carmen, entiende que no puede obligarse, no le nace. Tras unos minutos derramando muchas lágrimas, vino la calma. Se siente extrañamente tranquilo. Casi como si se hubiera quitado un peso de encima. Aunque no se atreve a llamar a Carmen “peso”, ni tan siquiera en la mente. Quiso demasiado a esa chica.

En cambio, una nueva ilusión brilla en el horizonte. A pesar de verla en únicamente dos ocasiones, está seguro de que esa chica tiene un efecto especial en él. Ni siquiera le preguntó su nombre, estaba tan nervioso y la situación no era la ideal. No es algo que le pese. Lo que le preocupa es ese atractivo muchacho que iba con ella. ¿Será su novio? Si es así, bien puede ponerse a silbar y alejarse con las manos en los bolsillos.

También le preocupa ganar el partido del domingo.

Con todo, es una preocupación un tanto superficial. No quiere atormentarse cuando no sabe nada de la joven.

Sólo sabe que tiene una sonrisa mágica. Y tiene la impresión de que ese día esa sonrisa brilló especialmente para él.

 

La tarde del lunes se presenta al campo de fútbol de la Zona 1, que es donde el equipo hace sus prácticas, claro, los que pueden asistir. Los demás compañeros están haciendo calentamiento. Las caras de sorpresa no se hacen esperar.

―Salí un poco temprano y quise acompañarlos en la práctica de hoy ―miente.

No es verdad. No se atreve a contarles la verdad. Se reirían de él si cuenta que una chica acordó darle su número de celular si ganan el siguiente partido.

Matías tiene la sensación de que ganarán el partido. Aun así, le parece que la chica espera que él juegue el encuentro para dar por válido aquella especie de acuerdo. Sabe que no lo meterán de titular si no demuestra que está entregado a la causa equipo. De modo que ese día se apresuró en la ruta para terminar un poco más temprano y unirse al entrenamiento. Táctica que usará durante toda la semana.

El único que está al tanto de todo es Francisco. Matías se lo comentó la tarde del domingo. Francisco se rió un rato por lo ridículo que le parecía todo, ¿apostar un número de teléfono en un juego?, pero luego le dijo que contara con él. Matías se lo agradeció, a medias.

―Vamos a humillar a Nuevo León ―comenta Francisco al final de la práctica, con una media sonrisa.

―Ah, sí. ¿Por qué? ―pregunta Matías, sabedor de que viene alguna broma de su amigo.

―Porque contigo inspirado, vamos a volar, Mati. Arrasaremos con todos. ―Una carcajada.

Matías hace una mala cara que Francisco finge no ver.

―Antes del partido buscaré a esa chica, la tomaré de la mano, no me mires así, que no lo haré con mala intención, la guiaré con cuidado y la pondré en una grada desde donde sea bien visible por nuestro joven paladín.

En esta ocasión Matías no puede evitar reírse. Su amigo raras veces anda con mala cara. Siempre le encuentra el lado divertido a toda situación.

―¡Ajá! ―exclama, palmeándole la espalda quizá con demasiada fuerza, Matías hace un gesto de dolor―. Te has emocionado ¿no? Ya lo veo en tu cara. Seguro que en tu mente ya ves a la musa sentada en su pedestal.

Matías suelta una carcajada.

―En realidad, en lo que pensaba es en la cara que pondrá el tipo que la acompañaba ayer cuando la tomes de la mano.

―¡Bah! ―Desdeña Francisco con un gesto de la mano―. Es el menor de los Rivera. Un hijo de papi y mami. Si se pone al brinco sentirá el puño de un artesano de la construcción.

―¡Albañil!

―Jaja. Vamos a la tienda mejor, te invito una Bush.

―Te la acepto. Después de lo que sudé hoy, tengo una sed que te imaginas.

―Pues vamos. Y no te preocupes, ese tipo no es su novio, acaba de regresar de Estados Unidos.

―¿Deportado?

―¡Qué va! Los Rivera tienen harta lana. A veces se me olvida que tus cinco años de exilio te volvieron ignorante respecto a cómo van las cosas por aquí.

 

Que aquel tipo, Alfredo, además de guapo también tuviera dinero fue un golpe que no esperaba, aunque no tan fuerte, porque por otro lado era casi seguro que no eran novios. Además, Matías tenía firme fe en que las chicas que se fijan en lo material todavía eran minoría. Estaba seguro que la chica de la sonrisa mágica no era una de ellas. Nadie sonreiría con tanta pureza si tuviera un corazón avaro.




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