No me digas adiós

Capítulo 14

¿De verdad le gusta? No está segura.

Observa al joven sentado en la silla de enfrente que mira distraído una te las televisiones del restaurante del salón principal, se escucha más que se ve. Tienen puesto un canal de música regional mexicana. Karolina no es fan de la música de banda. Tampoco es que le moleste. En ese momento suena una de Calibre 50, Siempre te voy a querer. No está nada mal. Es bastante romántica, le parece.

Es jueves por la noche. Karolina aún no se cree que esté allí con Alfredo. No porque sea una especie de sueño hecho realidad, sino porque no creía que Carolina le fuera a dar permiso para salir.

Cuando Alfredo le propuso llevarla a cenar esa noche, después de que los tres días anteriores sólo habían intercambiado mensajes y una que otra llamada de pocos minutos, lo primero que pensó fue un tajante “no”. Pero no lo dijo. En cambio, se le ocurrió que era la ocasión perfecta para aclarar algunas cosas. La primera, saber si Alfredo la pretendía en serio o sólo era otro típico juego de los que acostumbraba. La segunda, quizá la más importante, descifrar qué sentía de verdad por el atractivo joven.

De momento estaba como al principio: Nada claro.

 

―La nena necesita distraerse ―había dicho su padre, desarmando el argumento número mil que su madre iba a soltar sobre por qué no podía salir de noche con un chico, menos a un lugar cómo ese. El lugar “cómo ese” era el restaurante ganadero a la salida del municipio, lo que significaba que muchos de los comensales terminaban emborrachándose tras comer, muchos incluso antes―. Tú sabes cómo son estas cosas.

“Estas cosas” era el rompimiento con Miguel. Se los contó la noche del domingo, sin omitir detalle. No fuera que pensaran (especialmente madre) que lo había terminado porque se había dado cuenta que le gustaba Alfredo. Que terminara con uno para irse con otro era para Carolina tan malo como andar con dos al mismo tiempo.

―De acuerdo. Tienes una hora.

―Sí sabes que tienen que preparar la comida ¿verdad?

Esa insolencia le ganó una mirada dura. Padre rió. Madre cambio de objetivo la mirada dura. Padre calló.

―Dos horas. ¡Y cómo traigas aliento a alcohol!

―Saben que yo no tomo. Sólo voy a cenar, lo prometo.

En una ocasión le dio un sorbito a una cerveza que Alejandra compró. Se suponía que beberían mitad y mitad. En esos momentos pasaba por la calle un exnovio de Alejandra y la chica de cabello rizado se la tomó a coleto. Dijo que compraría otra para ella, pero Karolina se opuso. No le había parecido la gran cosa. No entendía por qué los hombres, y cada vez más mujeres, gustaban mucho del alcohol, de las cervezas en especial.

―Entonces tienes mi permiso ―accedió Carolina―. Lo hago porque confío en ti, aunque no en ese muchacho.

Dicho este se llevó a Joselyn para darle un baño.

―Tu madre puede ser exagerada algunas veces ―comentó Armando―. Aunque en esta ocasión, tiene algo de mi apoyo.

―¿Qué quieres decir?

―Que yo tampoco estoy seguro de ese chico. No estoy diciendo que no sea de fiar, sólo que no es de fiar.

«¿Qué?» Karolina no entendió nada. ¿Ella era demasiado lerda o su padre no se había explicado bien?

―¡Lo conocen desde hace meses! ―exclamó, obviando la oración anterior.

―Antes me parecía un chico más para reír con él. Ahora siento que volvió, cómo explicarlo, como más intenso.

 

Cuando llegan al resataurante, pasados unos minutos de las siete, no hay muchos comensales. Mientras cenan el lugar se va llenando, no sólo el salón principal, sino también los búngalos desperdigados alrededor del edificio principal. Los búngalos son una suerte de reservados con techo de guano que incluyen un timbre para llamar a los meseros.

Ellos ocupan un reservado para escapar a miradas indiscretas.

Durante la cena, en la que Karolina pidió mariscos y Alfredo ternera, no han hablado sobre lo que trataron por whatsapp la noche del domingo. A Karolina le parece bien. Alfredo no está siendo nada intenso.

Durante una hora se dedican a hablar sobre temas triviales. Nada importante. Alfredo le platica alegremente de lo que ha hecho durante la semana, sobre todo visitar a algunos parientes e irse de paseo con sus amigos. No cuenta que ha ido de borrachera en borrachera y que ya hay otra novia de quitar y poner.

―Será hasta la próxima semana que me ponga al trabajo en las propiedades mi papá ―comenta al final, al darse cuenta que Karolina tiene un gesto extraño al escucharlo hablar de su vida sin preocupaciones―. Esta semana era una extensión de mis vacaciones.




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