No me digas adiós

Capítulo 16

Viernes 7 de septiembre

El joven, ese que vio por primera vez hace poco más de un mes en la abarrotería de su madre, cuando volvía del mercado de comprar los ingredientes para preparar el almuerzo, pasa ese día por el negocio.

Hace su visita de rutina los días viernes, no se atrevió a preguntárselo a su madre, no fuera ser que le replicara que para qué quería saber eso, fue algo que descubrió a base de estar atenta esos días en especial.

Afortunadamente el joven siempre aparece entre nueve y once de la mañana (otro dato que obtuvo a fuerza de observación), antes de que ella empiece a alistarse para asistir al colegio. ¿Destino?, ¿Plan de Dios? Siempre agita la cabeza cuando sus pensamientos se ponen a discurrir por esos derroteros.

Es viernes. Ese día se las ha ingeniado para quedarse sola en el negocio. Convenció a madre para que se ocupe de hacer el oficio y comprar los ingredientes para preparar el almuerzo. Es una buena hija, así que madre accedió. De haber sabido que lo hacía para ver a un chico… no quería imaginarse su reacción.

Andrea tiene catorce años, pero a ojos de su madre todavía es una cría. Los espejos parecen estar de acuerdo con madre, ¿cuándo le crecerán?

 La chica no le ha enviado una solicitud de amistad en Facebook, como le recomendó Matilde. Tampoco le había dicho a su amiga nada respecto a que la ayudara. Es más, apenas trataron el tema durante la semana.

No envió la solicitud por temor a ser rechazada. ¿Qué pensaría Matías cuando recibiera la solicitud de amistad de una cría de nombre Andrea Flores?, de ninguna manera la relacionaría con la Abarrotería Flores ¿verdad? Tampoco soportaría que el joven rechazara esa solicitud.

Seguro que pasaba de una muchachita como ella. Un chico tan guapo como él no perdería el tiempo con niñas que se ponían sostén más por la edad que porque de verdad fuera necesario. Porque era guapo, por más que Matilde dijera que tenía mal gusto.

Así que durante la semana decidió no pedir ayuda a Matilde ni enviar esa tentadora y temida solicitud hasta tener una ocasión de hablar con él. Lo ha visto en varias ocasiones y le gusta. Pero ¿cómo es realmente? Le gusta su voz, pues a hurtadillas lo ha escuchado charlar fluidamente con madre, y también le gusta la manera de conducirse, bastante correcta y simpática. Pero madre tiene cuarenta y pocos años. Tiene que ver cómo se porta con ella. En el caso que aparezca y ella tenga el valor para hablarle, se entiende. Seguro ni aparecía ese viernes.

Pero llegó. Es la primera vez que su corazón da un retumbo tal que parece va a escapársele por la boca. «¡Está aquí. Está aquí. Tranquila, tranquila. Andrea cálmate ―se restrega las manos en la falda, ¿desde cuándo suda?―. Tú eres la dependienta y él un vendedor más al que le dirás que madre no está, pero que ya viene». El problema consiste en que para Andrea no es un vendedor más, y madre puede volver del mercado en un minuto como en una hora. Sólo está ella y él… y ese niño que viene a comprar su tradicional golosina de media mañana.

Matías entra al negocio, catálogo en mano, con la confianza que sólo da la práctica. Parte de esta confianza se ve trastocada cuando mira a la chica que atiende. Espera a que la joven atienda al menor. Sí. No. Sí. Imposible. Pero se parece. Se debate entre si es la chica de la foto. Cuando el niño se va, la joven sonríe, sus mejillas se encienden de rubor. Sí, es ella, por qué otra cosa se iba a ruborizar. «Sabe que la reconocí».

Le devuelve la sonrisa, algo incómodo. La joven es una bonita muchachita de cabello rizado. Le recuerda a la muchacha que puso el listón fucsia a la chica de la sonrisa mágica, con diferencia de que aquella es de piel blanca como la leche y ésta es morena. Al menos es la impresión que tiene al mirar su rostro, que poco más puede ver por estar el mostrador entre ambos.

―Dime que fue el domingo la primera vez que te vi ―pide Matías a la joven.

Andrea no espera un inicio de conversación tan peculiar. No entiende la petición.

―Estoy casi segura que ese fue el primer día que me viste ―responde, dubitativa.

―Menos mal.

La joven está confundida.

―¿Por qué?

―Me sentiría muy mal si ya te vi antes y no lograra reconocerte.

―Y yo diría que es normal, ¿por qué iba alguien a recordarme?

Es sólo una pregunta a medias. Poco a poco empieza a entrar en confianza, a sentirse cómoda. No cree que el joven esté intentando tomarle el pelo.




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