No me digas adiós

Capítulo 20

Domingo 9 de septiembre

Son las 7:30 de la mañana. Carmen ya ha subido al bus. Su compañero de sillón es un muchacho apenas un poco mayor que ella, que lleva puesta una camisa del Intecap. La mira de vez en cuando. A Carmen le agrada, no porque le guste ser blanco de las miradas de los hombres, sino porque es una confirmación de que ese día va especialmente guapa. Lo mira y le sonríe, con lo que el chico mira al frente, azorado.

«¡Genial!»

Piensa que eso tiene que servir también con Matías.

Se ha puesto un pantalón blanco y una blusa roja. Matías acostumbraba decirle que era muy hermosa, pero ella se había dado cuenta que cuando usaba aquél conjunto, sus halagos eran más continuos.

Su cabello es más bien lacio, apenas ondulado en las puntas, pero Maribel ha hecho maravillas en apenas unos minutos, con resultas de que su cabello negro luce más ondulado y lustroso. Completan el conjunto un par de aretes, una cadenilla de la que pende un dije que representa una letra “M” y una pulsera. Nada ostentoso. Pero ha quedado muy guapa. Está segura.

El joven la vuelve a mirar. Esta vez quien se ruboriza un poco es Carmen, pues ha cruzado por su mente qué pensaría ese joven si supiera que se ha puesto guapa para su exnovio. Nada importante, simplemente divaga.

Como equipaje sólo lleva su bolso y una bolsa de regalo, que guarda sobre sus rodillas.

Muchas horas estuvo pensando sobre cómo sorprender a su chico, de qué manera lograr el efecto deseado, que no es otro que conseguir que vuelva con ella. Sabe que no tiene que ser nada ostentoso ni llamativo.

En algún absurdo instante llegó a pensar en una locura con carteles o pancartas estilo “Matías te amo”, “Matías, nos merecemos una segunda oportunidad”. Afortunadamente ese acceso de locura duró muy poco. Se moriría de vergüenza si hace algo así, aunque lo hiciera en un lugar donde nadie la conoce. Sabe que le harían fotos y pronto circularía la fotografía de una joven desesperada cargando un estúpido letrero. Únicamente con pensarlo siente arder las mejillas de vergüenza.

No fue sólo su vergüenza la que la hizo desechar esa loca idea tan pronto como apareció. Conoce a Matías desde hace cinco años. Con seguridad es actualmente la persona que más conoce al joven, incluso más que la propia familia del chico. Y que hiciera algo tan aparatoso no sólo la avergonzaría a ella sino también al joven.

En resumen, algo llamativo, sin limitarse solamente a carteles, pondría punto final a cualquier esperanza de volver que pudiera albergar.

El bus se pone en marcha con una pequeña sacudida. La joven saca un pañuelo desechable de su bolso y se limpia las gotas de sudor de la frente. Es temprano pero el bochorno ya es sensible. Le apetece abrir la ventanilla pero sabe que eso le arruinará el peinado. De nada habría servido el esfuerzo de Maribel. Menos mal que el maquillaje es leve, si se le corre por la transpiración bastará con un retoque.

―¿Alguna fiesta?

¿Es con ella?

―¿Disculpa?

―Te preguntaba si vas a alguna fiesta ―aclara el joven de su sillón. «¿Una fiesta?»― Lo digo porque vas muy guapa y la bolsa de regalo.

―¡Oh! Sí, un cumpleaños ―miente―. Un cumpleaños de alguien muy querido.

―¡Qué afortunado!

Carmen no contesta. No quiere hablar, menos con alguien que claramente está coqueteando y que sin duda alguna terminará con un “¿Me das tú número?”. En cambio mira a la ventana. Por el reflejo del cristal mira que el joven abre la boca, pero vuelve a cerrarla, comprendiendo. Carmen se siente mal por ser maleducada, pero es que, en realidad no le apetece hablar con nadie.

Una fiesta de cumpleaños. En cierto modo es irónico. Nada más lejos de ser una fiesta de cumpleaños. Es una exnovia enamorada que quiere una segunda oportunidad con su chico. Cuando asistes a un cumpleaños no vas tan pensativa como va ella en esos momentos, ni tan nerviosa. Por lo general te relajas, te diviertes, te aburres, pero nunca es una tensión constante.

Y lo mejor de todo, en un cumpleaños las posibilidades de que termines con el corazón roto son más bien escasas.

El bus sigue su recorrido. La ventanilla del asiento de Carmen continua cerrada, pero otras van abiertas, por lo que corre algo de brisa agradable, sin que haga correr riesgo a su melena. El joven a su lado ya no intenta entablar conversación y su parada llega unos quince minutos después de haber salido. El asiento libre lo ocupa una mujer rolliza que carga a un bebé, que baja en La Libertad; el asiento libre lo ocupa un anciano más ocupado en jugar con su nieta que en la joven del asiento contiguo.




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