No me digas adiós

Capítulo 27

Domingo 9 de septiembre

―Sospechaba que ibas a cometer alguna locura ―dice su madre, mientras le acaricia el cabello. Tiene el rostro de su hija sobre sus rodillas. Suspira―. Tampoco me sorprende que tenga que ver con Matías.

Carmen se encuentra más calmada. El cariño de su madre es consolador.

 

De regreso a San Benito se ha ido en los sillones del fondo, la mayoría del camino lo ha pasado con lágrimas que afloran sin apenas pedir permiso. La gente la observa de reojo y se pregunta qué pudo pasarle a esa bonita jovencita para que esté tan triste y sea incapaz de contener las lágrimas, por más que estas aparezcan salteadas y no como un torrente. ¿Habrá muerto algún familiar, estará enfermo, un accidente? Sólo algunos aciertan a comprender que se trata de asuntos del corazón, de ese sentimiento tan complicado que se llama amor. Pero ninguno llega a adivinar que llora por el fin de una relación que siempre creyó que llegaría hasta el matrimonio.

En la terminal de llegada la espera Maribel, su amiga y cómplice de esa escapada.

―¡Oh, nena! ―susurra―. No digas que no te lo dije.

Sí, se lo dijo. El recordatorio está de más, pero no se lo dice. En parte su amiga tiene razón.

―No estoy tan mal como tú crees ―Carmen se limpia las lágrimas con el pañuelo desechable y trata de sonreír.

―No trates de disimular. Se te nota a leguas. Traes los ojos hinchados y el maquillaje se te ha caído.

―Me lo quité a mitad de camino, antes de quedar como payasa.

―Pero si ya eres payasa.

―Ajá.

Mejor vamos a casa y me lo cuentas todo. Lo hace. Cuando termina, se siente un poco mejor. Ha dejado de llorar.

―Y yo que pensaba que había sido un verdadero patán.

―No lo fue, al menos no uno completo. Si lloro no es porque me haya tratado mal, sino porque es el final definitivo de la mejor historia de amor que he tenido.

―¡Oh, nena!

Las lágrimas se vuelven a desbordar. Después de un rato van a almorzar al único Pollo Campero del lugar y el resto de la tarde lo pasan intentando terminar alguna tarea.

Cuando se va a casa, apenas se nota que haya llorado. Está segura de que madre no se enterará de nada. No obstante, cuando ve a madre esperándola en el sofá, con gesto rebosante de preocupación y cariño, los sentimientos se desbordan de nuevo y se echa a llorar sobre su regazo. Después le cuenta todo y le pide perdón por irse así. Para su sorpresa, ahora se siente un poquito mejor. El pesar se disipa al contar sus penas a quienes la aprecian.

 

―Si sospechabas que cometería alguna locura ¿por qué me dejaste ir? ―Pregunta la joven.

―Supuse que lo necesitabas. Nunca estarías tranquila hasta no salir de dudas. Y porque eres mi hija y te conozco. Tampoco harías algo descabellado. Al final sólo querías saber, aunque tú no supieras que era eso lo que querías.

―Ahora sé. ¡Para lo que me sirve! ―se lamenta la joven.

―Sirve de mucho, cariño. Y servirá todavía más. El ciclo Matías queda cerrado. Sabes que en esta casa lo queríamos y lo queremos mucho. Pero estas cosas pasan. Las parejas no son para siempre. Más a la edad de ustedes.

―Pero tú y papá son novios desde la adolescencia.

―Existimos las excepciones. ―Su madre sonríe con orgullo.

Lo que no cuenta son todas las vicisitudes a las que la joven pareja tuvo que sobreponerse para terminar juntos. También ellos terminaron unas cuantas veces, a  veces parecía que la relación se iba a pique para siempre, hubo otros amores, pero al final, allí estaban: un matrimonio sólido que estaba pronto a celebrar sus bodas de plata. Pero eso no se lo dice a su hija, lo que menos necesita la joven son falsas esperanzas.

―Como me gustaría que Matías y yo los hubiéramos emulado.

―Tienes diecisiete, mi amor. Ahora a guardar luto unos días, después a sonreír y a respirar la vida como siempre. Pero lo que toca en estos momentos es preparar la cena, y necesitaré ayuda. Haremos un banquete.

―No dices que toca guardar luto. Debería ir a mi cuarto, oír música triste y…

―Tampoco de tomes mis palabras de manera literal. Arriba, que hay que hacer.

La actividad en la cocina no le cae nada mal. Al contrario, en esos momentos es hasta relajante. Su madre, sabedora de lo que ocurre, no le da un respiro, no le da tiempo para que se sienta desdichada. Hacia el final Carmen incluso consigue olvidarse de su exnovio.




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