No me digas adiós

Capítulo 28

Lunes 10 de septiembre

Otra vez ese leve zumbido en los oídos, el palpitar en la sien. Al abrir los ojos no hace por coger su celular y mirar la hora. Lo primero es recordar lo de ayer después de que empezara a beber.

Recuerda la ida al estadio, el ron, los mensajes con Andrea, la llamada, la confesión. ¡Oh rayos! No debió tomar. Al menos debió esperar a que cayera la noche, así, cuando se le ocurrieran tan geniales ideas las habría descartado en razón de la hora. Aunque, para un ebrio ¿cuándo la hora es razón para hacer o dejar de hacer algo?

Luego recuerda el resto, lo ocurrido durante la mañana: Carmen, la chica de la sonrisa mágica, el novio, el partido… «Hice bien ―se dice luego, como consuelo―. Al menos hoy estaré tan fregado por la goma que no tendré tiempo para pensar en nada más. ¿Qué hora es?»

Se levanta de la cama de un salto. Son las siete de la mañana. ¡Rayos! Al revisar la alarma nota que están apagadas. «¡Genial, otra gran idea de anoche!». Además, hay tres llamadas de uno de sus jefes, de las que no escuchó ninguna, pues también tiene activado el modo silencioso.

«Debo haberme puesto una buena para no despertar antes de las 6:30 ―piensa con amargura, lo cual es cierto. Luego―: Ya no vuelvo a tomar».

Se sienta en el borde de la cama, abatido, las sienes le palpitan ahora con fuerza. El dolor de cabeza no es únicamente por la cruda, está seguro.

Procura no pensar en lo ocurrido ayer. Lo consigue a medias, pues la mente insiste en darle vueltas a lo que hizo después de que regresó del campo la segunda vez. Lo irónico es que ¿cómo va a pensar en algo que no recuerda?

Está tentado en llamar a Francisco. Aunque después de lo que bebieron duda que su amigo recuerde mejor. También puede que ya esté en el trabajo y no le atienda, ya que de los dos, es Francisco el que mejor lleva las resacas.

Lo que hace es devolverle la llamada a su jefe. El tono jocoso que emplea César le hace ver que no tiene caso que mienta.  

―No es necesario que te rías ―pide a César. Entre ambos hay una brecha de veinte años y un par de peldaños en la jerarquía de la distribuidora, pero el hombre no se las da de cabrón. Unas cuantas cervezas en alguna reunión y todas las brechas desaparecen, al menos en el trato. Hay cierta complicidad entre jefe y empleado―. Parece que anoche me pasé.

―¡Caramba! ―César suelta una carcajada―. ¿Quién es el que se está haciendo viejo?

―Tampoco es que tomáramos algo fino. Cuando lo que te quieres es emborrachar, cualquier cosa vale.

―Te vale que no los monitoreemos por GPS o en la central ya sabrían que ni siquiera has salido de casa.

―¡Pero sí aún son las siete!

―En lo que desayunas, te duchas, te bajas la modorra…

―Ya, ya. Descuida, jefe, sólo me quito un poco el hedor y salgo a ruta, en el camino me las arreglo.

―No es necesario. Tómatelo con calma. Siempre y cuando no se te haga costumbre. Si me vieras a mí, estoy cómo nuevo. ¿Quién es el anciano ahora?

―Si hubieras tomado la porquería que me harté yo, no la cuentas. ―Más risas al otro lado―. Y a todo esto, ¿por qué la llamadera?

―Para que veas que te aprecio. Tengo una noticia que aún no comparto con nadie y estoy seguro que te interesará.

Las palabras de César consiguen espabilar un poco al joven. ¿Qué noticia? Ahora lo sabrá. Por el tono de su jefe parece algo importante.

―¿Qué noticia?

―Quique abandona la empresa y su puesto quedará libre.

El joven escucha la noticia con sorpresa y sopesa lo que esas palabras significan. Quique es uno de los tres mayoristas de la empresa, lo cual significa  que en lugar de vender a las pequeñas tiendas como hace el resto de empleados, se dedican en exclusivo a los grandes comerciantes, las surtidoras, inclusive a otras distribuidoras. Si bien es un puesto de mayor responsabilidad, eso sería… pero no quiere irse por las ramas, antes tiene que estar seguro.

―¿Me estás ofreciendo el puesto?

―Eso sería tanto como saltarme las normas de la empresa, pero sí, es lo que estoy haciendo. ―Matías puede imaginar la sonrisa de César en su oficina, y al imaginarla se replica otra en el rostro del joven.

¡Increíble! No esperaba algo así.

Ser vendedor nunca fue su gran sueño, no al principio. Si tomó el empleo fue porque estaba desesperado. Con lo difícil que es encontrar trabajo en el país. Luego resultó que el trabajo no era tan malo, sino hasta divertido. Empezó a cogerle gusto a eso de ir de un lado para otro, tratar con un sin número de clientes y otros tantos vendedores con los que se cruzaba. También le ayudó a dejar atrás buena parte de su timidez.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.