Miércoles 12 de septiembre
La joven se revisa el peinado en el espejo, si es que a traer el cabello suelto sujeto medianamente con un listón se le puede llamar peinado. Esa tarde se ha puesto la corbata del uniforme reservada para las ocasiones especiales. Ha tenido que planchar incluso la falda y sacar brillo a las zapatillas. Se siente ridícula y fea. Menos mal que todo el mundo se verá igual. Aunque cómo se ve, es algo que le preocupa poco esa tarde.
Sonríe. La chica de enfrente le devuelve la sonrisa. ¿Es algo forzada esa sonrisa? Sí, supone que sí. No tiene ningún deseo ir al desfile de esa noche. Pero sabe que debe ir. Puedes faltar algún día a clases y nadie te dirá nada, pero cómo faltes al desfile y no lleves el uniforme cómo debe ser, basta decir que las probabilidades de reprobar incrementan significativamente. ¡Y pensar que el sábado 15 toca otro, bajo un sol abrasador!
―Ale ya está aquí ―grita su madre desde su propia habitación, que también se alista para ir a la noche cultural.
Casi nuca va, pues su religión se lo prohíbe, pero se trata de la noche en la que participa el instituto de su hija, y aunque esta no quiso participar en ningún punto artístico, no se la pierde por nada del mundo.
―Voy, mamá. ―Percibe el poco entusiasmo en su voz. Quisiera cambiar eso, sencillamente no puede.
―¡Date prisa, que este tipo me está cobrando por minuto! ―grita su amiga desde la calle.
¿Siempre tiene que ser así? Muy a su pesar esboza una sonrisilla. Si va con Alejandra nada puede ser tan malo, la chica tiene un humor que casi nunca se agria y que casi siempre contagia.
Un momento, dijo ¿este tipo? Por un instante tiene miedo pues piensa que puede estar con Alfredo. El chico le ha estado escribiendo desde el lunes para pedirle disculpas, ella le ha excusado pues es cierto que tampoco fue del todo sincera. No obstante, en ningún momento han quedado. No le apetece verlo.
Toma su farol con los colores de la bandera y sale a la calle. Suelta un suspiro pues sólo se trata de un moto-taxi.
―Lista, vamos.
―¡Rápido, que me sales en una fortuna! ¡Encima que te traigo limusina, todavía te haces la diva haciéndome esperar!
―No fue ni un minuto.
Mientras está con Alejandra se siente bien. Esa extraña apatía que le entra en cualquier otro momento, incluso estando con sus padres, se hace más leve al lado de su amiga. Pero el buen humor no dura para siempre, a medida que pasa la alegría inicial de estar con su risueña mejor amiga, la indolencia empieza a apoderarse de nuevo de Karolina.
Una vez en el instituto, mientras el sol, un disco naranja, se esconde en el horizonte, los profesores pasan lista y dan la orden de formar y encender las velas de los faroles. Son cientos de estudiantes, formados en fila india, las mujeres en una y los varones en otra. Los faroles se alzan, la banda escolar que empieza a tocar y el desfile que inicia. Recorren la calle principal del municipio, donde cientos de familias los observan a su paso. El recorrido concluye en el parque, frente a la concha acústica, donde todo está dispuesto para que los estudiantes realicen los distintos puntos artísticos por el festejo de la independencia nacional.
Al final del recorrido Karolina está cansada y su apatía se ha convertido en algo más parecido al hastío o al enojo. No da dejado de mirar los cientos de rostros a los costados de la calle, ¿buscando a quién? Lo sabe, y eso es lo que le da más rabia. ¿Por qué tiene que buscar constantemente a ese chico? ¿Para qué?
Y es que desde la charla del domingo por la noche, su apatía y mal humor ha ido en crescendo. Pensó que en los siguientes días su mente se aclararía y volvería a ser la Karolina de siempre, pero no ha sido así. Todo lo contrario, cada vez está más confundida, eso la frustra, y la frustración la enoja.
Se ha sentido mal por lo que ocurrió con Alfredo. No debió darle esperanzas. Aunque eso no disculpa que se haya comportado como un idiota, no obstante, ella tiene parte de culpa. Pero cómo no darle esperanzas si ella misma creyó al principio que podría darse una oportunidad con él. Y así iba a ser, todo iba tan bien, hasta que apareció Matías y lo trastocó todo. Es irónico que en Miguel, que fue quien le pintó el cuerno, apenas piense.
¡Matías!
«Tiene novia», se ha repito infinidad de veces. Pero las dudas persisten. ¿Si la chica del domingo era su novia por qué no volvió con ella? La de respuestas tentativas que ha dado a esa pregunta.
Tenía la esperanza de encontrárselo el lunes a la salida del instituto, le apetecía hablar con él. Seguro que si hablan aclara todas sus dudas y puede seguir su camino. Cree que son esas preguntas sin respuestas las que la tienen tan trastocada. Pero el lunes no estuvo por allí. Tampoco el martes. Karolina no pudo ocultar su decepción.