Jueves 13 de septiembre
―¿En serio nunca has hablado con él? ―Pregunta Román sorprendido, llevándose las manos al rostro en exagerado ademán.
―Shh, te van a escuchar ―pide silencio Karolina.
Han sacado una silla y la única tumbona que hay en la casa y se han cobijado del sol en la sombra de un árbol de mangos ubicado a la esquina del terreno de los padres de Karolina. Están a unos quince metros de la casa, donde su madre debe estar ocupada en algún quehacer o quizá leyendo la Biblia, de todas maneras no quiere que se figure cosas. De sus padres, madre es la más quisquillosa.
La que sale y se les queda viendo con cara de pocos amigos es su hermanita Joselyn. No dice nada, sólo los ve, frunce el ceño, aprieta el control remoto en las manos y vuelve a entrar a la casa. Los dos amigos sueltan la risa en cuanto la niñita se mete a la casa, pero callan al instante al salir la niña de nuevo.
―Es como una mini-mamá-muy-severa ¿verdad? ―inquiere Román.
―Y cada día va a peor. Sólo baja la voz.
―Perdona, es que no me lo puedo creer. ¡Te enamoraste de un chico sin tener ningún tipo de interacción con él!
―¿Cómo no? Me habló el día que su equipo ganó y nos hemos sonreído muchas otras veces. Además, no he dicho que esté enamorada, es que… es que…
―Te explico ―El joven le toca la pierna, es él quien ocupa la silla y ella la tumbona―: dos palabras y unas sonrisas, al menos a mi parecer, no es interactuar con alguien, y sí, sí estás enamorada, llevas horas hablándome de ese chico.
―¡Claro que no! ―Protesta la joven.
―Claro que sí ―el joven no retira la mano de su pierna cubierta por los pantalones holgados, a la joven no le molesta―. Hablaste de Miguel, hablaste de Alfredo y lo que esos bastardos te hicieron, pero siempre terminas metiendo a tu chico blanquito en ello. Con Alfredo lo entiendo, coincidieron en tiempo, pero ¿Miguel?, eso fue antes…
―Y tú te fijas en todo.
―Se supone que para eso me lo cuentas, para que yo me dé cuenta de los matices.
―¿Y de qué te has dado cuenta?
―De que estás perdidamente enamorada de un chico al que no conoces.
―No. No es así.
«¿O sí?». Como si escuchara su pregunta mental, el joven sonríe y asiente con condescendencia. Es guapo. Rostro cuadrado, cabello lacio, un poco largo. Es alto. Ahora entiende los rostros de envidia de algunas chicas la noche anterior.
Karolina no tiene clases hasta el lunes siguiente, así que su amigo llegó a eso de las dos de la tarde. Él también quiere conversar con ella sobre algunos vericuetos de eso que llaman amor. No esperaba que ella también estuviera hecha un lío. Y es que anoche, después de que él le diera la sorpresa de su repentina aparición, no charlaron sobre nada importante. Se dedicaron a divertirse y a pasar el rato.
Su nombre es Román, tiene diecisiete años y vive en un pueblo vecino. Se conocen porque periódicamente visita a unos tíos que viven cerca de donde vive la joven. Son buenos amigos desde hace dos años. Aunque últimamente la comunicación vía celular se había enfriado, por eso no sabía que el joven estaría por allí esos días. Pero allí está, y lo agradece. Alejandra suele ser muy impulsiva con sus consejos o análisis de situación, en cambio Román es más mesurado. Suele pensar todo antes de hablar. Es aire fresco en esa complicada situación que está viviendo.
―¿Y qué sugieres? ―pregunta, derrotada, dando razón a la conclusión de su amigo.
El joven entrecruza los dedos de ambas manos y los hace tronar en gesto teatral, incluso tuerce el cuello procurando que truene, cosa que no logra, y pregunta:
―¿Dónde está? Le enseñaré a ser hombre. Tras ponerlo como camote te lo traigo.
Karolina no puede evitar reír. Se cubre la boca con las manos para que no salga la mini-mamá a ver qué ocurre.
―No lo sé. Apenas sé que se llama Matías.
―Es complicado esto del amor, ¿verdad amiga?
Román sale de su pantomima de chico valiente y se deja caer en la silla. Se vino unos días con sus tíos para escapar de una situación que lo estaba volviendo loco. Enamorarse de la persona equivocada, sobre todo después de entregar tanto, es complicado. Se lo ha contado a Karolina, una de sus pocas amigas que lo conocen lo suficiente para comprender la magnitud del problema.
―Lo es.