No me digas adiós

Capítulo 35

Jueves 13 de septiembre

―¿De verdad te quieres subir? ―pregunta el joven a la chica.

Andrea mira de nuevo la rueda de chicago. Contó veinticuatro vagones. Sabe que las hay mucho más grandes, en la feria departamental ha visto algunas, pero en esos momentos, la que tiene enfrente, le parece la rueda más inmensa del mundo. ¿Cómo se le ocurrió decir que nunca ha subido a ninguna y que quería que ese día fuera su primera vez? Ah, sí, ya recordó, todo por parecer valiente frente a Matías.

―Sí, sí quiero. Todo el mundo lo hace ¿no?

Parte de su miedo se debe al juego mecánico, el resto, a que pueda verla su madre. ¿Qué dirá si la mira subida en ese artefacto con un chico? Tuvo que mentirle al decirle que andaría con Matilde para poder escapar de su férrea vigilancia. Aunque ahora Matilde quién sabe dónde ande. Con su novio, claro, pero ¿dónde? Tienen que regresar juntas o Andrea no se la terminará de aquí a fin de año. Todavía hay tiempo. No debe preocuparse por ello ahora.

Está con Matías, es lo importante. El chico se dejó la mayoría de la pesadumbre en casa y ha estado jovial y risueño. A veces le entran accesos de congoja, pero ella se ha encargado de hacerlos desaparecer.

Se reunió con él bajo la enorme ceiba del centro del parque y luego se fueron sorteando a la muchedumbre hasta el predio de la feria, lejos de la familia. Comieron pizza y tomaron licuado, después probaron puntería en el tiro al blanco. A ninguno le fue bien, apenas pudieron ganarse un llaverito y no el peluche que querían. Pero se rieron de sus fracasos y continuaron recorriendo la feria.

Todo iba tan muy hasta que llegaron a la sala de futbolín: Se les unió un mal tercio. Francisco, dijo Matías que se llama, ya no se separó de ellos y desde entonces muchos de los lugares a los que han ido los eligió él. Andrea siente que está allí para entorpecer su noche, y, en cierta manera, para guiarlos. Lo detesta. Pero es amigo de Matías, y si es amigo de Matías no puede albergar intenciones retorcidas. Es sólo un chico que no tiene con quien andar, y como ella y Matías son sólo amigos, no tiene nada de malo que un tercero se les una. No debería tener nada de malo.

―¿Por qué no te vienes también, Francisco? Veo que dejan subir tres por cajón.

El aludido termina de escribir en su celular y mira a su amigo, luego echa una ojeada a su alrededor.

―No. No. Me quedo abajo. Esa cosa me marea.

―Como quieras. ¿Y qué dices tú?

Que el moreno por fin los deje un rato a solas es el empujón que Andrea necesitaba para decidirse.

―Sí, vamos.

Mientras caminan a formarse en la corta fila que hay, sus manos se rozan. La de sensaciones que ese roce despierta en la joven. El chico tampoco es de piedra. Siguiendo un impulso atrapa la mano la chica, sus dedos se entrelazan, la aprieta. Se siente bien. No se miran, no se dicen nada, permanecen quietos en la fila, por una vez indiferentes a lo que pase alrededor. Sólo existen ellos y sus manos entrelazadas.

Francisco termina de mandar un nuevo mensaje. Mira a su amigo tomar de la mano a la morenita colocha. Eso no lo esperaba. Se pregunta si es así cómo debe ser. Quizá nunca pudo tener esa conversación tan ansiada con Karolina porque no debía darse, porque con quien debe estar es con la menuda chica que ahora toma de la mano.

Si así es, ¿qué pinta él allí?

*******

―¡Aquí están! ―Exclama una agotada Alejandra.

―¿A ti que te pasa? ―pregunta Karolina. Su amiga tiene colorada las mejillas y la frente perlada de sudor.

―Llevo ratos caminando buscándolos.

―Pero te dijimos que… ―entonces recuerda que se movieron de sitio―. Perdona. Debiste escribirme.

La mirada que le lanza la de cabello rizado hace que busque su celular y mire los diez mensajes y las tres llamadas perdidas que tiene. Karolina le enseña los dientes en son de disculpa.

―Te doy mi granizada para que te refresques y me disculpes ―ofrece Karol.

―No. No. Nada de sobras para nuestra amiga.

El vendedor está cerca y pide una para la colocha. Luego se saludan de beso y le pide que se quede con ellos, que tres es mejor que uno.

―¿Qué haces aquí? ―pregunta Karolina.

―Kevin me plantó.

No es así. Alejandra tiene una doble misión esa noche, pero conforme avanza la velada empieza a intuir que únicamente será necesaria para una.

Conoce a Román casi del mismo tiempo que su amiga. Cuando antes los veía juntos, tan felices, tan contentos, riéndose de todo y saliendo a dar una vuelta, ella procuraba mantenerse al margen, no queriendo ser mal tercio, que era precisamente una de sus misiones esa noche.




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