No me digas adiós

Capítulo 37

Jueves 13 de septiembre

―¿Ocurre algo? ―Pregunta Francisco a Matías.

―No. ¿Por qué iba a ocurrirme algo?

Tras bajar de la rueda de chicago Andrea recibió un mensaje de Matilde en el que le decía que la noche cultural tocaba a su fin y que debía regresar con su familia. La joven lamenta que sea el fin de una de las mejores noches de su vida. Lo que quisiera es seguir otro rato con Matías, toda la noche, pero no desea poner a prueba la paciencia de madre.

Matías, siempre con Francisco unos pasos detrás, acompaña a la joven a la ceiba donde se reunieron, donde la espera su compañera. Ya no se toman de la mano. El momento de magia ha pasado. Andrea lamenta que no haya pasado más. No le hubiera importado que el joven le diera su primer beso. Pero el mareo que le provocó el juego mecánico ayudo a apagar la magia del momento. Por momentos se arrepiente haber subido a la rueda. De todas maneras, está de más darle vueltas a algo que ya pasó. Debe sentirse feliz por ese apretón de manos. Mañana, o quizá más tarde, se atreva a preguntarle qué significó ese gesto.

Por su parte, Matías no está tan seguro de nada. Mientras la mente de la joven bulle de esperanzas, la de él es un remolino de dudas. ¿Por qué ha cogido de la mano a la joven? Siempre se ha dicho que hay que seguir los impulsos del corazón, pero duda que tomar de la mano fuera un impulso del corazón más que de la ocasión. Se pregunta si habría llegado a besarla si la chica no se hubiera indispuesto por el mareo.

Parte de esas dudas lo mantienen taciturno un rato y se despide sin tanto entusiasmo de la joven. Da vueltas unos minutos por allí con Francisco y luego van a donde dejaron la motocicleta. Apenas ha hablado en un buen rato. Por eso la pregunta de su amigo.

―Estás muy callado desde hace rato ―responde Francisco.

―No te preocupes. Nada importante. ―Se rasca la sien, dudoso―. Creo que no hice bien en tomarla de la mano. Me dejé llevar por el momento.

Francisco esboza una sonrisilla.

―¿No me digas que te rechazó?

―No. Es que, con eso no me le estaba declarando, sabes. Tendré que hablar con ella para que no vaya a pensar lo que no es.

―Creo que ya es demasiado tarde para eso.

―¿Lo crees?

―Te miraba como un perrito a su dueño.

―¡Ey!, tampoco le digas así.

―No lo digo con mala intención, sino por su gesto de embelesamiento.

―Te entiendo. Es que cuando dices perrito mi mente lo asocia a cosas menos amables.

Francisco suelta una carcajada.

―Y yo soy el de mente sucia.

Matías también sonríe y niega con la cabeza.

―Mi consejo es que no le digas nada ―continúa Francisco―. Si tú no sacas el tema lo más probable es que ella tampoco. Hacen como que nada pasó y punto. Ah, y no te comprometas a algo más con ella si no estás seguro.

―Es lo que menos pienso hacer. ―Luego, después de meditarlo un poco―: Haré como dices. No sacaré el tema. Si surge, entonces seré sincero.

―Bien pensado.

Francisco mira su teléfono. Ha enviado ya varios mensajes a Alejandra sin que esta le responda ninguno. No le contesta desde que dijo que Karol iba hacia donde ellos estaban. Pero nunca aparecieron y la chica ni siquiera se ha conectado. Le preocupa. Lo que quisiera es ir a dar una vuelta para ver si la mira y preguntarle qué pasa, pero no sabe si es buena idea.

Matías nota que su amigo duda y mira a todos lados. Siente curiosidad por preguntarle porqué cuando los encontró en el futbolín ya no los abandonó. También quisiera saber con quién textea tanto. Está exhausto y ya tiene suficientes cosas en las qué pensar. Mejor le pregunta otro día.

―¿Vienes o no?

―Sí, vamos.

―¿Buscabas a alguien?

―No, a nadie.

―Bien.  

*******

Pagaron un moto-taxi para regresar a casa. Pero no se fueron directamente a casa de Karolina, sino que se bajan una cuadra antes y se sientan en el pasamanos de una tienda que a esa hora ya está cerrada. La chica se muestra taciturna y visiblemente afectada. No quieren que sus padres la vean en ese estado. Sobre todo, tienen que hacerle entender que nada de lo dicho es cierto ni tiene por qué afectarle.

 

Karolina no termina de formular la pregunta qua está haciendo porque ha visto a un joven que conoce besar a una chica. El pequeño malestar no es porque sienta celos, sino por la sorpresa de ver al chico, que esa misma tarde le pedía que saliera con él, enrollado con otra. Muy a su pesar le pica en su orgullo. La hace sentir hasta un poco sucia. Es como si él joven le hubiera pedido salir, y al ella negarse, simplemente tachara su nombre de la lista y llamara a la siguiente.




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